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miércoles, 15 de noviembre de 2023

Camila Sosa Villada / “Tengo un refinamiento especial que hace que la gente se fije en mí”

 


"Reconozco que he sido muy cruel con mis padres, con mis amigos, con mis maestros, con el público, con gente que he amado, con mis amantes, con mis novios. Y en algún momento encontré que la herida yo se la tenía que hacer al mundo" (Foto: Gustavo Gavotti)

Camila Sosa Villada: “Tengo un refinamiento especial que hace que la gente se fije en mí”

La autora de “Las malas” sorprende con “Soy una tonta por quererte”, su nuevo libro de cuentos. Se trata de nueve relatos que conforman un conjunto narrativo vibrante, pleno de furia y belleza 

Por Hinde Pomeraniec
5 de marzo de 2022


Fue Juan Forn quien le dijo: ahora tenés que escribir cuentos. Se lo dijo desde su lugar de editor, luego del éxito de Las malas. Y le explicó que poder llevar su escritura hacia el relato breve y ficcional sería una de las formas de poner en evidencia su talento y demostrar que es una realmente escritora y no solo una persona puede hacer buena literatura con su propia vida. Forn murió en junio del año pasado, de modo que no llegó a ver hasta qué punto -y con qué buen resultado- la díscola Camila Sosa Villada, cuya irreverencia se lee en sus libros pero también en sus intervenciones públicas, presenciales o virtuales, escuchó su sugerencia.


La cordobesa Camila nació en La Falda y es un talento múltiple. Actriz, narradora, ensayista y poeta, estudió Comunicación Social y Teatro en la universidad. Con su primera novela, Las malas, llegó de manera inesperada a consagrarse como una de las autoras argentinas más potentes y transgresoras, lo que le dio también éxito en otros países, premios como el Sor Juana de la Feria de Guadalajara y el Finestres de Narrativa, y traducciones en más de diez idiomas. Las malas, ya se ha dicho, es un libro inclasificable y atrevido que cuenta la historia de Tía Encarna, una travesti que pasa sus noches en la zona roja del Parque Sarmiento, una suerte de gurú y madre colectiva que cobija en su casa a otras integrantes de la comunidad travesti que van por el mundo con toda su vida encima, una vida “que cabe en una carterita de mala muerte”.


Como actriz, en 2009 Camila Sosa estrenó su primer espectáculo unipersonal, Carnes tolendas, retrato escénico de una travesti, que sigue representándose con regularidad y con éxito. Fue protagonista de la película Mía, de Javier van de Couter, actuó en las miniseries La viuda de Rafael y La chica que limpia. Y en teatro hizo El bello indiferente, de Jean Cocteau, Putx madre y El cabaret de la Difunta Correa.


Camila es ella misma una travesti que años atrás se prostituyó para sobrevivir y suele decir que su primer acto oficial de travestismo fue escribir. Autora del ensayo El viaje inútil, el relato Tesis sobre una domesticación y el libro de poemas La novia de Sandro, nombre del blog que tuvo durante un tiempo, con su nuevo libro publicado por Tusquets, Soy una tonta por quererte -traducción del título de una canción de Billie Holiday- confirma su talento narrativo con un volumen integrado por nueve cuentos en los que sobresale aquello que la distingue: para Camila Sosa, el centro es lo que siempre ha sido periferia en la literatura. No se trata de un mundo convencional que retrata lo que está fuera de la norma sino que el núcleo de su obra es uno de los temas que habitualmente es “visitado” por la literatura, el mundo travesti. Textos realistas, relatos que actúan como fábulas, una versión gay de las crónicas de la Conquista y otros registros y géneros conforman un conjunto narrativo vibrante, con una escritura violenta y hermosa, cargada de furia. Una forma de escribir “a los arañazos”, diría ella.


Sus botas celestes platinadas, sus labios violeta, su vestido breve y ajustadísimo y su escote abismal atraen pero no distraen. Es imposible no escuchar lo que dice y cómo lo dice, todo en ella es atrevimiento, ira, provocación. Lo que en otros podría ser vulgaridad, en ella es atractivo y refinamiento a partir de su singular desquite con el mundo; una revancha en la que la rabia toma la forma del arte. “Yo reconozco que he sido muy cruel con mis padres, con mis amigos, con mis maestros, con el público, con gente que he amado, con mis amantes, con mis novios. Y en algún momento encontré que la herida yo se la tenía que hacer al mundo, ¿entendés? Y que esa herida tenía que tener mi nombre”, dirá.


