Páginas

domingo, 28 de noviembre de 2004

Vargas Llosa / Dos muchachas

Mario Vargas Llosa

BIOGRAFÍA

Dos muchachas

El País, 28 de noviembre de 2004

Dos jovencitas, la una barcelonesa, la otra madrileña, dan cuenta a través de sus aventuras, inventadas y escritas por dos novelistas casi tan jóvenes como ellas, de la prodigiosa transformación de la sociedad española a lo largo de medio siglo, mejor de como lo harían muchos volúmenes de sociólogos e historiadores. Para medir el abismo que separa a esos dos mundos y, al mismo tiempo, disfrutar de unas horas de excelente lectura recomiendo leer, o releer, una tras otra, Nada, de Carmen Laforet (1944), y Las edades de Lulú, de Almudena Grandes (1989).
Hasta que yo vine a España, en 1958, no creo haber leído a escritores españoles contemporáneos residentes en la Península, por un prejuicio tan extendido por la América Latina de aquellos años como injusto: que todo lo que se publicaba allá rezumaba ñoñez, sacristía y franquismo. Por eso, sólo ahora he conocido la delicada y sofocante historia de Andrea, la adolescente pueblerina que llega a la Barcelona grisácea de principios de los cuarenta, llena de ilusiones, a estudiar Letras, que Carmen Laforet relata con una prosa entre exaltada y glacial, donde lo que se calla es más importante que lo que se dice, y que mantiene al lector sumido en una angustia indescriptible, de principio a fin de la novela. No hay en esta minuciosa autopsia del ánimo de una muchacha encarcelada en una familia hambrienta y medio enloquecida de la calle Aribau la menor alusión política, salvo quizás, muy de paso, una referencia a las iglesias quemadas de la Guerra Civil. Pero, sin embargo, la política gravita sobre toda la historia como un ominoso silencio, como un cáncer proliferante que lo carcome y devasta todo, esa universidad purgada de vida y aire fresco, esas familias burguesas calcificadas de buenas maneras y putrefacción visceral, esos jovencitos confusos que no saben qué hacer, dónde volver la vista, para escapar a la enrarecida atmósfera en que languidecen de aburrimiento, privaciones, prejuicios, miedos, provincianismo y una ilimitada confusión.

Es admirable la maestría con que, a base de leves apuntes anecdóticos y brevísimas pinceladas descriptivas, va surgiendo ese paisaje abrumadoramente deprimente que parece una conspiración del universo entero para frustrar a Andrea e impedirle ser feliz, igual que a casi todos quienes la rodean. Y, pese a ello, hay en esta adolescente desvalida un espíritu tenaz, indoblegable, que le impide entregarse a la desesperación y vengarse de la mala vida, como hace la bestia de su tío Juan, moliendo a golpes a su mujer, o el tío Román, el artista fracasado, degollándose con una navaja de afeitar, o la abuela, refugiándose en la demencia senil donde se sufre menos que encarando la sórdida realidad. Fuera de Andrea y el perro Trueno, en esa espantosa familia sólo es simpática Gloria, la maltratada esposa de Juan, la tahúr que recorre los garitos del bajo mundo barcelonés timbeando para dar de comer a los inútiles que la rodean.
En el mundo de Nada -el inmejorable título lo dice todo sobre la novela y el lugar en que transcurre- sólo hay ricos y pobres, y como en cualquier país tercermundista, la clase media es una delgada membrana que se encoge y, como la familia de Andrea, tiene ya medio ser hundido en esa mezcolanza popular donde se confunden trabajadores, pordioseros, vagos, parados, marginados, mundo que la espanta y al que trata de mantener a raya a base de feroces prejuicios y delirantes fantasías. Nada existe más allá de ese mundillo larval que rodea a los personajes; incluso el pequeño enclave bohemio que han construido en el barrio antiguo los jóvenes pintores que a veces frecuenta Andrea y que quisieran ser rebeldes, insolentes y modernos, pero no saben cómo, tiene algo de caricatura y campanario.
Pero es sobre todo en el dominio del amor y del sexo donde los personajes de Nada parecen vivir fuera de la realidad, en una misteriosa galaxia en la que los deseos no existen o han sido reprimidos y canalizados hacia actividades compensatorias. Por ejemplo, la violencia. Es imposible no advertir -aunque él ni siquiera lo sospeche- que la manera como la moral reinante ha ido empujando al tío Juan a satisfacer sus pulsiones sexuales es a través de las golpizas sangrientas que inflige a su mujer de pronto y sin razón, como para descargar unas energías sobrantes que lo ahogan. Si en casi todos los aspectos de la vida, el mundo de la novela delata una moral pacata hasta lo inhumano que enajena a hombres y mujeres y los empobrece, en éste, el del sexo, aquella distorsión alcanza proporciones inverosímiles y es, seguramente, en muchos casos, la secreta explicación de las neurosis, la amargura, el desasosiego, el desconcierto vital de que son víctimas casi todos los personajes, incluso Ena, la amiga vivaz y emancipada a quien Andrea admira y envidia.
¿Sospechaba esa muchacha de veintitantos años que era Carmen Laforet cuando escribió su primera novela que en ella retrataba de manera tan implacable como lúcida una sociedad brutalizada por la falta de libertad, la censura, los prejuicios, la gazmoñería y el aislamiento, y que en la historia de su conmovedora criatura, Andrea, esa niña ingenua a la que en la historia "le roban un beso" y la escandalizan, ejemplificaba un caso de desperada y heroica resistencia contra la opresión? Acaso no, acaso todo ello resultó, como ocurre a menudo en las buenas novelas, por obra de la intuición, la adivinanza y la autenticidad con que buscaba, al escribir, atrapar una elusiva y peligrosa verdad que sólo a través de los laberintos y símbolos de la ficción era expresable. Lo consiguió y, medio siglo después de publicada, su hermosa y terrible novela sigue viva.

