El jueves negro de Petro
Petro no va a despertar: no soportaría abrir los ojos y ver lo que ha hecho con el país
Mauricio Vargas
23 de agosto de 2025
Con los seis muertos –entre ellos una mujer embarazada– y 76 heridos causados por la explosión de un carro bomba en Cali, y los 13 policías asesinados cuando un dron derribó un helicóptero en el nordeste de Antioquia, el jueves 21 de agosto de 2025 quedará en la historia como una jornada de sangre e infamia, en la que los niños consentidos durante tres años por la ‘paz total’ del presidente Gustavo Petro, aquellos mismos a los que el mandatario quería convertir en “actores políticos”, confirmaron lo que todos menos el Gobierno sabíamos: que su única vocación es la criminal.
Como en los años más violentos de las décadas finales del siglo XX, los terroristas festejaron sus golpes sanguinarios. “Coronamos, coronamos –se escucha en una comunicación radial de las disidencias de las Farc tras la caída del helicóptero–, mire dónde cayó”. En el primer semestre, los homicidios crecieron 3 %, entre uniformados y víctimas civiles, frente a 2024. Los militares y policías muertos en ataques de las bandas criminales no han hecho más que aumentar en el mandato Petro: 82 en 2023, 103 en 2024 y en cuanto a 2025, ya van 134 en apenas siete meses y medio.
Debilitadas en dinero y equipo, maniatadas en su operatividad y hondamente desmoralizadas, las unidades de las Fuerzas Armadas son presa fácil de los terroristas. Es el resultado de las decisiones de Petro y de Iván Velásquez, su mindefensa durante dos años y medio. Con las manos manchadas de sangre, ambos deberán un día responder por la irresponsable política de marchitar a la fuerza legítima del Estado, incumpliendo así su deber constitucional de proteger la vida, honra, bienes y derechos de los colombianos.
Los mismos aliados que, gracias al pacto de La Picota, ayudaron a Petro a ganar las elecciones en 2022, multiplicaron los cultivos de coca, se llenaron los bolsillos de narcodólares al venderles más cocaína que nunca a los carteles mexicanos y a la dictadura de Nicolás Maduro, reclutaron, mejoraron su armamento –incluidas decenas de drones–, se dedicaron a matar campesinos y uniformados, y asesinaron a Miguel Uribe Turbay. Todo ello ante la mirada complaciente –y a veces complacida– del Gobierno.
Horas antes de la terrorífica jornada del jueves, el Presidente había descalificado a sus críticos: “Están dedicados a decir que estamos en un caos de violencia, ¡mentirosos!”, sostuvo con impostada vehemencia. Eso fue poco antes de contar que no pudo llegar a una cita con el sindicato petrolero de la USO, porque “me quedé dormido y no me despertaron”.
Debilitadas en dinero y equipo, maniatadas en su operatividad y hondamente desmoralizadas, las unidades de las Fuerzas Armadas son presa fácil de los terroristas
El jueves, cuando le informaron de los terribles ataques, no estaba dormido ni emparrandado: qué milagro. Corrió a cambiar de lenguaje, y a esos mismos que antes buscaba graduar de “gestores de paz” pasó a llamarlos jefes de “organizaciones terroristas”. Ya para qué, Presidente: el enorme daño está hecho. Tres años de pendejear con la seguridad y de darles garantías a los asesinos mientras se las quita a los colombianos de bien están pasando factura. La cuenta de su desgobierno la pagan las víctimas con su sangre, con sus vidas, con el dolor de sus familias enlutadas.
“Aquí está su obra de gobierno”, le dijo a Petro la aspirante presidencial Vicky Dávila, mientras el precandidato y senador Mauricio Gómez le cobraba “su permisividad” frente a esas bandas. Otro precandidato, David Luna, exigía que la Administración deje de “ser compinche” de estos grupos, el exministro Mauricio Cárdenas demandaba que Petro no les dé más “protección a los criminales”, y Sergio Fajardo le pedía que “despierte”.
Petro no va a despertar. No soportaría ver lo que ha hecho con el país. En cambio, seguirá pasando los días entre horas de sueño profundo y horas de delirio con los ojos abiertos, siempre lejos de una realidad que es incapaz de mirar de frente porque si lo hace, estará ante la evidencia palmaria de su descomunal fracaso. Faltan 348 días.
EL TIEMPO


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