Días atrás, una de las voces más poderosas de la literatura argentina de los últimos años pasó por Infobae para hablar sobre su nuevo libro. Lo que sigue es una charla sobre su rutina de escritura, su modo de pensar el mundo, la corrección política, la culpa del sobreviviente que muchas veces la acecha y los maltratos que no han cambiado “por fuera de los pequeños circulitos de mierda en los que nos movemos”.


— Tu nuevo libro está compuesto por nueve relatos. Al leerlos, es posible pensar que no todo es ficción sino que hay, de pronto, una estilización de cierta experiencia o de algo vinculado con la realidad. Te quería preguntar cómo se armó este libro y de dónde surgen estos textos.


— En un almuerzo que tuvimos con Paola Lucantis y con Nacho Iraola en el 2019, antes de la pandemia, hablamos de qué otra cosa quería escribir y yo les dije que tenía un par de relatos escritos. Me dijeron “bueno, vamos adelante”. En verdad, después de salir Las malas y enfrentándome un poco a esto de si yo estaba escribiendo ficción o estaba haciendo una crónica de mi vida y todo lo demás, Juan (N. de la R. se refiere a Juan Forn) me dijo un día: “Vos tenés que escribir cuentos para que vean que sos escritora de verdad”. Y yo quería demostrarlo, supongo, así que me colgué escribiendo eso. Por supuesto, mi trabajo como escritora es un poco disoluto porque no tengo una técnica más que largarme a escribir y terminar a donde pueda terminar, entonces en algún momento necesité una mirada que me orientara un poco como la de un director con una actriz y la llamamos a Liliana Viola y ella organizó de alguna manera todo ese material, que además con una lucidez… Mirá, muchas veces se me trata con muchísima indulgencia porque soy travesti, es decir me permiten decir cosas que a otra persona no se lo permiten, me permiten escribir mal porque, bueno, porque soy travesti, y Liliana nunca dejó que eso pasara.Y eso para mí es un regalo porque es la única manera en la que yo puedo hacer bien mi trabajo sin esa condescendencia por mi género.

— Ahora, entonces estos textos fueron escritos después de Las malas. ¿No hay nada que haya sido escrito antes o sí?

— Sí, había cosas ya esbozadas. Bueno, el relato de los rugbiers. El relato final también.

— “Seis tetas”, ¿no?

— Sí.

— En “Seis tetas” me pareció encontrar algo del espíritu de Las malas. No sólo un personaje que de algún modo puede emparentarse con la tía Encarna de tu novela sino también ese espíritu que algunos llamarían como de realismo mágico, Hasta de fábula del siglo XXI. ¿Hay algo así?

— Bueno, es un universo que a mí me interesa explotar y detonar también. Es decir, sobre el universo de las travestis y cómo se vinculan con el mundo me parece que hay mucho material todavía para escribir, para decir, para inventar. Pero, sobre todo, desde las travestis hacia el mundo y no al revés. Eso me parecía bastante interesante. Después, la presencia del paisaje, también. Yo creo que fui muy lastimada por ese monte en el que me crié. Lastimada para bien, digo, con gratitud. Esa herida que te hace un paisaje que es brutal, que es peligrosa, y que te recuerda todo el tiempo que todo es naturaleza y que alrededor tuyo la naturaleza no es piadosa. Para eso están, si se quiere, las casas, las amistades, los amantes. Pero el poner un pie fuera de tu casa te expone a muchísimos peligros. Y eso sí me interesa muchísimo hacerlo y sí me interesa mucho ver a las travestis en un paisaje como ése.


— En los dos últimos relatos aparece de distinta manera -uno, yendo muy atrás en la historia; el otro, con una distopía rarísima- la idea de la persecución a la travesti. ¿Vos todavía sentís esa persecución? ¿Te sentís perseguida como antes o sentís que las cosas cambiaron?