A diferencia de Andrea, la Lulú de Almudena Grandes -el verdadero nombre de esta encantadora señorita es María Luisa Ruiz Poveda y García de la Casa, aunque usted no se lo crea- no vive en un mundo desasexuado por una moral ignominiosamente represiva. Por el contrario, ella se mueve alegremente, como Andrea entre chopos dorados y edificios y recintos universitarios, entre falos enhiestos, vaginas engordadas por el placer y chorros de semen. Quienes piensan que Las edades de Lulú fue un mero "caso", que debió su éxito a la circunstancia excepcional de que testimoniaba con cierta insolencia sobre los excesos de la famosa "movida" madrileña, harían bien en releerla ahora, quince años después, cuando la "movida" está muerta y enterrada, como he hecho yo. Descubrirían entonces que es una espléndida novela, escrita con madura solvencia, y que, además de captar el "espíritu de una época" con la certera precisión con que lo hizo Nada para los años cuarenta, mantiene en nuestros días toda la pugnacidad crítica, el humor acerbo, la gracia verbal y las audacias imaginativas que sorprendieron tanto, al aparecer, hace tres lustros. También en este caso sorprende que, en su primera novela, una autora de apenas veintitantos años como tenía Almudena Grandes cuando la escribió, construyera su historia con semejante brío, seguridad y solidez y creara un personaje tan rico en matices, atrevimientos, un espíritu tan reacio a la domesticación y al compromiso, al lugar común y al escarmiento, como la traviesa Lulú.
¿Es éste el mismo país donde, cuarenta y cinco años atrás, la virginal Andrea trataba de descubrir la verdadera vida detrás de las máscaras y fantasmas que la encubrían? Lulú, desde que, aún colegiala quinceañera, el profesor y poeta Pablo, amigo de su hermano Marcelo, le da su primera lección coital, se empeña en descubrir todas las posibilidades de la vida del sexo, preferentemente las más barrocas y enfurruñadas, y nada la arredra en una investigación de la que no está exento el placer sino todo lo contrario, y corre incluso el riesgo de morir dilacerada con azotes de púas y vibradores dentados en esa ceremonia sadomasoquista de la que la salva Pablo, en el cinematográfico final. El Madrid donde ocurren las temeridades de esa jovencita audaz es una ciudad de inconformistas, con las puertas y ventanas abiertas de par en par, por las que circulan los vientos de los cuatro puntos cardinales, un país donde, junto con la libertad y la prosperidad y una robusta y creciente clase media que impone sus gustos y valores, sacude a los jóvenes un apetito descomedido de diversión y de ruptura -"el desarreglo de todos los sentidos", lo llamaba Rimbaud-, un frenesí, un hambre de desmesura que quiere romper todos los límites.
Si no fuera por la buena prosa, el humor, la ironía y la inteligencia que la sostienen, Las edades de Lulú sería irresistible después de las primeras veinte páginas, porque una historia centrada casi exclusivamente en orgasmos y fornicaciones naufraga muy pronto, de manera fatal, en la monotonía y la banalidad. Por eso, la mayor parte de las novelas pornográficas son una bazofia, literariamente hablando. La proeza de Almudena Grandes en esta historia consiste en que, sin dejar de ser una novela donde los verdaderos héroes son el falo y la vagina -acaso también el ano y la boca y, apenas, la mano-, Las edades de Lulú es también una penetrante indagación en los secretos de la intimidad femenina, en los fantasmas recónditos que gobiernan desde la sombra la conducta humana.
Lulú no nos seduce por el desenfado con que se entrega a ese sexo que su gurú y marido le ha enseñado a independizar del amor, sino porque lo hace tomando cierta distancia con las experiencias que vive. Esa perspectiva risueña le permite describirlas con gracia y sabiduría, al mismo tiempo que con un deleite nostálgico, lo que da una dimensión intelectual a sus placeres. Esta muchachita no es sólo una raja ávida; es, también, una mujer sensible y con ideas, que, no lo olvidemos, en su frenética peripecia entre chulos, maricas, travestidos, estupradores, etcétera, se ha dado maña para traducir y hacer una edición de los epigramas de Marcial.
Como es una chica inteligente, Lulú advierte pronto que, también en el ámbito sexual, en la frontera que separa a la libertad del libertinaje lo humano comienza a deshumanizarse, a deteriorarse y a tornarse violencia pura y autodestrucción. Por eso, a medida que va cada vez más lejos en su búsqueda del placer, lo encuentra menos y la invade un sentimiento de fracaso. Lulú descubre a los treinta años que la realidad no puede elevarse nunca a las alturas de la fantasía, que intentar vivir el deseo hasta los últimos extremos a que puede extenderlo la imaginación humana significa pura y simplemente inmolarse. Por eso el marqués de Sade, que sabía de estas cosas, escribió que el erotismo consistía en acercar el amor a la muerte.
Pese a las siderales distancias que separan a la frágil Andrea y a la impetuosa Lulú hay algo que las une: la juventud, la voluntad de ser distintas a lo que el medio y el tiempo en que nacieron quisieron hacer de ellas, la integridad con que asumen esas vidas contra la corriente que son las suyas. Las une también la fértil materia verbal que les dio vida y la maleable sociedad en que vieron la luz, la una a la sombra de una dictadura y la otra en la borrachera reciente de la libertad, y el que, ambas, inciertas sobre su futuro, estén siempre dispuestas a aprovechar la menor ocasión para vivir, vivir intensamente, hasta la saciedad.

