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lunes, 8 de julio de 2024

La espectacular literatura deforme de Aurora Venturini

 



La espectacular literatura deforme de Aurora Venturini


Mariana Enríquez cuenta cómo conoció a la genial escritora argentina, autora de 'Las primas'.

Mariana Enríquez

19 de abril de 2021

Hacía frío o eso recuerda mi memoria poco confiable. Estaba leyendo en la cama, una taza de café en la mesa de luz y, por todo el piso de la habitación, originales anillados del Premio Nueva Novela de Página/12, para el que trabajé como prejurada en 2007. El original de Las primas era muy diferente a los demás. Había sido escrito en máquina de escribir –ya entonces eso era excepcional– y, para los errores de tipeo, el autor había usado un corrector líquido que, en ciertas frases, se esparcía hacia palabras correctas, pero daba igual, se entendía.

El encuentro con la narradora de Las primas fue impactante. La sintaxis radical que evitaba la puntuación porque la “cansaba”, la brutalidad en la exposición de las miserias de los personajes, la inusitada falta de piedad para describir a una familia. “No éramos comunes por no decir que no éramos normales”, dice Yuna, la que cuenta, una joven con problemas cognitivos (Aurora jamás usaría un término tan correcto: diría que Yuna es tarada), cuya hermana Betina, en silla de ruedas, muda, tiene una discapacidad física y mental profunda y debe ser atendida, a veces, en un instituto especial. Un cotolengo, refiere Yuna, que es adonde suelen acudir casos desesperados como los de su hermana. Fue la escena del cotolengo la que me impactó lo suficiente como para decir casi en voz alta qué es esto, quién escribió este libro, qué está contando. Esta es la escena en cuestión: “Mientras aguardaba que terminara la clase de Betina, paseaba por los corredores del aquelarre. Vi que entró un sacerdote acompañado del acólito. Alguien había entregado la sábana, el alma. El cura asperjaba y decía si tienes alma que Dios te reciba en su seno. ¿A qué o a quién se lo decía? Me aproximé y vi a una familia importante de Adrogué. Vi sobre una mesa sobre un paño de seda un canelón. Que no era un canelón sino algo expelido por matriz humana, de otra forma el cura no bautizaría. Averigüé y una enfermera me contó que todos los años la pareja distinguida traía un canelón para bautizar. Que el doctor le aconsejó no parir ya porque aquello no tenía remedio. Y que ellos dijeron que por ser muy católicos no debían dejar de procrear. Yo a pesar de mi minusvalía califiqué el tema de asquerosidad, pero no podía decirlo. Esa noche no pude comer de asco”.

