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miércoles, 24 de julio de 2024

Philip Larkin / La emoción de la transparencia

Philip Larkin, en su mesa de trabajo, en 1965.
Philip Larkin, en su mesa de trabajo, en 1965.BROWN (

Philip Larkin: la emoción de la transparencia

Su mirada implacable, lúcida y precisa y su extraordinaria capacidad de evocación y síntesis tienen algo que te eleva


Daniel Gascón
27 de julio de 2022

“La privación es para mí como los narcisos para Wordsworth”, dijo Philip Larkin, que habría cumplido 100 años este mes de agosto. Para muchos fue el poeta más importante de la Gran Bretaña de posguerra. Ejerce una rara fascinación en otros escritores: ayudó a su amigo Kingsley Amis en la redacción de La suerte de Jim, Martin Amis ha observado que sus poemas “se leen como relatos destilados”, Andrew Motion escribió una biografía suya, Clive James dedicó décadas de estudio a esos versos “que no sonaban para nada como poesía / y que sin embargo eran exactamente eso”.


Novelista —Impedimenta ha publicado Jill, Una chica en invierno y el divertimento juvenil Enredo en Willow Gables—, bibliotecario en la Universidad de Hull durante décadas, crítico de jazz, a veces su poesía, que sale reunida en Lumen en septiembre, tiene el aire triste de un día inglés: blanco como arcilla, sin sol. Su realismo, ha escrito Johnny Lyons, se compone de escepticismo, sinceridad, humor, ambivalencia y coraje. En una carta describió las relaciones sexuales como “pedir a otra persona que te suene la nariz” y algunos de sus versos muestran una visión dispéptica: “Te joden la vida, tu madre y tu padre”, dice en This be the verse, y recomienda “Sal lo antes que puedas, / y no tengas hijos”. Cultivaba una imagen deliberadamente poco atractiva; rehuía el matrimonio (para disgusto de su compañera durante décadas, Monica Jones); su reputación sufrió tras su muerte por comentarios racistas y reaccionarios en algunas cartas y por una heroica afición a la pornografía. Lo lees y quieres llevar sus versos contigo.

En unas líneas en Albada habla del miedo a la muerte, describe el paso del tiempo y el vacío, refuta los consuelos de la religión o la filosofía, señala la indiferencia ciega de la muerte, y muestra una determinación íntima y resignada mientras traza un movimiento que abarca la ciudad o la humanidad entera, con “médicos [que] como carteros van de casa en casa”. Describe las ilusiones generacionales, la transformación del paisaje, una especie de desasosiego y futilidad que a veces casi se salva por un momento de atención o incluso de amor.

Su mirada implacable, lúcida y precisa y su extraordinaria capacidad de evocación y síntesis tienen algo que te eleva: la emoción de la transparencia, donde “más que palabras te viene la idea de ventanas altas: / el cristal que abarca el sol, / y más allá, el cielo profundamente azul, que no muestra/ nada, y no está en ninguna parte, y es infinito”.

EL PAÍS


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