sábado, 27 de noviembre de 2004

Eugenio Montejo gana el Premio Octavio Paz

Eugenio Montejo

FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE GUADALAJARA

El venezolano Eugenio Montejo gana el Premio Octavio Paz

Juan Jesús Aznarez
México, 27 de noviembre de 2004


El poeta venezolano Eugenio Montejo, de 66 años, ganó el Premio Internacional de Poesía y Ensayo Octavio Paz, concedido por la Fundación Amigos de Octavio Paz, presidida por Marie José Paz, la viuda del Nobel mexicano (1914-1998), y dotado con 100.000 dólares (unos 77.000 euros). Los escritores y académicos Juliana González Valenzuela, Antonio del Toro, Ricardo Pozas Horcasitas, Jesús Silva Herzog y Alberto Ruy Sánchez eligieron a Montejo entre un grupo de 31 poetas latinoamericanos. El premio será entregado el 31 de marzo del próximo año.


El jurado tuvo en cuenta que "en estos tiempos, cuando todo conspira para aumentar la desarmonía del mundo, el poeta nos recuerda que hay que volver a los dioses profundos y que la música del ser es disonante pero la vida continúa". Montejo, que fue director de Monte Ávila Ediciones y agregado cultural de Venezuela en Lisboa, es autor de los libros Elegos, Muerte y memoria, Algunas palabras, Terredad, Trópico absoluto y Alfabeto del mundo y de los ensayos La ventana oblicua, El taller blanco y El cuaderno de Blas Coll.
El escritor Alberto Ruy, por su parte, invocó las reflexiones de Eugenio Sucre sobre la obra de Montejo: su poesía se ha caracterizado "por el espesor y la rica gama textual, por la recreación naturalista y mítica, además de la pasión constructiva y el casi perfecto control del desarrollo del poema".

