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jueves, 4 de febrero de 2010

César di Candia / Felisberto Hernández, Onetti y la Generación del 45

Juan Carlos Onetti
César di Candia
UN FAMOSO GRUPO DE INTELECTUALES
Homenaje a la Generación del 45 y a sus antecesores: Felisberto, Onetti, Paco
Sólo quien ha leído la obra poética o narrada de la Generación del 45 o quien se haya formado al abrigo de las orientaciones críticas de sus integrantes, sabe hasta qué punto esta constelación de treintañeros influyó sobre los que vinieron detrás.



"Hace trece años, escribí en una entrevista que le hice en el semanario Búsqueda: "Con los años, va a ser un nombre clásico en las letras nacionales. No lo es aún por ese perpetuo festín en el que los uruguayos nos roemos las entrañas unos a otros mientras vivimos". Hoy podría refrendar esa opinión con varias rúbricas. Como tantos otros intelectuales a los que sería fatigoso nombrar en su totalidad (Emir Rodríguez Monegal, Angel Rama, Carlos Real de Azúa, Carlos Martínez Moreno, Mario Benedetti, Homero Alsina Thevenet, Líber Falco, Manuel Flores Mora, Mario Arregui, José Pedro Díaz, Julio Da Rosa, Amanda Berenguer, Idea Vilariño, Domingo Bordoli) integró la llamada Generación del 45, que no sólo produjo creadores de excepción sino que se encargó de desmenuzar muchos de los valores literarios avejentados y sobrevalorados en los antiguos Parnasos, instituyendo una crítica responsable y exigente. Implacables, a veces crueles, agudos, brillantes, infatigables en la mordacidad y en la soberbia, algunos mirando de reojo a lo nativo, quienes integraron aquella generación, apoyados por sus propias revistas literarias y el semanario Marcha, ejercieron una función rectora sobre quienes vinieron (vinimos) detrás. Al borde ya de los ochenta quienes han felizmente sobrevivido, su testimonio resulta inaplazable. Uno de ellos, Carlos Maggi, identificado en aquellas décadas como El Pibe, hizo algo más que escribir magistralmente. Fue libretista de varias audiciones radiales humorísticas, como La Cachada Deportiva, Los Risatómicos, La Pensión 64 o La Real Academia del Humor con el Loro Collazo. Llegó además a ser Jefe de Abogados del Banco Central y le sobró paño como para encarar durante el primer período presidencial de Julio María Sanguinetti, la dirección de Canal 5, un escollo contra el cual naufragó con armas y bagajes. Sus propósitos formativos no pudieron contra una concepción televisiva contracultural demasiado arraigada como para meterle diente. El mismo Wilson Ferreira Aldunate trató de consolarlo en aquella oportunidad: "los gobiernos no hacen lo que quieren sino lo que pueden. Esa batalla está perdida".
Sin intenciones de querer retirarse, ni de la literatura, ni del periodismo ni de su involuntaria condición de formador de opinión, procuró definir en su casa de Las Toscas, a la generación a la cual perteneció y a algunos tótems mayores y por lo tanto ajenos a ella, como Felisberto Hernández, Paco Espínola y Juan Carlos Onetti, en cuyas fuentes sus integrantes abrevaron.
—La forma de orientar el pensamiento ajeno que tuvo la Generación del 45 es imposible de negar. Pero también habría que decir que nunca como entonces fueron tan frecuentes los elogios mutuos identificados con la famosa frase "yo reconozco tu talento, tú has lo propio con el mío".
—Había una razón de fondo. Fue la época en que se produjo la caducidad de una forma alegre de ser uruguayo. "Como el Uruguay, no hay". "Somos la Suiza de América" ‘En ningún lado nacen más talentos que acá". Justino Zavala Muniz me dejó de saludar porque yo opinaba que en el país no iban bien las cosas. "Usted escribe despreciando lo que hemos hecho sus mayores. Usted no respeta nada", me dijo.
—La verdad es que a los escritores anteriores ustedes los respetaban muy poco.
—Nosotros hacíamos la excepción con dos o tres. Con Paco Espínola que era bastante mayor, con Juan Carlos Onetti que era mayor que nosotros pero menos que Paco y con Felisberto Hernández que también era mayor.



FELISBERTO HERNÁNDEZ
—Se ha escrito mucho sobre la curiosa personalidad de Felisberto. ¿Cómo era según tu propio testimonio?
—Fue el principal enemigo de su literatura. Era un tipo inseguro, tímido, como acorralado. Desesperado por cobrar confianza, buscando que lo elogiaran o que le dieran una opinión favorable. Eso caía mal entre nosotros porque nos daba vergüenza que a alguien pudiera importarle eso.
—¿Y ustedes eran muy seguros de sí mismos?