— Bueno, lo que pasa es que vivimos rodeadas de gente políticamente correcta y no sabemos de dónde vienen los zarpazos, pero los zarpazos vienen igual. Es muy difícil identificar a un enemigo cuando se ha logrado una especie de maqueta del buen comportamiento y de la tolerancia que tiene que ver con el progresismo, me parece, y que nomás al salir de Córdoba, de Rosario y de Buenos Aires una se empieza a enfrentar con otro tipo de mundo. Bueno, yo hace poco tuve una nota con Migue Granados, por ejemplo, para su podcast, que se llama “La cruda”, y me llamaba mucho la atención cómo las personas se sentían incómodas con su manera de preguntarme. Y yo también me sentí incómoda durante la entrevista, creo que por eso la entrevista concluye como concluye (N. de la R.: en el final de la entrevista, Camila le dio una explicación al conductor acerca del concepto paki, “heterosexual de mirada angosta, monocromático”), pero después, recapitulando, yo dije no, está muy bien que pase esto porque el mundo sí es ese. Ése es el verdadero afuera del que te hablaba hace un rato. Así es la gente genuina. Después, bueno, puede haber alguien que te dice “sí, somos todes, estamos todes incluides en este sistema, estamos tratando de hacer lo mejor”. Y, sin embargo, cuestiones que son muy básicas del buen vivir están pasadas por alto, están siendo ignoradas. Yo veo a mis amigas, las más viejas, las que tienen 60, las que tienen 70, las que tienen 50 incluso, con su dentadura deteriorada, con su vida deteriorada, sus casas destruidas, y digo bueno, cómo si estamos hablando de que está todo bien, de que la Ley de Identidad de Género nos cambió, que el decreto de cupo laboral travesti nos está haciendo mejor como sociedad, cómo puede ser que exista esto también. Y eso sí tiene que ver con que hay cosas que no han cambiado. Y, sobre todo, que no han cambiado fuera de los pequeños circulitos de mierda en los que nos movemos porque son eso, son círculos de porquería que no son de verdad. Que no tiene que ver con los aspectos que una puede crear a su alrededor en su vida, que es decir estar cerca de personas que te traten bien y que te traten como la persona que sos, con lo que te merecés.

— ¿Y tenés algo así como culpa de sobreviviente cuando te encontrás con las amigas de las que hablás?

— Sí, a veces sí. Yo también, bueno, no está bien que lo diga pero yo trato de ir pasando un poco la bola, la suerte. Es decir, no estoy haciendo algo que otras sí hacen (risas). Otras sí lo hacen y se lo quedan todo para ellas y para un mínimo circulito. Bueno, yo trato de hacerlo circular y eso, supongo, es una manera de lavar la culpa. Y, por ahora puedo hacer eso. Me gustaría poder hacer otras cosas, también.


— Camila, en tus cuentos aparece una vez más una especie de pasión por México y por la cultura mexicana. Quiero que me cuentes algo sobre esa pasión y que me digas qué cambió en vos desde que pudiste conocer México.

— Bueno, vos cuando llegás a México encontrás que todo huele, que todo suena, que todo pica, que todo brilla, que todo tiene color. Yo las primeras veces que fui a México me sentí rechazada, además. Fue como una expulsión que hizo el país para conmigo, por la comida sobre todo. Y en un momento que me tocó ir, continuar viajando a México, algo pasó, no sé, algo pasó que me hizo quererlo. Y mucho. Y de todos los lugares de la tierra que conocí, yo creo que es uno de los pocos lugares en los que el paisaje se me parece. No sé, me puedo mover con libertad. Y también tengo la sensación de que todo puede hacerse en México. Muchas veces se habla del machismo mexicano, bueno, los machistas argentinos no se quedan para nada atrás; pero allá sí está todo por hacerse y eso me gusta muchísimo. El apasionamiento es con la comida, eso te soy sincera, más que nada con la comida. Ah, y con los tapatíos, con esos hombres tapatíos que son tan guapos.

— ¿Te sentís como colonizadora en México?

— No, si yo soy india igual que ellos. No, no.

— No, hablo de colonizadora en términos de llevar un discurso y una forma de ser, una forma de colonizar en cuanto a las ideas.

— No, porque parte de mi discurso viene también del movimiento zapatista. Los zapatistas hablaban en lenguaje inclusivo hace 30 años. Ellos en vez de decir todes decían todoas. Tienen una sustancia intelectual política, cultural, que es muy profunda, muy rica, y que nos llega constantemente. Y luego, pues, sí, su forma de hablar. Yo creo que la forma de hablar de ellos es muy dulce.

— ¿Cómo vivís los premios literarios?

