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jueves, 16 de noviembre de 2006

La exagerada vida de Oriana Fallaci

 


Oriana Fallaci, en una imagen de 1963.

Oriana Fallaci, en una imagen de 1963.EFE


La exagerada vida de Oriana Fallaci

La legendaria periodista y escritora murió el jueves en Florencia a los 77 años


Enric González

Roma, 15 de septiembre de 2006


Oriana Fallaci, periodista, escritora, polemista, valiente y desmesurada, falleció el jueves por la noche, a los 77 años, en un hospital de Florencia. Residía en Nueva York, pero cuando el cáncer acabó con sus últimas resistencias, hace 10 días, pidió que la trasladaran en secreto a su ciudad natal. El final de su vida fue una mezcla de clandestinidad y fragor público: no se dejaba ver y apenas hablaba con nadie, y sin embargo desde 2001 publicó tres libros feroces contra el islam y contra la "cobardía y mediocridad" de lo que ella llamaba "Eurabia".

Su vida fue exagerada desde el principio. Nació el 29 de julio de 1929 en Florencia y con poco más de 10 años actuaba ya como correo de la Resistencia antifascista: su padre, un carpintero de izquierdas, no le ahorró ningún riesgo. Al final de la II Guerra Mundial estaba envuelta en la aureola de adolescente partisana y gozaba de la admiración de la nueva clase dirigente italiana.

Antes de los 20 años optó por dedicarse al periodismo y a los libros. Las primeras obras, Los siete pecados capitales de Hollywood (1959), El sexo inútil (1961), Penélope en la guerra (1962), Los antipáticos(recopilación de entrevistas de 1963) y Si el sol muere (1965), le reportaron fama y prestigio en Italia. Con Nada y así sea (1969), sobre la guerra de Vietnam, y con sus crónicas sobre aquel conflicto para el Corriere della Sera alcanzó un renombre internacional que le permitió conseguir entrevistas con personajes de gran relieve, desde Henry Kissinger a Golda Meir, desde Yasir Arafat a Bob Kennedy. La mayoría de sus entrevistados la detestaban. Eso le gustaba.

En 1975 publicó Carta a un niño que no llegó a nacer, un libro sobre la experiencia personal de un embarazo y un aborto, su primer auténtico best seller mundial. En 1979 concluyó Un hombre, dedicado a la historia de su compañero sentimental Alekos Panagulis, héroe de la resistencia griega contra la dictadura, fallecido el 1 de mayo de 1976 en un oportuno accidente de automóvil cuando estaba a punto de dar a conocer pruebas sobre la complicidad de varios políticos del nuevo sistema democrático con el régimen de los coroneles.

Cubrió como enviada especial numerosos conflictos bélicos, pero las entrevistas seguían siendo su especialidad, y la realizada en 1978 al ayatolá Jomeini reavivó su leyenda: a diferencia de otros periodistas occidentales, que veían en el clérigo chií una alternativa razonable a la dictadura del sah, Fallaci se le enfrentó y criticó sus opiniones sobre las mujeres.

Inshallah (1990), sobre la guerra de Líbano, fue una incursión en el terreno de la novela que dejó traslucir con claridad su antagonismo respecto a algunas organizaciones musulmanas, en especial la OLP. Siguió una fase de relativo silencio, marcada por su traslado a Nueva York. En 2001, Fallaci reapareció con virulencia. Tras los atentados del 11 de septiembre escribió un vehemente artículo para el Corriere en el que denunciaba el fanatismo islámico y lo comparaba con el nazismo. De ese artículo nació La rabia y el orgullo (2001). Aparecieron luego La fuerza de la razón y Oriana Fallaci se entrevista a sí misma, ambos en 2004.

Sobre el significado de esas tres obras, en realidad una trilogía, escribió ella misma después de los atentados de 2005 en Londres: "Hace ya cuatro años que hablo de nazismo islámico, de guerra contra Occidente, de culto de la muerte, de suicidio de Europa; una Europa que ya no es Europa, sino Eurabia, y que con su blandura, con su inercia, con su ceguera, con su humillación ante el enemigo está cavando su propia tumba".

Las invectivas contra "la comedia de la tolerancia, la mentira de la integración y la farsa del multiculturalismo" le costaron un juicio en Francia por racismo y xenofobia. Un tribunal suizo pidió al Gobierno italiano la extradición de la escritora por los mismos delitos. También en Italia un fiscal solicitó su procesamiento por "vilipendio al islam".

Fallaci estaba ya muy enferma y vivía como una reclusa en su apartamento de Manhattan. No respondía al teléfono y sólo abría la puerta a su hermana y su sobrino. Ambos revelaron que la escritora y periodista temía que la asesinaran. Quiso ser recibida por el papa Benedicto XVI antes de morir y éste le concedió una audiencia privada el 27 de agosto de 2005. No trascendió nada de lo hablado. Fallaci siguió definiéndose como "cristiana atea" y dispuso en el testamento que sus exequias fúnebres fueran laicas y estrictamente privadas. El Papa se sumó ayer al coro de tributos hacia la escritora: el Vaticano hizo saber que Benedicto XVI rezó por ella.


EL PAÍS 



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