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martes, 25 de noviembre de 2025

Siri Hustvedt / En la clínica psiquiátrica

 




Siri Hustvedt
EN LA CLÍNICA PSIQUIÁTRICA

Cada semana imparto una clase de escritura a los pacientes de la clínica psiquiátrica Payne-Whitney. Mis alumnos son personas que están internadas porque la vida exterior resulta insoportable para ellas o para otras personas. Allí es donde he sido testigo de lo que significa carecer de deseos o tenerlos muy limitados. Los pacientes con psicosis pueden llegar a ser muy inquietos, llenos de una energía y una creatividad maníacas, pero los que padecen depresión severa permanecen extrañamente inmóviles. Quienes acuden a mi clase son aquellos capaces de dar un paso delante de otro para llegar hasta su pupitre, algo que es bastante más de lo que pueden hacer otros pacientes (que se quedan en sus habitaciones yaciendo inertes en la cama como muertos vivientes). Algunos acuden a la clase, pero no hablan. Otros acuden, pero no escriben. Miran el papel y el lápiz y me dicen que no pueden hacerlo, pero se quedan en clase para escuchar. Una mujer que permaneció sentada totalmente rígida en su silla, moviendo sólo la mano con la que escribía, redactó un relato sobre una morgue donde los cadáveres yacían sobre losas de piedra, con las bocas abiertas y las lenguas asomando negras y gangrenosas. «Por eso estamos aquí», dijo después de leerlo en alto a la clase, «porque estamos muertos. Todos estamos muertos». Mientras yo escuchaba sus palabras, me sentí herida y dolorida. Aquello era más que tristeza, más que una profunda aflicción. Después de todo, la aflicción no es otra cosa que el deseo de retener a los muertos o aquello que hemos perdido y ya nunca volveremos a tener. La aflicción es nostalgia. Significa quedarte estancada sin haber realizado tu deseo. Significa estar en un mundo que se ha detenido, que se ha extinguido. Sin embargo, aquella mujer lo había descrito, se había molestado en transcribir la imagen desoladora que tanto me atemorizó. Le dije que su relato me había traído a la mente unas imágenes horribles, como las escenas tremendas que recordaba de alguna película. Intenté que me mirara a los ojos y conseguí que me sostuviera la mirada durante algunos segundos. Cuando ahora pienso en ello, creo que saqué a colación la comparación con el cine como una actitud defensiva, para mantener cierta distancia con aquella morgue (donde, tarde o temprano, acabaré). No obstante, me he dado cuenta de que suele ser menos importante para los alumnos lo que yo diga que la atención que les presto en cuerpo y alma, mi interés a la hora de escucharlos, concentrada y con la mente abierta. Debo imaginarme lo que se siente en su estado, ponerme en su lugar sin acabar desenganchada del mundo yo misma.
    Desconozco el caso particular de aquella mujer ni cómo fue a parar a la clínica psiquiátrica. Algunas personas ingresan con los vendajes que denotan sus intentos de suicidio. Ella no. Cada persona tiene una historia detrás y cada historia es única. Sin embargo, después de acudir durante un año a la clínica, he visto muchas variaciones sobre el mismo tema. Un hombre lo describió bellamente en un breve poema. No recuerdo sus palabras exactas, pero sí las imágenes que me vinieron a la mente. El hombre volvía a ser un niño que vagaba por un piso buscando a «alguien» a quien echaba de menos. Ve una puerta. Ésta se abre y la habitación está vacía. No encuentro una metáfora mejor para describir la nostalgia por la pérdida que una habitación vacía. Mi alumno comprendió la esencia de lo que echaba en falta: la presencia receptiva del otro y se dio cuenta de que esa ausencia era lo que lo había moldeado y, a la vez, destruido como ser humano.


Siri Hustvedt
“Variaciones sobre el deseo”
VIVIR, PENSAR,MIRAR




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