Devoción

Montejo recibió en su casa de Caracas la noticia y dijo que la poesía está en crisis, ofuscada por los medios audiovisuales, "pero ahora tengo la certeza de que está más presente en esta hora latinoamericana". "Recibir este premio", agregó, "es de lo más honroso para cualquier intelectual latinoamericano. Paz es un gran faro de la literatura latinoamericana, su obra nos ha iluminado". La obra de Paz no está tan presente en la poesía de Montejo como en su ensayística, "porque uno procede por familias lingüísticas que elige por afinidad". El galardonado piensa que la poesía es la devoción ante la efímera vida, el dar testimonio con la palabra terrenal. En su poema Escritura dice: "Alguna vez escribiré con piedras, / midiendo cada una de mis frases / por su peso, volumen, movimiento. / Estoy cansado de palabras".
Desde 2002, el galardón establecido en el año 1988 es entregado por la Fundación Amigos de Octavio Paz, después de que se retiraran, tras un conflicto con la viuda del Nobel y sus colaboradores, los miembros del patronato que lo auspiciaba. Marie José Paz piensa que el premio da suerte a quienes lo reciben: José Emilio Pacheco ganó el Neruda y el Alfonso Reyes. Juan Goytisolo recibe hoy el Juan Rulfo. "Quiere decir que siguen bastante nuestros pasos. Tenemos asegurada la existencia del premio por muchos años", subrayó Marie José Paz. El premio ha sido recibido también por Gonzalo Rojas, Haroldo de Campos, Tomás Segovia y Blanca Varela.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 27 de noviembre de 2004

jueves, 18 de noviembre de 2004

El fin de una tetralogía / A.S. Byatt hurga otra vez en la verdad con 'La mujer que silba'

 

AS Byatt – black and white close-up photo of author in the snow, wearing a black fedora-style hat and scarf, laughing

AS Byatt / Foto de Ian Cook

EL FIN DE UNA TETRALOGÍA
A.S. Byatt hurga otra vez en la verdad con 'La mujer que silba'

ANGEL A. GIMÉNEZ | EFE

12 de enero de 2004                                                                                                                                                                                                                                                                                

NOTICIAS RELACIONADAS

La revisión de las protestas sociales de 1968, que convulsionaron y sirvieron de acicate para una parte de la izquierda, y el análisis metafórico del progreso tecnológico forman los hilos conductores de la última novela de la escritora A. S. Byatt.

'La mujer que silba', un libro con el que la autora, una vez más, y a pesar de ser "mujer e inglesa", procura "salir afuera a buscar la verdad". Un camino que no siempre lleva al lugar deseado.

Pero esta búsqueda es infructuosa en la mayoría de los casos, por no decir siempre, reconoció luego en una reducida conferencia de prensa que se celebró en Madrid para presentar la novela.

Enemiga acérrima de las entrevistas individuales, que prohíbe para evitar asuntos de índole personal, Antonia Susan Byatt constituye una de las voces narrativas más prestigiosas de la actualidad británica, por mucho que le moleste el término debido a una inocente aversión a los escoceses, de quienes no gusta "su modo de celebrar los goles de su equipo". 

'La mujer que silba' (Emecé) completa la historia de la alter ego de la escritora, Frederica Potter, una profesora de literatura que súbitamente se convierte en conductora de un programa de televisión. 

En el trayecto, Potter aparece atrapada en un mundo compuesto por conferencias científicas, comunas hippies, una televisión que, cuando menos, no era entonces tan "boba", matizó, y múltiples alusiones científicas. 

Último de una tetralogía

La novela es el cuarto y último título de una tetralogía que comenzó en 1978 con 'The virgin in the garden' y que siguió con 'Still Life' y 'Babel Tower', todas ellas con el protagonismo de Frederica, un personaje que la novelista no volverá a retomar. "No la echo de menos; ya ha tenido atención más que suficiente", destacó. 

Byatt señaló que su alter ego "es un personaje que se atreve a hacer cosas a las que seguramente no se atreverían los hombres, por lo que comete grandes errores, como casarse con el hombre equivocado por un extraño ideal literario".

