Alice Munro
Salvo el segador
(“Save the Reaper”)
El juego era prácticamente el mismo al que había jugado Eve con Sophie en largos y aburridos viajes en coche cuando Sophie era una niña pequeña. Entonces se trataba de espías; ahora eran alienígenas. Los hijos de Sophie, Philip y Daisy, se sentaban en los asientos traseros. Daisy no llegaba a los tres años y no podía entender lo que ocurría. Philip tenía siete años y era él quien dominaba la situación. Era él quien escogía el coche que debían perseguir, el coche en el que extraterrestres recién llegados iban de camino a su cuartel general secreto, la guarida de los invasores. Se guiaban por las señales emitidas desde otros coches por gente de apariencia inofensiva o por personas que se encontraban junto a un buzón de correos o que conducían un tractor por el campo. Muchos alienígenas ya habían llegado a la tierra y habían sido convertidos —ésta era la palabra utilizada por Philip—, de tal modo que cualquiera podía ser uno de ellos. Empleados de una gasolinera, mujeres que paseaban carritos de bebé, incluso los propios bebés. Podían estar emitiendo señales.