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martes, 14 de noviembre de 2023

Camila Sosa Villada / “Es muy difícil aceptar que todos estamos siendo prostituidos”


Camila Sosa Villada.

Camila Sosa Villada: “Es muy difícil aceptar que todos estamos siendo prostituidos”



Guillermo Carazo
16 de junio de 2021

Con cuatro años escribió por primera vez el nombre que le pusieron su padre y su madre: Cristian Omar. A los cinco años, Camila Sosa Villada (La Falda, Córdoba, Argentina, 1982) ya sabía leer y escribir. Creció en un humilde pueblo de 5.000 habitantes donde era la única persona trans. Entonces, para Sosa Villada la escritura y el travestismo eran un acto íntimo. Cuando tenía doce años leyó 'Cien años de soledad'. Con trece redactó una historia de amor sobre su profesor de gimnasia y en esta, por vez primera, se autobautizó en femenino: Soledad.

“Yo les hacía la tarea a los grandullones de la escuela, les hacía las redacciones, las sumas y las restas, para que me defendieran si me perseguían los otros y me golpeaban. Me funcionaba muy bien, siempre [la escritura] ha sido un salvoconducto”, recuerda Camila Sosa en una videollamada para elDiario.es.

Cumplió dieciocho, abandonó el pueblo y se mudó a Córdoba capital. En la ciudad argentina, estudiaba en la universidad –cuatro años de Comunicación Social y cuatro de Teatro– por la mañana, y por la noche se prostituía en el Parque Sarmiento. “Un gran pulmón verde, con un zoológico y un parque de diversiones (...) Frente a la estatua de Dante (...) las travestis trepan cada noche desde ese infierno del que nadie escribe, para devolver la primavera al mundo”, describe Camila Sosa en 'Las malas' (Tusquets, 2020) el parque donde ejerció la prostitución hasta hace doce años. 

Camila Sosa ha escrito un poemario –'La novia de Sando' (Tusquets, 2015)–, la exitosa novela 'Las malas' –Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2020– y se acaba de publicar en España, de la mano de la alianza transoceánica entre las editoriales La uÑa RoTa y DocumentA/Escénicas, el ensayo autobiográfico 'El viaje inútil: trans/escrituras'. Es un volumen que continúa afianzando a esta gran escritora argentina de 39 años, que vive en un continente donde el promedio de vida de las personas trans y travestis está entre los 35 y los 41 años, según Naciones Unidas.

Trans/escritura

La literatura siempre ha acompañado la vida de Sosa Villada, al igual que la interpretación. En 2009 estrenó su primera obra teatral, 'Carnes tolendas, retrato escénico de un travesti', pieza que fue testigo de su tránsito de las calles a las tablas. Desde entonces, Sosa compagina la escritura con la actuación en cine, televisión y teatro. “Ahora sería incapaz de precisar los límites que diferencian a una prostituta de una actriz”, escribe Sosa Villada en su último ensayo. “Lo que sucede es que es muy difícil aceptar que todos estamos siendo prostituidos. Tenemos que abolir un sistema que nos prostituye”.

La escritura, “ese oficio inútil e inexplicable”, según Camila Sosa, una vocación que les pareció “un pasatiempo” a su padre y a su madre. A pesar de que fue él quien la enseñó a escribir y ella a leer. “Un día mis padres me llevaron a la vera de un bosque. Frente a mis ojos se erguían árboles de mil años. Los picos de los cerros se ocultaban detrás de ellos como si tuvieran miedo de ser vistos. Con suavidad mi mamá me empujó dentro del bosque y yo no miré atrás. En este bosque hice mi casa, elegí mi tumba, tuve amores y soñé mis reencarnaciones”, describe la escritora en 'El viaje inútil'.

Por parte de madre, la bisabuela y el bisabuelo de Camilla Sosa eran analfabetos, no sabían leer ni escribir. Su abuela paterna escribía poemas a los santos, “poemas de amor”, a los ojos de su nieta. La vida en Mina Clavero, el pueblo de la Córdoba argentina donde Sosa Villada creció, fue dura. “Éramos gente de campo, éramos muy pobres, teníamos que trabajar todos: mi mamá, mi papá y yo, teníamos que sostener la economía de casa entre los tres”, afirma Sosa.

La autora recuerda que una vez cayó enferma y tuvo que guardar reposo. Su familia no tenía dinero para comprar libros. Entonces su madre visitó a una vecina reconocida por su gran biblioteca para que prestase libros a su hija. Esta vecina septuagenaria se llamaba Elba Merlo de Fuentes. Además de confidente, Elba Merlo fue una pieza importante en la vida de Camila Sosa pues alimentó su pulsión literaria. “A Elba nunca se le ocurrió cuestionar nada de mí. Me decía: 'si las cosas están mal en tu casa, aquí tienes la puerta abierta'”, rememora con afecto.

Literatura como salvoconducto

Chamanismo y exorcismo son algunos de los términos que Sosa Villada utiliza para referirse al ritual de la escritura. Acto de rebeldía y reflexión donde se encuentra con espíritus y fantasmas, tanto amantes como ancestrales. “Es mi herencia cultural, no me la puedo sacar de encima. A pesar de que soy un descreída de la iglesia católica, soy apóstata. Es mi herencia, lo que conocí desde chica”, afirma la escritora argentina. Sosa viene de una familia católica. “Hice la comunión, fui monaguillo, la infancia misionera”, añade.

La escritura como método de psicoanálisis, así lo cree la autora de 'Las malas'. Novela que se nutre de sus propias vivencias, pero también da cabida a una ficción mágica. El sujeto de la obra son los vínculos creados entre las travestis que conviven y trabajan entorno a un parque y lo que en este sucede. Los cuidados de la tía Encarna, la amabilidad del hombre sin cabeza, la crianza de El Brillo, son algunas de las vivencias que construyen una historia cruda, cargada de amor, precariedad y camaradería. 'Las malas' va por su tercera edición en España, en Argentina vendió siete en menos de un año. Por el momento, el libro se ha traducido al alemán, francés, noruego y croata.

Sosa siente que el goce de la escritura es mucho mayor que hacer el amor. Actualmente, la autora cordobesa está corrigiendo un libro de poemas que saldrá en fin de año. Camila Sosa intenta irse pronto a la cama, sobre las 11, para estar temprano en pie y salir a correr por su ciudad. El resto de su tiempo lo pasa en casa –confinada–, corrigiendo en soledad su próximo poemario. “Me preparo un cafecito, un té, a veces, si estoy dispuesta, me hago un gin-tonic. Entonces, fumándome mi porro, sigo corrigiendo y pienso: esta compañía es impagable, todo lo que una mujer como yo puede soñar. Estar consigo misma en su casa haciendo mundo, me siento como Dios”, señala Sosa.

EL DIARIO


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