Ninguna de las novelas que forma la tetralogía se encuentra en el mercado español, hecho que la editorial Emecé pretender subsanar en las próximas fechas con la publicación, además de 'La mujer que silba', del resto de los trabajos. 

La escritora inglesa -Premio Booker por "Posesion" en 1993- gusta de alternar en sus trabajos el pasado con el presente con el fin, aseguró, "de averiguar qué similitudes y diferencias hay entre ambos". "Este es uno de los propósitos de mi literatura", sentenció.

Revueltas sociales del 68

Así, Byatt, también profesora de Historia del Arte y de la Literatura en la Universidad de Londres durante muchos años- conoce profundamente las épocas que recorre en sus novelas y lee todo lo que sobre ellas cae en sus manos. De hecho, en "La mujer que silba" se adentra en las revueltas sociales del 68, lo que le permite lanzar algunos juicios.

"Fue -manifestó- una época tan enérgica como repleta de ideas absurdas ya que esa energía generó muchos problemas políticos", explicó la autora de 'Angeles e insectos'. 

Su obsesión por la recreación -ahora, anunció, trabaja en los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX para rastrear los orígenes del socialismo en Europa- no impide que su visión de la actualidad combine la acidez con la lucidez.

Así, indicó que le da miedo pensar que "alguien que no ha salido de Estados Unidos rija el destino del mundo" y, en alusión a Tony Blair, agregó que "le apoyaba hasta la guerra de Iraq, aunque nadie puede reprocharle que haya hecho cosas imposibles para otros, como sacar profesores de ciencia de la nada". 

Con todo, mira con satisfacción el panorama, pese a la desconfianza que le produce el llamado trío de las Azores. "Soy un ser biológico, me ha tocado vivir aquí y ahora, de modo que, qué puedo decir, me gusta manejar mi ordenador", comentó entre risas esta autora cuya hermana, también profesora y escritora, no puede nombrarse en las entrevistas bajo amenaza de marcharse.


EL MUNDO


miércoles, 17 de noviembre de 2004

Julio Cortázar / Elogios de cuatro escritores

Julio Cortázar


III CONGRESO INTERNACIONAL DE LA LENGUA ESPAÑOLA

Cuatro escritores evocan 

la modernidad de Julio Cortázar

Nélida Piñón, Carlos Fuentes, Tomás Eloy Martínez y Juan Luis Cebrián revisitan al autor

FRANCESC RELEA Buenos Aires, 17 NOV 2004
       
La sala de actos del Museo de Artes Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA) estaba abarrotada en el primero de los cuatro foros sobre el escritor argentino que ha organizado en Buenos Aires la Cátedra Latinoamericana Julio Cortázar, creada en 1993 por la Universidad de Guadalajara (México) por iniciativa de Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes.
Nélida Piñón destacó el carácter innovador de Rayuela -"sabía como pocos emprender nuevos espacios narrativos", dijo-, aunque en su intervención eligió el cuento Casa tomada, que describió como "uno de los relatos más emblemáticos" del autor. Recordó la escritora brasileña su primer encuentro con Cortázar a mediados de los setenta, en Nueva York. Le impresionaron "la imponencia física" y el carácter afable del interlocutor, "tocado por la seducción divina".

