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viernes, 10 de enero de 2025

Los Ángeles, en llamas

 

El barrio de Malibu, en Los Ángeles, en llamas.
El barrio de Malibu, en Los Ángeles, en llamas. WALLY SKALIJ (LOS ANGELES TIMES VIA GETTY IMAGES)


Los Ángeles, en llamas

Los aterradores incendios simultáneos en la ciudad californiana deben servir para sacar importantes lecciones de futuro


El País
EL PAÍS
09 ENE 2025 - 23:00 COT

Las imágenes de horror de la ciudad de Los Ángeles en las últimas 72 horaspermanecerán en la memoria durante décadas y servirán de caso de estudio sobre varias de las crisis de nuestra época, como la crisis climática, la urbanización sin límites o la politización de los desastres. Hasta cinco incendios activos avanzaban el jueves sin control, no en los alrededores de Los Ángeles, como sucede casi todos los años, sino dentro de la conurbación de 12 millones de habitantes. La típica construcción californiana con estructura de madera y la vegetación de chaparral que se extiende por toda la región sirven de combustible para unas llamas que, impulsadas por vientos de más de 100 kilómetros por hora y una sequedad extrema, están arrasando calles enteras, a la vez que hacen volar ascuas ardientes por toda la ciudad y generan nuevos focos. Las casas y los árboles arden uno detrás de otro como cerillas ante la impotencia de los bomberos, sin recursos para todos los frentes. Al menos cinco personas han muerto y unas 11.000 hectáreas urbanas han ardido. Varios de los barrios con el nivel de vida más alto del mundo han, literalmente, desaparecido. Los costes materiales del desastre son inimaginables hasta que no se disipe el humo. 

Nada es nuevo, y a la vez todo es nuevo. El sur de California solía tener una temporada de incendios asumida entre agosto y octubre, que ha provocado no pocos desastres. Pero ahora las condiciones de sequedad y viento duran hasta bien entrado el invierno. Existe amplio consenso de que el cambio climático ha hecho que la nueva normalidad en California sean los llamados incendios de sexta generación, tan explosivos que generan su propio microclima y se mueven a una velocidad que hace imposible su extinción si no hay algún tipo de tregua. Así sucedió en las tragedias de Paradise (85 muertos en apenas unas horas de 2019) o Santa Rosa (22 muertos en 2017). De los 10 incendios más destructivos de la historia de California, siete se han producido en la última década.

Con todo lo impactantes que fueron esas tragedias, es comprensible que al mundo se le encoja el corazón cuando ve esas mismas escenas de destrucción absoluta en las mansiones frente al Pacífico en Malibu o las colinas de Hollywood, lugares que ocupan un espacio propio en la imaginación occidental a través de la enorme potencia cultural que ejerce la industria de la ciudad. Los destruidos barrios de las montañas del oeste responden a un urbanismo sin reglas que comenzó hace un siglo, nunca se ha corregido, siempre supuso un riesgo y ha provocado no pocos incendios. Hasta que llegó el más grande. Es el momento de preguntarse si Los Ángeles puede permitirse volver a construir en el mismo sitio, de la misma manera, por el capricho de unas buenas vistas que cuestan millones de dólares.

Un problema que no es responsabilidad de Los Ángeles es el del repugnante uso político de la tragedia que comienza a hacer la derecha cuñadista de EE UU. Las políticas ecologistas de California son una obsesión de los republicanos y ya fueron motivo de enfrentamiento con la primera administración de Donald Trump. Se puede esperar que este desastre sea combustible contra las autoridades californianas durante mucho tiempo. La realidad es que, pese a todos sus problemas, California lidera la conciencia contra el cambio climático en EE UU, en parte, por la virulencia con que lo sufre. Entre el horror y la congoja, queda la esperanza de que las lecciones de este desastre sirvan para avanzar aún más decididamente en esa dirección en los difíciles años que vienen por delante, en Los Ángeles y en Washington.


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