—Seguramente no, pero lo disimulábamos bien. En primer lugar Felisberto era mayor que nosotros, pero su propia timidez lo llevaba a portarse con torpeza, haciendo chistes horribles o actuando de manera que nos chocaba. A mí su literatura me parecía buenísima, pero después en el café, me hacía enojar. Felizmente no era un habitual. Felisberto era reconocido por los grandes personajes uruguayos. Circuló apuntalado por Joaquín Torres García, por Carlos Vaz Ferreira y sobre todo por Jules Supervielle. Este llegó hasta llevarlo a París para que diera una charla en La Sorbonne. Mucho después de su muerte le llegó el reconocimiento del público y de la crítica.
"Felisberto era un buen amigo. Tenía alma de niño y yo lo trataba como tal, pese a ser un viejo gordo que en ese momento estaba ennoviado con Paulina Medeiros. Iban a casa, Paulina le hacía confidencias a mi madre y ésta se alarmaba. Eran dos gordos enormes, divinos. Felisberto tenía una cosa como de ido, era como un gran bobo.
—Escribiendo resulta todo lo contrario.
—Claro, su literatura es astuta, brillante, refinada, penetrante. Pero en su vida diaria era una especie de bobo bueno que hacía chistes malísimos y que estaba siempre como asustado. El mismo talento excepcional que tenía para escribir, lo manejaba para juzgar a los demás. A mí me dijo una vez: "usted dialoga mejor de lo que narra". Y yo que jamás había ido al teatro ni me interesaba, no le di corte.
(Reportaje del autor a Carlos Maggi. Semanario Búsqueda, junio de 1990)
—El hecho de que Felisberto se haya casado con tres mujeres dominantes, da una idea de su personalidad.
—El iba todos los días a dormir la siesta con su mamá. Y siempre tuvo una esposa que le hizo de madre. Una de ellas fue una espía famosa que trabajaba para la KGB.
—Pero no era ninguna de las tres que yo mencionaba que fueron Amalia Nieto, Reina Reyes y Paulina Medeiros,
—Felisberto comenzó a ir a casa poco después de muerto mi padre. Nosotros vivíamos en el Palacio Díaz y Paulina Medeiros que era en ese momento su novia, se quedaba horas charlando con mi madre. A mí me parecían dos viejas eternas. Una de las cosas que recuerdo era que no se podía ir al cine con él, porque como desde sus épocas de pianista de cine mudo se sentaba al lado de la pantalla, no había quién le sacara la costumbre de ubicarse en la primera fila
"Maggi había dicho: "ahí está Felisberto" y antes de que pudiera aclararme quién era el dueño de aquel nombre antiguo, ya estábamos adentro y saludándolo. Pensé que se trataba de un tío o primo mayor que Maggi, quizás porque además del aire notarial tenía cierto parecido con alguno de mis propios tíos, de esos que no llegué a conocer, pero había aprendido a reconocer y a nombrar al toparme con ellos en el destartalado álbum de fotografías de la familia. Por su conversación, supe que era pianista, que había hecho giras por el interior y que su representante se llamaba Venus González. (...) Antes de irnos y naturalizando seguramente con alguna frase el cambio de tema dijo:
—El arroz me hace mal; me llena la boca de granos.
Fue el primer chiste de Felisberto que escuché. Después supe que ese tipo de humor bonachón y un tanto desganado estaba siempre presente en sus conversaciones y no sé por qué se me ocurrió pensar que era su manera de hacerse perdonar la fachada de hombre común a que su timidez lo obligaba. (...) Cuando volvimos a encontrarnos con Felisberto yo también había aprendido a ver con otros ojos y me pareció menos gris que el día del café. Era realmente muy tímido; daba la impresión que no sabía qué cara poner para impresionar mejor. Se me ocurrió pensar que todo el tiempo estaba consciente de su cara y que por eso buscaba distraer la atención hacia sus manos cortas y regordetas que se movían como dando saltitos mientras hablaba. (...)
Me llamaba la atención en todos esos encuentros con Felisberto, la manera casi despavorida que tenía de comentar las cosas, sobre todo los artículos de Emir Rodríguez a partir de una mentada crítica que le hizo. Emir, "nuestro entrañable contrario" y cada vez más amigo al que tanto me gustaría ver de nuevo en Montevideo y levantando polvareda con sus notas, se equivocó con Felisberto (también Homero parpadea). Por lo que recuerdo más que hacer una crítica procuró psicoanalizarlo y se lo perdió. Las manos cortitas de Felisberto se aturullaban más que nunca al hablar de episodio. Era en ciertos aspectos como un niño y se escandalizaba con facilidad. También a veces lo atacaba un miedo infantil por algunas de sus responsabilidades de adulto, por ejemplo su empleo en AGADU que para él no era un empleo sino una pesadilla".
