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Don Quijote visto por Honoré Daumier |
“Sentados sobre el trueno” de la realidad, en compañía de personajes como el Quijote
Una canción escuchada en bucle, que habla de la nostalgia de un pasado que no volverá, desencadena las reflexiones del autor de esta crónica sobre la difícil y cruel realidad que vivimos, con incursiones en lecturas capaces de marcar recorridos, en experiencias y descubrimientos vitales.
Óscar Hernández Arteaga
26 julio, 2025/
Las cosas sobre las que escribir en un tiempo como este son diversas. Ayer fui a ver la última película sobre Superman y me lo pasé muy bien. Pensaba que me iba a dormir pero no fue así. No soy fan de este tipo de cine y el filme ha recibido muchas críticas debido a su enfoque ligero y de «cartoon» (representación simplificada de la realidad que ya vemos en los dibujos y que directores como Howard Hawks, Chaplin o Buster Keaton, o los propios autores de cómics, utilizaban). Nada que ver con el realismo de las anteriores. En fin, pienso que Hollywood ha acabado moldeando nuestra manera de pensar. Lo veo en mí, un canario que pensó que era europeo y que en realidad está a unos cuantos kilómetros de África; que se crió viendo el cine americano (estadounidense) y creyéndose (alienado o simplemente identificado o programado) uno de esos héroes de cartón con algo de esperanza. Y esto es una búsqueda sin fin de temas aleatorios para este nuevo artículo. Empiezo por lo laboral.
Me he estabilizado desde hace unos meses en un puesto del ayuntamiento. Trabajo en el departamento (no sé si dice así) de recaudación y, de momento, me dedico a emitir recibos de los impuestos locales (basura, contribución, rodaje); a tramitar expedientes; a atender a las personas que se acercan con temor o indignación. Escucho sus historias y me creo un personaje kafkiano, atrapado en un bucle burocrático y encabezando con mi inexperiencia una cruzada surrealista de pagos, domiciliaciones, fraccionamientos y miles de expedientes que nunca terminarán de tramitarse. Mi experiencia anterior ha sido en bibliotecas y quiero opositar para dar clases. Mi formación académica se aleja bastante de mi trabajo actual, pero estoy aprendiendo cosas. Primero que Marx tenía razón con lo de la alienación y segundo que el “Bartleby” de Melville, el oficinista que tenía el “preferiría no hacerlo” como frase preferida, existe y existirá siempre.
Sigo con el deporte. Desde hace unos meses practico boxeo. Empecé a hacer lo de siempre en el gimnasio, a perder el tiempo y a aburrirme con las pesas, las máquinas y con alguna que otra cosa. Un día vi que había clases de boxeo, a las cuatro de la tarde, una hora después de mi salida del trabajo, un horario al que no va nadie. Puede que la acaben quitando, pero de momento puedo ir a boxeo. De niño mi padre me matriculó en un gimnasio para que me ejercitara en esta disciplina y estuve unos nueve meses. Creo que he vuelto por eso, por mi padre y porque en el fondo todo lo que se practica ahí, aunque participa de la violencia, es casi un arte físico: técnicas para trabajar la coordinación, la habilidad, la coreografía, la fuerza, avalan esta afirmación. Creo que hay algo de nostalgia en todo lo que hago y de ahí que me guste tanto recrear esos ambientes, ese tiempo quieto que pasa en el camino difícil, como dice la canción.