— Ay, con mucha alegría porque son con dinero. Si fueran solamente simbólicos, pues ahí ya no sabría qué responderte. Pero como hay dinero de por medio, yo lo veo muy bien. Me alegran mucho. También me alegra ganarme premios que... (risas). Así como hay muchos actores y muchas actrices que trabajan para ganarse un Martín Fierro, un Oscar o un premio, también veo que hay escritores y escritoras que trabajan para eso y está muy bien porque es una forma de hacer dinero, esa es la verdad. Y me los gano yo, que vengo de cualquier lado, que no tengo la menor formación literaria. Y me toman por sorpresa, además. Entonces los disfruto por eso también. Que los viejos de mierda se enojen y digan “ay, se lo dan porque es trans, porque está de moda”. Bueno, me encanta que pase eso.

— Te gusta pelear, eh.

— Me gusta pelear. Mirá, me gusta pelear porque se supone que la literatura es un terreno de conciliación con el mundo, con las ideas, con los afectos, y nadie habla del terreno de la crueldad que es la cultura también y la escritura sobre todo. Entonces, bueno, yo estoy aprovechando ese espacio también para tirar arañazos. Digo la crueldad y hoy justo un amigo me decía “alguien tiene que hablar sobre la crueldad travesti también”, ¿no? Entonces yo decía “bueno, sí, yo reconozco que he sido muy cruel con mis padres, con mis amigos, con mis maestros, con el público, con gente que he amado, con mis amantes, con mis novios. Y en algún momento encontré que la herida yo se la tenía que hacer al mundo, ¿entendés? Y que esa herida tenía que tener mi nombre. Y eso hace que pueda dirigir mi crueldad hacia otros lugares, y eso me gusta.

— Me acuerdo que fuiste cruel conmigo también.

— (risas) Ay sí, es verdad. No, tampoco....

— Cruel no pero... Fue en un momento en que surgió una polémica en relación a la circulación ilegal de los PDFs de algunos libros exitosos y vos insistías con que abusaban de tus derechos de autor porque sos travesti, y yo te decía “no, Camila, el PDF circula porque todos quieren leer Las malas, no porque sos travesti.

— No, yo lo que decía era que no se le podía robar a una travesti. Eso decía yo. Y eso lo sostengo hasta el día de hoy. Como no se le puede robar a una maestra con siete hijos. Eso digo. Tal vez se pueden robar entre ellos porque tienen propiedades, porque tienen trabajos bien pagos, porque tienen seguridades que yo o mi amiga Dolores (Reyes), no teníamos en ese momento. Acababan de salir nuestros libros, les estaba yendo bien, entonces me parecía que hacer eso era no saber leer.

— Leer en sentido amplio.

— Y también en un sentido preciso, eh, yo creo que no saben leer. Lo que sí pasó fue algo curioso porque todos defendían las formas, ¿verdad? Todos decían “esta no es la forma de discutir”, porque yo creo que les había dicho que eran unos ladrones. Que eran unos ignorantes ladrones. Entonces decían “bueno, no es la forma, no es la forma”. Y esos defensores de la forma siempre pasan por alto el contenido. Yo siempre me pregunto qué hay por detrás, porque aprendí a hacerlo desde muy chica. Y ahí sí yo veía que había otras cosas en medio y en juego.

— Seguís pensando eso.

— Y sigo pensando eso, sí.


— ¿Camila Sosa es actriz y escritora o escritora y actriz?

— Animal, animal, bruta. Camila Sosa, bruta.

 (Risas). Tremendo.

— Pero siempre digo esto; todo lo que puedo decir de mí y todos esos manchones de pintura que son mi identidad se hicieron sobre el cuerpo de una escritura. Y eso sí lo sostengo. Lo que pasa es que nunca se sabe dónde termina una profesión ni dónde termina un cuerpo, ni dónde termina un deseo ni qué alcance tiene, ¿verdad? Y suponiendo, además, que escribir o actuar no es privilegio ni de escritores ni de actores, pienso que puedo hacer ambas cosas. Incluso cantar, también. Incluso ser docente, que ha sido la manera en la que me he ganado la vida estos últimos años, tienen que ver con la literatura.

— Pero en cuanto a la vibración, a la emoción de, por ejemplo, subir a un escenario. ¿Qué hay de diferente en relación a lo que te pasa con la literatura?

— Pasa que con la literatura yo estoy enganchada desde la oralidad. Sí, estoy enganchada desde la palabra hablada. Me parece que la escritura le queda chica al lenguaje, que está siendo como una trituradora del lenguaje en realidad, que en realidad la oralidad es mucho más amplia por la que circula una sintaxis mucho más libre y las palabras se van encontrando solas a sí mismas; las ideas emergen de ese discurso. Lo supe después de hacer psicoanálisis y lo confirmé escribiendo Soy una tonta por quererte.



