Páginas

jueves, 15 de agosto de 2024

Sofi Oksanen / Mi madre

 


Sofi Oksanen

MI MADRE


MI MADRE SIEMPRE usa ropa interior lo más fea y gastada posible. No la compra de segunda mano, eso le da asco, pero busca y rebusca en las rebajas la ropa que sienta mal, y mejor si tiene fallos de fábrica. Mi madre dice que quiere ahorrar. En los mercadillos encontraría cosas mejores a un precio mucho menor, le propone Anna, pero su madre rechaza categóricamente su propuesta.
    Anna, en cambio, solo utiliza ropa interior negra.
    Según su madre eso no tiene nada de raro. Le dice eso y después le cuenta que ella dejó de vestir de negro después de enterrar a su madre. Que no hay nada extraño en que Anna use solo ropa interior negra. Además, Anna es muy joven.
    Pero la madre de Anna no puede imaginarse con ropa negra —rechaza la idea airada, como también rechaza a todas las mujeres de su edad con ropa interior negra—. Una conocida suya la usa. Mi madre lo comenta con Anna y deja entrever que su amiga es un poco..., bueno, algo así como una eterna segundona. Esa eterna segundona visita de vez en cuando a mi madre y se queja de que ningún hombre la toma en serio y que incluso aquel con el que iba a casarse cambió de opinión en el último momento porque a la eterna segundona le dio un cáncer de útero, del que, por cierto, se recuperó. La eterna segundona quiere dejar su estudio de alquiler y sale a dar una vuelta con mi madre por los alrededores de nuestra casa: va buscando un hombre adecuado que tenga casa propia. Mi madre me dice que está comprobado que las mujeres que tienen varias relaciones son mas propensas a padecer cáncer de útero. Cuantas más relaciones, más probable el cáncer.
    En un rincón del armario, Anna encuentra un camisón rojo de encaje y una bata a juego. Mi madre explica que se los ha dado la eterna segundona, que se equivocó de talla al comprarlos. Y ella no pudo sino aceptarlos, porque era un regalo. Aunque, por supuesto, no pensaba utilizarlos. Años después, Anna iba a coger el conjunto sin pedir permiso, y la madre no diría nada al verlo en la cesta de la ropa sucia de su hija.
    Mi madre tampoco dice nada cuando, al deshacer las maletas de papuchi, ve entre su ropa sucia unos sostenes negros, simplemente los aparta y, más tarde, en cada discusión, no se olvida de mencionarlos, «esos sostenes negros, ya sabes a lo que me refiero». En realidad son bastante caros, dice Anna al cogerlos para ella antes de que su madre los tire a la basura, limpios y caros: de Chantelle.


Sofi Oksane

Las vacas de Stalin



No hay comentarios:

Publicar un comentario