Termino este preludio con la nostalgia; la nostalgia, el deporte y el trabajo repetitivo. Me pongo con Terry Eagletony su ensayo El acontecimiento de la literatura. Sobre la literatura, o sobre el acontecimiento literario, como fenómeno que existe, que crea mundos y nos hace más complejos, se ha escrito mucho. No considero que haya una esencia que defina lo literario. Más bien creo que la manifestación literaria es un tipo de realidad, al hilo de lo que pensaba Karl Popper sobre los tres tipos de realidades (el matemático, el de los libros o las obras artísticas, etcétera, y el de la naturaleza). Los personajes de las novelas poseen una entidad real peculiar. El Quijote existe, no lo veo cuando voy a comprar al Mercadona, pero sé que existe. De esta manera la literatura amplía nuestra manera de ver el mundo y la puebla de singulares entes reales. Diría entonces que la literatura es un tipo de manifestación especial. Odio las definiciones, pero a veces son necesarias. La conceptualización se basa en eso.
Y la representación, la impunidad, las normas que aceptamos tienen algo de literario y de real, afectan a la realidad y la crean. Se dice que la diferencia entre el genocidio de Gaza y el Holocausto es que el primero se conoce mientras está sucediendo. Yo creo que la diferencia esencial es que el genocida está secundado por el bando supuestamente de los buenos, aunque ese bando lo encabece un payaso mediático. La locura de Alonso Quijano tiene, según el escritor Antonio Muñoz Molina, un componente narcisista propio de los políticos, estos que quieren tener un público ignorante que los admire sin cuestionarse nada.
Mientras escribo esta crónica busco con la mirada el ejemplar de Don Quijote, el que descubrí de niño, que pertenecía a una doble edición en formato de bolsillo y con papel biblia y letra grande, editado en 1961 por Plaza & Janés. Muñoz Molina dice en su libro El verano de Cervantes que le parece natural que sean dos tomos porque dos son las partes (aunque Cervantes divida la obra en más), y porque en realidad se trata de dos novelas diferentes, publicadas en circunstancias y con intenciones distintas, separadas por diez años de diferencia.
Igual que ocurre con la segunda parte de Los Tres Mosqueteros, la evolución de los personajes y de la estructura nos habla de un envejecimiento que es a la vez una modernización del género, el nacimiento de la metanovela, o la novela moderna, ya que la segunda entrega –de 1615– se escribe para reivindicar la autoría (un falso “Quijote” había salido antes, aprovechando el tirón de ventas del original) y para hacer que los personajes sean conscientes de que son personajes de novela. Que yo sepa, este fenómeno de metaficción no se había visto antes. Nos han intentado meter la lectura de esta obra desde niños, al menos a los de mi generación y, a mi parecer, es un error. Afortunadamente ocurre, a veces, que uno descubre la obra y la lee desde un lugar distinto, nada académico y libre de obligaciones.
Recuerdo un seminario que hice hace más de dos décadas cuando estudiaba Filología Hispánica. Se titulaba La modernidad del Quijote y lo impartía la profesora Isabel Castells. Recuerdo lo entusiasmada que estaba con la novela y cómo hablaba de Stendhal (un lector muy entusiasta de la novela de Cervantes, que la descubrió cuando era niño, tras fallecer su madre, y que finalmente el padre le prohibió leer por las carcajadas que le provocaban las aventuras del hidalgo manchego). Yo alucinaba con todo aquello. Ya me había leído la novela cervantina unos años antes, pero ahora la estudiaba, lo que se convirtió en una de las experiencias más locas y emocionantes de mi vida.

La verdad es que miento bastante, porque no fue realmente así. Pero me parecía que quedaba bien, muy literario… Cuando leí la novela de Cervantes me aburrió un poco y cuando la analicé con Castells, me entusiasmó algo porque ya la estaba leyendo de otra manera. La profesora decía que después de Don Quijote (y con su triste final precipitado) el mundo y la vida no eran lo mismo y el arrogante alumno que yo era le discutía tal afirmación. Hoy en día me arrepiento un poco, dependiendo del día. Nada es lo mismo después de esa obra donde el narrador se convierte en espectador; en investigador; en experimentador y en personaje. Sin duda, el libro no es un libro cualquiera. La realidad que crea sobrevive y perdura.