— Leés poesía muy seguido en las redes; se advierte que leés para vos y para los demás. Y la poesía aparece en tus textos, en los que son, digamos, más sofisticados en términos de la historia pero también en los que son como más realistas. ¿Qué es la poesía y cuándo llegó a tu vida?

— Los poemas de Lorca fueron el primer contacto con la literatura. La poesía es Lorca, claro. Eso, sí, la poesía es Lorca, es la libertad pura. Y creo que es una de las pocas prácticas literarias que escapa a este corsé del que te hablo que ciñe...

— De la trituradora.

— Exactamente. Que ciñe el lenguaje.

— Me preguntaba cómo es un día tuyo de escritura.

— Bueno, supongo que tiene que aparecer una emoción intensa que generalmente es la rabia; es algo que no puedo procesar de ninguna otra manera. Ni hablando con mis amigos ni hablando con mi terapeuta ni saliendo a trotar o entrenando ni cogiendo. Hay algo de todo lo que me está sucediendo que no lo puedo procesar de las maneras tradicionales. Entonces empieza a fermentar y sale. Una vez que sale me puedo pasar encerrada tres, cuatro, cinco días sin hablar con nadie. El hecho de estar siendo demandada constantemente de ese afuera con propuestas, con llamados, mensajes, whatsapps de gente que no conozco y tiene mi teléfono, hace que me distraiga y que tenga poco tiempo para escribir. Pero, de todas maneras, el resentimiento es mucho más poderoso que el tiempo. Entonces me puedo poner a escribir y quedarme sin dormir un día. Sucede así.

— Decís “el resentimiento” y me acuerdo que Guillermo Saccomanno me hablaba del resentimiento como motor de su literatura.

— Ay, claro. Yo creo que sí. Porque aparte hay que sacarle esa carga peyorativa que tiene el resentimiento, como si fueras mala por eso. Posiblemente sea mala por otras cosas, también. Pero el resentimiento es como si te hicieran varias heridas en el mismo lugar muchas veces. Entonces hay algo de eso que no puede procesarse a través de la charla o de sublimaciones que están por fuera de la escritura.


— Tu libro lleva como título un tema de Billie Holiday. El relato que lleva ese nombre es como “el cuento norteamericano del volumen”, que hasta parece como una traducción del inglés: los personajes están en Estados Unidos, se supone que hablan en inglés. Y aparece Billie Holiday como un personaje central. Me gusta mucho la descripción que hace la narradora. Dice: “Era lo más refinado, más exquisito, más terriblemente único que podía hacerse sobre la tierra. ¿La han oído alguna vez? Es música para poner cuando sale el sol, cuando calienta la mañana, cuando la comida está en el fuego, cuando muere alguien, cuando te acuestas con alguien, cuando lloras por alguien, cuando te vas a dormir, cuando celebras el día de tu santo, cuando celebras tu muerte, cuando viajas, cuando echas de menos a tu madre, cuando tienes hambre, cuando bebes y hasta para dormir, como una canción de cuna.” ¿Desde cuánto te gusta Billie Holiday?

— Ay, desde hace mucho tiempo. Yo comencé a hacer una obra sobre ella en el 2009, después de que estrené Carnes tolendas hice una obra que se llamaba Llórame un río y era la vida de Billie Holiday y de Tita Merello a la vez. Era toda una metáfora acerca de la música que había surgido a orillas de un río. Entonces hablábamos sobre el tango, la milonga y después hablábamos sobre el blues, y comencé a escuchar primero sus primeros discos, que es cuando ella tenía la voz más prístina, más saludable, y en algún momento apareció toda la colección que ella grabó On Verve, que era un sello que la tuvo hasta el final de sus días, cuando ya se le había roto la voz por el alcohol, por el tabaco, por la heroína, y me fascinó. Y después, cuando empecé a investigar sobre su vida, accedí a un par de libros que estaban muy bien, hay uno que se llama Con Billie Holiday, que es una biografía coral donde contaban cómo era, y había algo que a mí me llamaba la atención de ella que era su elegancia. Entendiendo por elegancia ese momento en el que toda perfección se rompe y queda algo que está roto pero brillando. Esa cosa que ella hacía de juntar pedazos de su vida, escombros, todos los escombros de lo que habían hecho con ella, además, por ser negra, por ser una mujer de color, y se paraba en un escenario y cantaba. Y cantó casi hasta el final de su vida. Me parecía un personaje adorable. De hecho, en mi casa tengo un cuadro de ella que es bellísimo, una foto de ella que conseguí acá en Buenos Aires y la hice enmarcar, que es enorme y me parece como un ángel.