"Fue creador de un mundo propio y universal, como Kafka y Proust", dijo Cebrián
Cebrián conoció a Cortázar a principios de los ochenta en Madrid, en una cena en casa del académico español que duró horas. Fue una conversación larga y amena, en la que se habló de la revolución sandinista en Nicaragua, la transición española, la Cuba de Fidel Castro que desengañó a Cortázar a raíz del caso Padilla, y, cómo no, de literatura.
Cebrián recordó el boom de la literatura latinoamericana (García Márquez, Mario Vargas Llosa, Alejo Carpentier, el propio Cortázar, entre otros) que influyó a protagonistas destacados de la transición española como Juan Carlos de Borbón, Felipe González y al mismo Cebrián, que en aquellos tiempos era el flamante director del diario EL PAÍS, nacido un año después de la muerte de Franco.
El libro elegido por Cebrián para su intervención fue Historias de cronopios y de famas, la primera obra de Cortázar que cayó en sus manos y que describió como "un mensaje absoluto a la inteligencia". "Fue el artífice de un mundo propio y universal, como Kafka y Proust".
"Es el argentino que se hizo querer de todos", dijo de él Gabriel García Márquez, quien en su día no quería dar crédito a la noticia de The New York Times que anunciaba la muerte de Cortázar. Lo recordó Carlos Fuentes en una intervención que reprodujo las palabras de Gabo de aquel 12 de febrero de 1984: "No te creas todo lo que leas en los periódicos".
Fuentes conoció a Cortázar antes de conocerlo, a través de la revistaSur. El encuentro directo fue más tarde en el apartamento de París, donde un joven de aspecto aniñado abrió la puerta: "Pibe, vengo a ver a tu papá". "Che, soy yo", respondió el novelista argentino. Fuentes escogió Rayuela, una obra "de dos espacios: París y Buenos Aires".
Tomás Eloy Martínez empezó a leer a Cortázar antes de los 25 años. Descubrió al novelista en una presentación en Buenos Aires de un libro de José Donoso. Muchos de los asistentes llevaban bajo el brazo un libro misterioso que resultó ser Las armas secretas. Cuando Eloy Martínez fue a por él en una librería, el vendedor le advirtió: "Se parece a Borges". "Rápidamente me di cuenta de que no había entendido nada", recordó.
"Lector devoto" de Cortázar, Eloy Martínez dedicó un recuerdo a aquel diciembre de 1983, cuando el escritor volvió a Buenos Aires, dos meses antes de su muerte: "Felipe González, François Mitterrand, Belisario Betancour, eran sus amigos, pero nunca logró la media hora de audiencia que le pidió al presidente de Argentina. Quizá el mejor elogio de la noche llegó al final, cuando Tomás Eloy Martínez dijo que Cortázar "se lee cada día mejor porque escribe cada día mejor. Tiene 90 años [nació el 26 de agosto de 1914], pero está como un adolescente, destinado a no morir".


martes, 16 de noviembre de 2004

Sergio Pitol / Tres tardes con un maestro en la vida y la escritura


Sergio Pitol

Sergio Pitol

Tres tardes con un maestro "en la vida y la escritura"


RAQUEL GARZON
Madrid 16 NOV 2004

Aunque sus personajes siempre han sido "mexicanos con el mundo como telón de fondo", Sergio Pitol sostiene que quizá Tríptico del carnaval, el nombre genérico con que reunió en los años noventa las novelas El desfile del amor (premio Herralde 1984), Domar a la divina garza (1988) y La vida conyugal (1991), sea "la más mexicana" de todas sus obras. "Como hablaba de México, de casa, me sentía más libre para parodiar. Imaginar los diálogos, oír a esos personajes disparatados en mi cabeza fue una fuente de profunda alegría", afirma el escritor.
Esas novelas, los relatos y los "libros sin género" de este "mexicano universal", como lo definió ayer María Asunción Ansorena, directora general de Casa de América, serán analizados desde hoy en tres jornadas de mesas redondas por pitol-adictos confesos.
"Conocí a Sergio en Varsovia en 1973 y desde entonces lo considero un maestro tanto en la vida como en la escritura", contó ayer desde Barcelona Enrique Vila-Matas, uno de los participantes, que abre hoy el ciclo homenaje en la mesa dedicada a Texto y contexto de la narrativa de Sergio Pitol . "La mezcla de géneros es un hallazgo de Pitol. Empezar un cuento con la escena de un banquete en Madeira y terminar en un ensayo sobre el sentido de la vida es algo natural en su narrativa. Su aspiración, como la de Kafka, es la de ver y vivir una vida profundamente real, pero como en un sueño, algo así como en una realidad flotante", precisó el autor de Bartleby y Cía.
La introducción de Vila-Matas a la mesa se centrará en los cuatro cuentos de Vals de Mefisto, presentados como Nocturno de Bujara y galardonados con el Premio Xavier Villaurrutia en 1982. "Fueron escritos por Pitol en Moscú, tras una etapa de sequía", algo que los hace particularmente queridos para él, explicó. Sobre el estilo de Pitol escribe Vila-Matas: "Su estilo es contarlo todo, pero no resolver el misterio. Su estilo consiste en huir de esas personas terribles que están llenas de certezas. (...) Su estilo consiste en viajar y perder países y en ellos perder siempre uno o dos anteojos (...), perderlo todo: no tener nada y ser extranjero siempre".
Participarán, también, en la Semana de Autor, que comienza hoy en el Salón Bolívar de la Casa de América (paseo de Recoletos, 2), Cristina Fernández Cubas, Marcos Giralt Torrente, Juan Antonio Masoliver, Mercedes Monmany, Álvaro Pombo, Soledad Puértolas, Juan Villoro y el editor Jorge Herralde.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 16 de noviembre de 2004
EL PAÌS