(Cuarenta y cinco por uno, María Inés Silva Vila. Ed. Fin de Siglo. 1993)


Juan Carlos Onetti
JUAN CARLOS ONETTI
—¿Onetti participaba en esas reuniones de café en las que ustedes no perdonaban a nadie?
—Calzaba bastante bien. Era mayor que nosotros y no fue parte de nuestra generación, pero nos acompañaba hasta por razones geográficas. La agencia Reuters en la cual trabajaba estaba pegada al café Metro. Salía de su oficina y se topaba con nuestra mesa.
—¿Cuándo conociste El Pozo ?
—De una manera bastante graciosa. Maneco Flores Mora quedó huérfano siendo muy jovencito y como en su casa se empezaron a vivir problemas económicos, consiguió un trabajo por las noches en Reuters. Al poco tiempo cayó con la noticia que su jefe, un tal Onetti, escribía muy bien. Recuerdo que yo en el peor momento de mi vanidad me reí de él. ¿Cómo se podía juzgar el trabajo de un jefe? Le dije que su admiración era cosa de subalterno. Al poco tiempo me trajo el libro que le acababan de editar en rústica. Quisimos morir porque nos pareció la máxima maravilla literaria. Ahí empecé a ir a Reuters para hablar con él. Era la época en que editábamos la revista Apex, Maneco, el gallego Novoa y yo. Como Carlos Denis Molina había sacado una mención en un concurso muy importante, lo fuimos a buscar al café Metro para invitarlo a escribir en la revista. De esa manera nos integramos siendo muy jóvenes, a aquel grupo.
—¿Era cierto el famoso malhumor de Onetti?
—Era una leyenda que él fomentaba. Igual que su fama de bebedor. En casa nunca tuve alcohol y cuando venía le daba agua con limón que él bebía con los mismos ademanes que hubiera hecho si estuviera tomando whisky. El creó su propia leyenda negra con sus actitudes, con las cosas que decía. Para mí era un tipo rarísimo, pero tan talentoso que era un placer estar con él. Pero todo ese asunto de la noches y las copas y las mujeres era más literario que otra cosa. Cuando lo vi en Madrid al final de su vida, era exactamente igual aunque ya estaba dominado por el alcohol. En Montevideo tomaba bebidas blancas pero terminó emborrachándose con vino.
"Sí, por momentos, Onetti es un personaje de Onetti. No es que se lo proponga, nada de esto tiene que ver con una pose. Hay algo de juego, es cierto, pero es un juego que responde a la misma necesidad que lo lleva a escribir: la necesidad de vivir una segunda vida, de ser él mismo y de ser el otro a la vez. (...)
Un verano alquilamos una casita con Onetti, acá en Las Toscas, donde estoy escribiendo ahora. No he podido encontrar la casa, posiblemente no la reconocería si la viera, pero en cambio veo claramente a alguien que en ese momento apenas conocía: Dorotea Muhr, Dolly, esa dulce partidaria del mundo que sigue velando los sueños del "maestro" del otro lado del Atlántico. Me parece verla correteando como una criatura sobre la pinocha o tratando de arrancar a Onetti de la hamaca paraguaya y de las novelas policiales para hacer un paseo en bicicleta totalmente impracticable. (...)
Después vuelvo a ver a Dolly en una casa prestada en otro lugar de la costa insistiendo como una nena para que Onetti saliera a ver una puesta de sol, espectáculo que él estaba dispuesto a perderse. O en el departamento de Gonzalo Ramírez, el día de la gangrena. Ella le pedía que se levantara porque estaba ilusionada con salir a cenar —en eso habíamos quedado— y él se negaba a otra cosa que dejarse velar la pierna de la gangrena imaginaria, pero al parecer igualmente preocupante. Estaba recostado en la cama, de traje, cuello y corbata, con la pantorrilla en cuestión al descubierto, inaccesible a los pedidos de Dolly. que seguía intercediendo por su cena en el restaurante. Sólo de tanto en tanto estiraba el brazo para recoger el vino que caía de aquel aparato de vidrio que hacía las veces de vaca. Le bastaba presionar apenas una pequeña válvula con el mismo vaso para que el líquido rojo oscuro contenido en la redoma se pusiera en movimiento y cayera por el tubo transparente. Era la mejor manera de tener el vaso lleno con el mínimo esfuerzo".
(Cuarenta y cinco por uno.— María Inés Silva Vila. Ed. Fin de Siglo 1993.)
PACO ESPÍNOLA
—¿Paco Espínola también iba a las reuniones del café Metro ?
—De vez en cuando. Mi relación con él se intensificó cuando empezó sus clases en la Facultad de Humanidades que acababa de inaugurarse. Maneco y yo íbamos siempre con nuestras respectivas novias, que eran hermanas. Después de las clases nos íbamos a su casa y Paco nos leía lo que había escrito en la semana. En aquella época fue que hizo Don Juan el Zorro.