— Es un relato extenso, podría incluso ser una nouvelle. ¿Cómo se te ocurrió esa historia de esas peluqueras que se unen a la vida de la cantante en sus últimos años?

— Bueno, ella en Lady Sing the Blues cuenta en un párrafo pequeñísimo que tenía unos amigos maricones a los que a veces le prestaba ropa y después tenía que ir a buscarlos a la comisaría porque los llevaban presos, entonces, para recuperar los visones, tenía que ir a buscarlos ella a la comisaría. Y a mí esa imagen me pareció increíble. Como una primera gay friendly, así como una de las primeras divas que se animaban a salir a la calle con esos maricones que de noche se vestían de mujer, me parecía fascinante. Y lo empecé a escribir en Mina Clavero y lo terminé ahí también a mano, en alguna de las visitas que hice, y me gustó mucho cómo sonaba. Me parecía una buena historia.


— Estás hablando de la elegancia de Billie Holiday y en un momento, en otro de los cuentos, un personaje dice: “Soy una travesti parda con algo de señora inglesa por dentro”, o algo por el estilo. ¿Qué identificas con esa frase? O ¿qué es esa frase?

— Bueno, viste, decir pardo es peor que decir negro. Es como decir paaarrrdo.

— O marrón. Como otro de los cuentos, donde la nena pregunta “¿por qué somos marrones?”…

— Sí. Y bueno, yo creo que soy un poco así también. Porque - ya es algo que digo muy seguido- vengo de familia de campesinos, de Mina Clavero, con poco acceso a muchísimas cosas, pero a la vez yo entiendo que tengo un refinamiento particular, si se quiere, que hace que la gente se fije en mí.

— ¿Y de dónde viene ese refinamiento?

— Supongo que un poco de la literatura. De Marguerite, de haber leído a Marguerite Duras joven. También de Doria, deAlejandro Doria. De haber sido espectadora desde muy chica de sus ciclos en televisión, de los suyos y de los de María Herminia Avellaneda. Todos esos ciclos que hicieron tanto bien a nuestro país y que han desaparecido.

— Al leer Las malas uno piensa “bueno, sabe escribir, qué bien cuenta, y cuánta historia personal debe tener para contar o relatos que hayas escuchado”. Pero en los cuentos hay muchas ficciones y con diferentes registros, por lo que ahí uno lo que ve es una escritura y una escritora. Y pensaba también que, por un lado, lo que hay es una perspectiva diferente porque el centro está en otro lado al de la mayor parte de la literatura que uno leyó y lee habitualmente, pero pienso, también, que vos te formaste leyendo la misma literatura que leímos todos.

— Ah, mirá. Es verdad.

— Que venís como a hacer un switch, un cambio. ¿Qué pensas de esa literatura que te formó? Recién mencionabas a Marguerite Duras, pero en general la mayoría de nosotros leyó mucha más literatura de varones blancos heterosexuales.

— Bueno, te voy a decir que yo no leo muchos varones...


— ¿Desde siempre?

— Desde siempre. Y no es algo que yo haya decidido hacer ni por militancia ni porque sea rebelde ni nada, se dio así desde muy chica. Bueno, antes fuera del aire hablábamos de Isabel Allende, que era la literatura que llegaba a mi mamá también, que eran cosas que podíamos compartir, ¿verdad? Después sí, bueno, a Lorca, a Lemebel, también a García Márquez y a tantos otros. Pero casi siempre me llama mucho más la atención la escritura de mujeres. Tengo una teoría que es que durante muchísimo tiempo no nos leía nadie, no nos publicaba nadie, estaban nuestros libros en las librerías llenos de polvo y nadie se los llevaba. Entonces no teníamos miedo a equivocarnos. Y esos errores que cometemos las escritoras son… Bueno, eso que decía Borges, te acordás, de “en las grietas está Dios, que acecha”. Me parece que hay algo de eso. En esos errores está todo el meollo de un escrito.