FICCIONES

martes, 9 de noviembre de 2004

Juan Villoro / Premio Herralde de Novela XLISTO 036

Juan Villoro
Barcelona, 2004
Foto de VICENS GIMÉNEZ

Juan Villoro gana el Herralde con una obra "obsesivamente mexicana"

El argentino Eduardo Berti queda finalista


ISABEL OBIOLS
Barcelona 9 NOV 2004


Una novela "obsesivamente mexicana" escrita en Barcelona bajo el "síndrome de Ulises" que afecta a todo inmigrante. Así definió ayer Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) el libro con el que ganó el 22º Premio Herralde de Novela. El testigotiene una lectura política sobre el cambio de régimen en su país tras la derrota del PRI, pero también plantea interrogantes sobre la literatura misma. Una indagación en torno a lo literario que la hermana con la finalista, Todos los Funes,de Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964).
Juan Villoro es autor de las novelas El disparo de Argón y Materia dispuesta, y de los libros La casa pierde (cuentos) y Efectos personales (ensayos). En 2000 se instaló en Barcelona, donde pudo "cultivar la nostalgia" y escribir la novela El testigo con la perspectiva necesaria. Hace unos meses regresó a México. Y de un regreso, precisamente, trata el libro, calificado por el editor de Anagrama, Jorge Herralde, como el "do de pecho" de Villoro.
El protagonista, un profesor de literatura latinoamericana en Nanterre, vuelve a México tras muchos años de ausencia coincidiendo con la derrota del PRI que puso fin a siete décadas de dominio absoluto de este partido en el poder.
"En México pensamos que cuando cayera el PRI tendríamos un periodo de transición similar al de España, que gozaríamos de una apertura hacia un horizonte de futuro. Pero de alguna manera ocurrió todo lo contrario. El cambio fue hacia atrás y volvimos a los tiempos anteriores a la revolución, con nuevos autoritarismos, el dominio de una burguesía que es como un PP a la mexicana y una gran preponderancia de la Iglesia católica", explicó Juan Villoro, quien añadió que en la novela "no se editorializa" sobre estas cuestiones, sino que van apareciendo en el curso de una narración que, en los diversos planos de lectura -la historia del país y la historia personal-, reflexiona sobre el tiempo.
El retorno obliga al profesor a enfrentarse también a los interrogantes que penden de una vieja historia, una relación prohibida con una prima que le impulsó a huir a Europa. Al poner el profesor los pies en México "todo lo retrotrae al pasado. El tiempo bascula hacia adelante y hacia atrás", continuó Villoro.
Pero El testigo es también una indagación sobre la literatura que se manifiesta en la figura del poeta mexicano Ramón López Velarde, fallecido antes de la revolución y cuya obra es utilizada por la nueva élite del país en su vertiente católica.
Por su parte el título de la novela finalista - Todos los Funes, del argentino Eduardo Berti-, conduce al "memorioso" Funes de Borges, el que "podía reconstruir todos lo sueños, todos los entresueños". Como el de Villoro, su protagonista también es profesor de literatura latinoamericana en Francia. Jubilado, viudo, se desplaza de París a Lyón para participar en un congreso. Así y allí, se desencadena una serie de peripecias en las que se cruzan una historia de amor, un misterio familiar, una sensación de "viaje definitivo" y, "como un eco, la aparición de toda la colección de todos los Funes de la literatura latinoamericana como si fueran cameos de fantasmas literarios". Eduardo Berti es también el autor de la novela La mujer de Wakefield, donde regresaba al célebre relato de Nathaniel Hawthorne pero desde el punto de vista de la mujer que es abandonada por su esposo durante 20 años.
El Premio Herralde de Novela está dotado con 18.000 euros. La obra finalista no tiene dotación económica. De las siete obras que llegaron a la final, cinco procedían de países latinoamericanos y sólo dos de España. El jurado estuvo formado por Salvador Clotas, Juan Cueto, Esther Tusquets, Enrique Vila-Matas y Jorge Herralde.
* Este articulo apareció en la edición impresa del Martes, 9 de noviembre de 2004