Sentados sobre el trueno es la canción que escucho en bucle desde hace un tiempo, sintiéndome acompañado por la letra y la manera descompasada del cantante de un grupo llamado The New Raemon, que descubrí en el programa de Radio 3 “Que parezca un accidente”. La letra de la canción dice, entre otras cosas, que es el pasado el culpable de todo; que las cosas que nunca se dijeron provocan que nos salgan canas en la barba y que la quietud del tiempo hace que el camino sea difícil. Dicho así parece una chorrada poética, pero cuando la escucho con su ritmo pesado, ese tono como si estuviera desafinada y casi hablada, me toca toda esa parte melancólica y medio lúcida que tenemos todos, haciendo que me vuelva a preguntar qué demonios hago en este mundo.
Hannah Arendt habla de la vanidad del mal para referirse a que un funcionario participaba del horror nazi de una manera cotidiana y sin llegar a considerar ni lo que hacía ni así mismo como excepcional. El mal está en todas partes y se naturaliza. Y así nosotros somos testigos de la impunidad en las acciones deleznables de Estados Unidos, algo que ha sucedido a lo largo del siglo XX y en lo que va del XXI; llegamos a verlo como normal y seguimos consumiendo películas americanas donde se nos vende toda una representación de esa nación con la que simpatizamos. Pienso en cómo cada día se permiten los países poderosos quebrantar las normas, mientras intento leer algo y me encuentro con El ángel de piedra de la autora canadiense Margaret Laurence.

Estoy en una cafetería, donde empiezo a escribir este texto. Me ha resultado difícil escoger un tema. Se me ocurrió reflexionar sobre la impunidad de Estado Unidos y el genocidio. No soy politólogo y no tengo argumentos de especialista, pero creo que nuestra representación de la realidad está condicionada, como le ocurre al Quijote con las novelas de caballería. El cantante de Love of lesbian dice en el FIB (Festival de Música de Barcelona) que lo que sucede en Gaza es un genocidio. La noticia no es el genocidio, sino que un cantante lo denuncie. ¿Es que nos hemos vuelto idiotas? Obviamente sí. Y que nosotros simpaticemos con un modo de vida cuya nación, con la máxima responsabilidad, se ocupa de intervenir en otros países o permite que sean destruidos, nos hace más esquizofrénicos aún. Nos quedamos con nuestro móviles y mundos pantalla. Y lo único que conservamos es la posibilidad de ser.
La soledad y la necesidad de conectarnos hacen ser un poco menos lúcidos, más dependientes. Y no practicamos el espíritu crítico, el pensamiento contestatario real, no el de las redes sociales. Vivimos acuciados por nuestros problemas económicos, emocionales, psicológicos. Y nos ocupamos del autocuidado. Mi amigo Sam me habla de las películas que está viendo un poco avergonzado. Son historias de acción, Misión Imposibleparte enésima, y le digo que también las he visto. Él está siempre leyendo, novelas, libros de ensayo, escuchando música clásica. Creo que por eso se siente un poco avergonzado. Pero en realidad la alta cultura y la cultura de masas, no son sino dos manifestaciones de lo mismo (de casi lo mismo). Son formas de consuelo y asimismo de combate. Podemos protestar a través del arte, crear la cultura del cambio, y transformarnos, empezando por ser conscientes de los modelos que nos condicionan y de la esquizofrenia en la que vivimos.
Vuelvo a escuchar la canción que más o menos dice: “El pasado me trajo aquí / Encanecen mi barba las palabras no pronunciadas, quietos pasan los años en el camino difícil, sentados sobre el trueno...”, etcétera. Y vuelvo con los temas de este artículo: la inactividad, el pasotismo real, el miedo, la representación del mundo, la burbuja mediática, la nostalgia de que todo lo que nos ha traído hasta aquí,como dice la canción, es el pasado que no volverá. Sentados sobre el trueno de la realidad, vivimos adormecidos hasta que la injusticia nos golpee de pleno.

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