— Uno de los cuentos de tu nuevo libro tiene que ver con la Conquista y esos hechos fueron narrados por cronistas hombres. ¿Leés en función de lo que querés contar o este tema es algo que habías leído antes y dijiste: “quiero escribir sobre esto”?

— Bueno, respecto a Cotita de la Encarnación (N. de la R: mulato que murió quemado por la Inquisición en 1658; personaje destacado de la historia del movimiento LGBT de México. Cotita era sinónimo de “mariquita”) sí, yo conocía su historia pero no quería cometer errores históricos. Entonces me metí a leer un par de cosas que encontré en Internet y un par de cosas que había sacado de unos libros de la historia de la homosexualidad, el de Osvaldo Bazán y otros. Pero sólo para no cometer ninguna imprecisión.


— Estábamos hablando de la rabia y del resentimiento. A veces uno lee declaraciones tuyas en relación con ciertas cuestiones del feminismo en las que decís que te parece que las travestis tienen que ir por otro lado. Al mismo tiempo, hablamos tus lecturas de la literatura de mujeres, escrita por mujeres. ¿Tenés bronca con algún feminismo en este momento o qué es esa diferencia que a veces marcás?

— No, bronca no. No, no. Sí creo que no me puedo quedar mucho en ningún lado. Eso, primero. Luego entiendo que todo se estabiliza, que todo tiende a endurecerse, a cristalizarse y que es preciso hacer traiciones a todo eso, a los amores, a la familia, a nuestros hermanos, a nuestros compañeros de lucha, a nuestras compañeras de lucha. Que en el momento en que, yo digo el capitalismo, pero también se dice tan poco cuando se dice capitalismo, cuando se dice neoliberalismo, pero cuando hay algo del mercado que comienza a meterse, y de la política, sobre todo, digamos política, que toda política es capitalista, además. No existe, me parece, ningún otro tipo de política en este momento. Entonces, cuando la política se mete en esos movimientos, inmediatamente lo enferma. Esta cosa de decir “todo es política”. Yo eso no lo creo, no lo creí y no lo voy a creer nunca. Que todo sea político, que todo gesto humano sea político y que todo gesto de cualquier ser con voluntad de vivir sea político. Me parece que es una estupidez. Que no es tal. Que eso quedó viejo.

— ¿Y por qué término cambiarías la palabra “política”?

— Por la cultura, o por la naturaleza.

— ¿Por la naturaleza?

— Así es. Todo es naturaleza, diría yo.

— Volvemos al monte.

— Sí. Yo creo que hay que comenzar a vincularse con los árboles de nuevo. Con los animales. Es una pena muy grande que desaparezcan especies que podrían estar vivas. Bueno, ahora mismo estamos con esos incendios en Corrientes. Eso no puede pasar. Mirá, Svetlana Alexievich tiene un libro que se llama La guerra no tiene rostro de mujer y uno de los testimonios que se da en ese libro es de una de las soldados que participó en la Segunda Guerra Mundial contra los nazis en Rusia, que van con su ejército, pasan por un pueblo, siguen de largo, y cuando vuelven al pueblo los nazis ya han pasado por ahí, han matado a toda la población y los han tirado en fosas. Y ella dice algo que a mí nunca se me olvida, dice “habían hecho con esos cuerpos cosas que nunca imaginamos que se podían hacer”. Y se conmueve contándolo. “Y lo habían hecho delante del bosque”, dice, “muy cerca de donde estaba esa fosa pastaban los caballos y ellos habían hecho sobre esos cuerpos todo delante de la mirada de esos caballos”. Y pensar que nosotros somos más inteligentes y que tenemos más derechos que un bosque, o que un monte, o que un humedal, o que una especie que no es humana me parece una desinteligencia muy grande. Si todo el mundo está viviendo gracias a un gato, gracias a un perro que le da ganas de volver a su casa a la noche. Cómo puede ser que pensemos que somos superiores a eso. Y no tiene que ver con el especismo, no tiene que ver con el veganismo, no tiene que ver con eso. Tiene que ver con saber que somos parte de un todo lo que tiene voluntad de vivir.

— En uno de los cuentos que más me gusta -”No te quedes mucho en el guadal”- hay un perro que se llama Don José. Es uno de los cuentos que tiene como una impronta realista. Me gusta mucho el vínculo de los hermanos, esa madre ausente y ese padre que es una amenaza. Es bien distinto del otro registro tuyo más de realismo mágico almodovariano que, como te decía antes, veía en Las malas. ¿Cómo te sentís cuando escribís en ese registro más realista?