—¿Necesitaba un auditorio?
—Muchísimo. Te diría que Paco dejó de escribir un largo tiempo por falta de ambiente. Cuando se fue de San José se encontró perdido en Montevideo.
" Paco fue el tipo más dotado para la literatura que yo he conocido y conocí a muchos grandes. José Bergamín decía que él había escuchado a hablar a don Miguel de Unamuno, a Ortega y Gasset, a Ramón del Valle Inclán, pero que un charlista como Paco no había oído nunca. Era un conversador de café inigualable. Y además tenía una formidable capacidad para desentrañar la mecánica de la literatura para ver cómo y por qué está hecha, para desarmarla y mostrar los huesos y los engranajes. Para mí siempre fue un maestro a tal punto que pese a nuestra amistad, nunca pude tratarlo de usted".
(Reportaje del autor a Carlos Maggi. Semanario Búsqueda, junio de 1990)
—Estás en deuda con un libro sobre Paco.
—Puede ser... Tengo una anécdota lindísima. En el año 33 Paco era corrector del diario Uruguay. Todavía era joven. El era del 2, así que tenía treinta y uno. Como era completamente miope, su dificultad para corregir era enorme. Entonces Onetti le caía de noche y lo ayudaba corrigiéndole las galeras. En esa época Paco acababa de publicar Sombras sobre la tierra.
"Bergamín decía que Paco hablaba mejor que Valle Inclán. Pienso —y tuve bastante tiempo para observarlo— que Paco más que hablar "escribía" verbalmente, utilizando aparte de su enorme talento, todos los trucos del oficio, enfatizando ésto, creando suspenso allá, buscando un efecto con esto otro, "presentando" y no aludiendo para hacer que la historia cobrara vida y sucediera. Por supuesto que al tratar de desentrañar la técnica que empleaba no aclara el prodigio que pudiera hacerlo, librado a las urgencias de quien precisamente está hablando y no escribiendo.
En las clases de la Facultad de Humanidades, desmontaba cada canto de La Ilíada como un mecánico puede desarmar un automóvil. Y así desmontando cada pieza, mostrando como Homero anticipaba en un momento lo que iba a pasar mucho después, haciéndonos ver la fuerza de un adjetivo que "ni Dios lo pone" y que "si se saca todo se viene abajo" nos estaba enseñando en realidad cómo se hace una obra para que funcione. (...)
Otra de las grandes devociones de Paco, Aparicio Saravia o el Partido Nacional que para él eran la misma cosa, estaba muy presente en sus conversaciones, junto con el mundo de su padre, que también anduvo en las patriadas. Todo eso en sus labios adquiría las resonancias de una épica que —como hacía con Homero— nos ponía al alcance de la mano. Le gustaba mucho contar cuando salió para Paso Morlán, en el año 35, vestido de traje negro, zapatos de charol y cuello palomita y terminó prisionero en Colonia casi enseguida y sin haber disparado un solo tiro. Se le atascó la escopeta y quedó en el suelo boca abajo, protegiéndose con ella, sintiéndose ridículo. Aunque no tanto, porque al compañero que tenía al lado lo mataron de un balazo. Podría hacer una película chaplinesca con su versión de esta aventura y titularla "Paquito revolucionario". (...) Tan grande era su devoción partidaria que cuando se hizo comunista estoy segura que imaginaba a Marx y Lenin de golilla blanca",
(Cuarenta y cinco por uno.— María Inés Silva Vila. Ed. Fin de Siglo, 1993)
—Nos quedaría hablar de Manuel Flores Mora.
—Pero tendría que hacerlo de otra forma, sin vincularlo a la literatura. Fuimos amigos desde los primeros años del Liceo Francés, a finales de la década del veinte y nuestra amistad siguió hasta el final. Terminamos casándonos con dos hermanas así que te imaginarás que éramos mucho más que amigos.
—Las cosas que escribíamos a medias eran para nosotros de la más alta exquisitez literaria y cultural y de ellas no le dábamos participación a nadie lo cual creaba un abismo de gran desprecio hacia los demás. Esa adolescencia soberbia la compartimos a todo tren. El escribía estupendamente".
(Reportaje del autor a Carlos Maggi. Semanario Búsqueda, junio de 1990)
—Fue un periodista de excepción. Seguramente el espejo de toda una generación que vino detrás. De su labor como creador literario no hay muchas pruebas.
—Lo que pasó fue que su carrera política le impidió culminar como hubiera merecido. En determinado momento de su vida se sintió atraído por la personalidad de don Luis Batlle Berres y se volcó de lleno a la vida política. #Ahí se frustró como escritor. Pero era el mejor de todos nosotros.


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