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jueves, 12 de diciembre de 2024

José Manuel Ferrater / El cíclope inocente

 


Retrato de Nikki Butler para BIG magazine (1991).
Retrato de Nikki Butler para BIG magazine (1991).JOSÉ MANUEL FERRATER 

El cíclope inocente

José Manuel Ferrater está roto por dentro, como tantos de nosotros. Ahora lo sabemos

PATRÍCIA SOLEY-BELTRAN
06 JUN 2016 - 03:06 COT

La mirada de José Manuel Ferrater es la de un asesino contemplando la descomposición de su presa. Nada escapa a su ojo ciclópeo. Yo le conocí en otra vida, cuando inicié mi carrera de modelo. Este célebre fotógrafo de moda supo enseñarme mi fuerza en una inolvidable sesión de fotografía. Bajo la mirada circular de los viandantes del paseo de Gracia barcelonés, la joven adolescente que yo era se transformó en una mujer que desea. Firme, sin sonrisitas. Trabajamos juntos en muchas ocasiones, pero entre nosotros siempre medió una cámara. Décadas más tarde, he conocido al hombre tras la cámara, al pintor y al poeta.

Ferrater sujeta sus armas con fuerza: rifles, cámaras, pinturas, máscaras y palabras. Todas le sirven para perseguir a su presa. Esa presa que es él mismo. Siempre. Engañosamente quieto, juega al escondite como un monstruo en su laberinto. Quiere que le veamos, no quiere que le veamos. Quiere subyugarnos bajo su ojo único. Quiere interpelarnos desde lo atávico, ese lugar terrible donde somos y estamos. Ya no busca la salida; no la hay. En su obra no hay ni dentro ni fuera, como en el laberinto de Borges. Con la paciencia del cazador experimentado, agazapado tras su gorra, Ferrater espera y acecha. Apunta. Dispara. A matar. No se equivoca. Con despiadada precisión, analiza la evolución del cadáver. Se alía con el tiempo para documentarlo, una y otra vez. Aguza su vista de rayo hasta percibir lo imperceptible, hasta forjar nuestra mirada en el poder transformador de la pasión. En su instalación La causa (Nave de Fomento, Museo del Ferrocarril de Madrid, del 2 al 18 de junio), pintura y palabra. Lo que veíamos ya no es lo que era. Nunca lo fue.

Por su bien y por el nuestro, Ferrater no cultiva la estética de lo terso. Apunta al asombro y al sobrecogimiento que provoca lo prodigiosamente bello. Gritando despierta a los gigantes aprisionados en el subsuelo, porque su honestidad sólo le permite encontrar sentido en lo más hondo. Ferrater es l’home boig (el hombre loco) que no compromete su lucidez. Nunca lo hizo. Antes desafiaría el hierro de su destino aullando en una estampida de búfalos. Es el hombre que contempla, atónito, su niñez absurda. El hombre que doma su rabia para testimoniar el dolor de un majestuoso amanecer. El hombre que nos insta a abandonar toda resistencia, a olvidar el horror de la pérdida, a sentir el delirio de la belleza.

Ferrater está roto por dentro, como tantos de nosotros.

Ahora lo sabemos.


EL PAÍS 

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