— Muy bien. Ese cuento me gusta mucho, sí.


— Así como en Las malas, en algunos relatos aparece la idea de la maternidad y sus distintas formas. ¿Qué te pasa con la maternidad?

— Bueno, yo tengo una madre (risas). Tengo una madre y una manera de mirar a mi mamá que es muy particular. Un vínculo muy particular que siempre fue una amistad, que siempre fue con el cordón sin cortar, ¿sabés?

— Camila con “la Grace”.

— Camila con la Grace, exactamente. Algo de la amistad, sobre todo, porque estábamos muy solas. Sobre todo en el campo, viviendo solas sin luz, sin gas, sin agua. Y eso hizo que nosotras fundáramos una amistad más que una relación madre e hija. Y durante mucho tiempo me tocó ser su mamá, también. Y eso puso las cosas de una manera diferente. Hablando con otras mujeres de mi edad, me encuentro con que a ellas también les tocó ser mamás de sus mamás. Entonces digo, bueno, no se dice nada sobre esto. Nadie habla sobre ese vínculo que es tan peligroso también para los niños, para las niñas. La presencia peligrosísima que son las madres, ese animal que anda por encima constantemente robando protagonismo, robando afecto, preocupándonos, haciéndonos tener miedo por ellas constantemente. Bueno, son cosas que me interesan muchísimo.

— Antes decías que se te perdonan cosas porque sos travesti, que se te perdona lo que decís, lo que escribís. ¿Te gusta un poquito especular con eso y hacer algo de terrorismo con las palabras?

— Sí, totalmente. Claro que sí. Mirá, yo ya lo digo siempre esto, nunca digo nada nuevo, pero yo creo que no hay nada más poderoso que las palabras. Y que la prueba es el vudú. Es decir, cuando vos te enterás que hay alguien que te está haciendo algo malo, eso te llega sólo por el lenguaje. Y si me quiero poner un poco más profunda, las travestis nos reproducimos a través de la palabra, no nos reproducíamos ni de un repollo ni porque fornicaban y nacía una travesti, sino que era algo que se hacía así, con las palabras, y en algún lugar del mundo, puc, surgía una flor. De manera que es, no digo un arma, pero sí es un acto de terrorismo que voy a seguir usando a mi favor, por supuesto.


INFOBAE







— Estás hablando de la elegancia de Billie Holiday y en un momento, en otro de los cuentos, un personaje dice: “Soy una travesti parda con algo de señora inglesa por dentro”, o algo por el estilo. ¿Qué identificas con esa frase? O ¿qué es esa frase?

— Bueno, viste, decir pardo es peor que decir negro. Es como decir paaarrrdo.

— O marrón. Como otro de los cuentos, donde la nena pregunta “¿por qué somos marrones?”…

— Sí. Y bueno, yo creo que soy un poco así también. Porque - ya es algo que digo muy seguido- vengo de familia de campesinos, de Mina Clavero, con poco acceso a muchísimas cosas, pero a la vez yo entiendo que tengo un refinamiento particular, si se quiere, que hace que la gente se fije en mí.

— ¿Y de dónde viene ese refinamiento?

— Supongo que un poco de la literatura. De Marguerite, de haber leído a Marguerite Duras joven. También de Doria, deAlejandro Doria. De haber sido espectadora desde muy chica de sus ciclos en televisión, de los suyos y de los de María Herminia Avellaneda. Todos esos ciclos que hicieron tanto bien a nuestro país y que han desaparecido.

— Al leer Las malas uno piensa “bueno, sabe escribir, qué bien cuenta, y cuánta historia personal debe tener para contar o relatos que hayas escuchado”. Pero en los cuentos hay muchas ficciones y con diferentes registros, por lo que ahí uno lo que ve es una escritura y una escritora. Y pensaba también que, por un lado, lo que hay es una perspectiva diferente porque el centro está en otro lado al de la mayor parte de la literatura que uno leyó y lee habitualmente, pero pienso, también, que vos te formaste leyendo la misma literatura que leímos todos.

— Ah, mirá. Es verdad.

— Que venís como a hacer un switch, un cambio. ¿Qué pensas de esa literatura que te formó? Recién mencionabas a Marguerite Duras, pero en general la mayoría de nosotros leyó mucha más literatura de varones blancos heterosexuales.

— Bueno, te voy a decir que yo no leo muchos varones...


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