Terminé la novela y creo que al día siguiente llamé de inmediato a Liliana Viola, otra de las prejuradas, y le hablé de mi extrañeza, mi confusión, mi admiración. ¿La novela era genial? ¿Era acaso el riesgo del texto, era la excentricidad, era la sensación de que no se publicaba nada que se le pareciera, era la voz venida de un lugar desconocido? ¿Quién podía ser el autor o la autora? Liliana también había leído Las primas y estaba en el mismo estado, entre la fascinación y el desconcierto. Creo que ambas supimos que, si el jurado entendía la radicalidad de esta historia y este texto, podía ganar. Y ganó.
Aurora Venturini tenía 85 años cuando obtuvo el Premio Nueva Novela organizado por el diario Página/12. En la ceremonia de entrega apareció con una actitud punk, su cuerpo delgado, su cara insólita, con el gesto entre la burla y el candor –más allá del filo maldito de los ojos pequeños, oscuros, escrutadores–, y dijo: “Por fin un jurado honesto”. Tenía decenas de libros publicados anteriormente. Era peronista, amiga de Evita, había estado exiliada en París luego del golpe de 1955 y en Francia fue amiga de Violette Leduc y conoció a los existencialistas. Los mitos son muchos, se acumulan, ella se encargó de hacerlos crecer en vida: Aurora veía fantasmas desde chica; fue amiga de Victoria Ocampo y de Borges cuando vivió en Buenos Aires (diecisiete años; el resto de su vida la pasó en La Plata); era grafómana; tuvo arañas como mascotas; cuando se cayó de la cama y estuvo internada, toda la osamenta rota, visitó el Infierno y a partir de entonces se hizo amiga de un cura exorcista. Lo que era verdad y lo que era mentira no tenía la menor importancia, entre otras cosas porque ahí estaba la certeza de sus libros, la mayoría publicados en editoriales independientes o ganadores de premios municipales, todos peculiares y obsesionados por un tema excluyente: la familia. Las primas es una historia de familia y de mujeres. Es, decía Aurora, una novela autobiográfica. “Yo no soy muy familiera, nunca fui, pero siempre acabo escribiendo sobre mi familia, o sobre familias”, explicaba. “Mis seres son todos monstruosos. Mi familia era muy monstruosa. Es lo que conozco. Y yo no soy muy común. Soy una entidad rara que solo quiere escribir. No soy sociable. La única vez que me reúno con alguien es el 24 de diciembre”.
Las primas es el monólogo de una idiota pero no hay tanta furia: hay más bien desasosiego y, sobre todo, asco. Los hombres de la familia están ausentes; los varones que aparecen son abusadores y desgarran los cuerpos de estas mujeres vulnerables con la indiferencia de villanos menores. La historia transcurre en los años cuarenta: la madre es maestra “de puntero”, un rol prestigioso para una mujer pero también uno de los únicos posibles. Yuna consigue abandonar la casa, al menos mentalmente, porque es pintora, tiene talento y la ayuda un profesor que la convence de estudiar Bellas Artes y de exponer su obra. Sin embargo, ella está para siempre unida a los cuerpos sufrientes de las mujeres de la familia, su tía Nené, sus primas Carina y Petra, la apacible Rufina, la oscuridad de esa casa de suburbio donde todo es triste y Betina, la hermana, se pasea rum rum en su silla de ruedas, babeando. “Pinté las sombras que no pude evitar porque llevo dentro de mí tantas sombras que cuando me agobian (ídem) las expulso encima de mis pinturas”. Ese “ídem” refiere a que la aparición de la palabra (“agobian”, en este caso) es resultado de una búsqueda en el diccionario, porque Yuna no tiene un amplio vocabulario y escribe contra el lenguaje, contra las convenciones de lo escrito, con lo que le queda de una oralidad precaria. Con esa precariedad cuenta la iniciación no solo de Yuna sino de las otras chicas, todas despreciadas y usadas. La primera en sufrir el abuso es Carina, una de las primas: queda embarazada del vecino (“un papero” –vende verduras–) y la tía Nené decide que debe abortar. No hay muchos abortos en la literatura argentina y en este se describe con precisión el desamparo de la clandestinidad: “Vino la doctora que no lo parecía por lo ordinaria. Preguntó cuál era la paciente y de cuántos meses estaba a lo que respondió tía Nené que de tres y monedas y yo comprendí por qué dicen que los hijos traen un pan bajo el brazo pero tía Nené, que no comía todos los días por falta de dinero, ni por las monedas que traería el nene lo perdonaba. Pase dijo la doctora y temblando pasó Carina, preguntó la tía si ella también podía y la doctora dijo que no y cerró la puerta que nos comunicaba. Se agudizaron los choques metálicos del instrumental”. El aborto de Carina no termina bien, pero no diremos más aquí. Apenas que Petra, la hermana de Carina, una joven liliputiense que trabaja como prostituta desde la adolescencia, se vengará. Las primas Yuna y Petra son aliadas e intentan detener la cadena de abusos que también han sufrido, pero nada es suficiente en esta novela pesimista y brutal, sin heroínas claras, una novela de mujeres extremas, enfermas, obsesivas, maltratadas. Aurora Venturini estaba fascinada por el humor negro, la crueldad, la monstruosidad: ella se consideraba anómala y creía en una literatura deforme, lúdica también, porque Las primas es una novela de reírse en voz alta ante las provocaciones y las decisiones insólitas. Cuerpos al límite, escritura a borbotones como de sangre. Aurora Venturini consiguió con Las primas la notoriedad que buscó toda su vida y la disfrutó como ella sabía hacerlo: mostrando sus cicatrices de mujer monstrua que se creó a sí misma con burlona lucidez.
Prólogo de Mariana Enríquez a la novela 'Las primas'


EL TIEMPO





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