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miércoles, 2 de agosto de 2023

La constante actualidad de Iris Murdoch

 





Vicente Luis Mora

LA CONSTANTE ACTUALIDAD DE IRIS MURDOCH

28 de febrero de 2021

 

“[…] considero que la conciencia general está hoy en día dominada, o bien por las convenciones, o bien por la neurosis, y en estas dos filosofías actuales hay muchos rasgos en los que podemos vernos retratados”.

Iris Murdoch, “Retorno a lo sublime y a lo bello”, Revista de Occidente n.º 44, enero 1985, p. 73.

 

"La mitología, por su parte, hace que la actitud trágica se antoje en cierto modo histérica y que el juicio que se limita a lo moral quede corto de vista".

Joseph Campbell, El héroe de las mil caras; trad. Carlos Jiménez Arribas, Vilaür, Atalanta, 2020, p. 70.

 

 

Si tuviera tiempo, como hace unos meses, de seguro estos libros me hubieran animado a construir una de esas entradas-mamotreto de quince folios que solía redactar antaño, pero mi ritmo de trabajo me aconseja levantar el pie del acelerador el fin de semana, y no confundir el descanso con el cambio de causa de estrés. Por este motivo, apenas me haré eco de tres libros que, aun siendo de años diferentes, muestran que la escritora irlandesa Iris Murdoch sigue disfrutando de una persistente y merecida vigencia. A estos libros habría que añadir Iris Murdoch. Ensayo sobre la intensidad (Letra Capital, 2019), del escritor y cineasta Ramón Luque Cózar, que no he tenido la oportunidad de leer.

 

El primer libro que quería recomendar, muy reciente, es Iris Murdoch. La hija de las palabras, de la estudiosa María Gila (Editorial Berenice, 2021). Estamos ante un estudio integral sobre la obra de Murdoch -hay aspectos biográficos, pero su finalidad es más contextualizar las ideas que intentar sustituirlas-, donde Gila va recorriendo algunos puntales importantes de la autora: su trabajo filosófico y ensayístico; la difícil relación entre éste y la obra creativa de Murdoch, que ella siempre quiso mantener separados; su concepción del concepto de imaginación -eje central del ensayo de Pau Luque que ahora veremos-; la irregular trayectoria narrativa de la autora irlandesa, causada en buena parte por su voluntad de cerrar en lo argumental y lo discursivo lo que había abierto en lo moral (“la propia Murdoch reconoció su tendencia a cerrar en exceso sus obras”, Gila, p. 62)”; las reflexiones sobre la religión y el bien; el debate a partir de la obra de Sartre entre el perfeccionismo moral y la disolución de la responsabilidad del individuo; la ascendencia de Schopenhauer sobre su pensamiento, tema al que dedica un largo capítulo; el pormenorizado estudio sobre el concepto del deber en las novelas de Murdoch, que se extiende durante 75 páginas; las ideas de sufrimiento, muerte y vacío moral, y un posfacio sobre la responsabilidad, al que luego volveremos. Del cuidado intelectual y rigor de María Gila creo que da buena cuenta la página 103, cuando compara los acercamientos al concepto de contingencia de Iris Murdoch a cargo de los estudiosos Antonio López Hernández y -mi admirado- Julián Jiménez Heffernan:

 


En resumen, creo no arriesgar nada si asevero que Iris Murdoch. La hija de las palabras, de María Gila, va a convertirse en una referencia inexcusable a la hora de acercarse a la autora de Bajo de la red.

 

El segundo sería el libro con el que Pau Luque obtuvo el premio Anagrama de Ensayo, Las cosas como son y otras fantasías. Moral, imaginación y arte narrativo (Anagrama, 2020). Es el de Luque un ensayo de largo alcance, con diversos y sugerentes temas, y ningún resumen apresurado, como el que vamos a hacerle, le puede favorecer, pero lo intentamos. El filósofo del Derecho Pau Luque realiza un estudio sobre las espinosas relaciones entre moral, bien, realidad y arte literario, temas que son centrales en el pensamiento de Murdoch y por ello la escritora irlandesa es, a su vez, uno de los centros nucleares del ensayo de Luque (especialmente entre las páginas 147 y 165, pero no sólo ahí). Luque, como quien esto firma, descree de las novelas unidireccionales, con una sola interpretación ética, que él denomina favolettes y que, según el grado de inepcia de sus practicantes, oscilan entre la fábula buenista y el panfleto inane. No son pocos los y las novelistas de éxito que practican esta fórmula de libros empaquetados ideológica o éticamente desde las entrevistas, que leen personas por lo común ya convencidas de las ideas más yacentes que subyacentes entre sus páginas, conduciendo a una burbuja de sesgo que ríete tú de las redes sociales.

Frente a ese unidireccionalismo novelesco, que lo único que pone en cuestión es la salud mental de sus editores, Luque prefiere la novela en conflicto consigo misma, sin soluciones fáciles, sin moral decantada, que no sólo cuestiona las ideas del lector, sino que, antes y sobre todo, se cuestiona a sí misma como obra de arte -mediante el lenguaje narrativo- y a sí misma como artefacto transmisor de ideas. El autor lleva a cabo una disección muy interesante entre dos formas de bascular la tensión entre realidad e imaginación (panal* y panal**, las llama; quizá la distinción hubiera requerido una terminología divisiva más clara, pero creo que con esas rúbricas quiere enfatizar precisamente lo difícil que es a veces distinguirlas), y se mueve con soltura entre obras literarias (Lolita de Nabokov y las novelas de Murdoch, entre otras), musicales (la discografía de Nick Cave) y filosóficas, donde destaca, como hemos apuntado, la obra ensayística de Murdoch. Luque tiene un interesante apartado sobre el realismo literario, en el que el peso de la imaginación representa, en realidad, la capacidad de una voz literaria de preguntarse a sí misma sobre su capacidad de representación de todos los recovecos y dobleces de lo real, con la debida apertura a la alteridad. En el mismo sentido y abordando la misma cuestión, María Gila recoge una reveladora opinión de Iris Murdoch: “El realismo de un gran artista no es fotográfico, sino que está constituido esencialmente tanto de piedad como de justicia” (La soberanía del bien, p. 197), y añade una opinión de propio cuño: para Murdoch “reflejar la realidad en el arte demanda un esfuerzo moral por comprenderla más que por emularla” (Gila, p. 51). Creo que hay una sintonía armónica entre esas ideas y Las cosas como son de Pau Luque; un ensayo cuya disección y discusión darían para un seminario, pero que aquí no podemos dejar de recomendar por la penetración y rigor de sus ideas, que pueden disfrutarse sin necesidad de estar de acuerdo en todo momento con ellas. En eso precisamente consiste la multidireccionalidad inherente a los buenos libros.

 

Y el tercer libro es de la propia Iris Murdoch, La soberanía del bien (Taurus, 2019) en la edición y versión de Andreu Jaume —de quien quiero destacar una joya recién aparecida, su edición y traducción del Elogio de la piedra caliza de W. H. Auden para Acantilado—. Este libro de Murdoch es su acercamiento más concentrado a una de sus ideas centrales, como vimos más arriba: la del bien, “una idea difícil que sólo se revela de forma gradual”, según Jaume (introducción, p. 28), y a la que Murdoch se acerca a través de una atrevida mezcla de enfoques: psicología, filosofía, religión y “también aprovecha elementos de la teología y de la espiritualidad oriental, sobre todo del Bhagavad Gita y del budismo” (Jaume, p. 30), una mezcla que no tiene por qué funcionar siempre, pero que genera la sensación de no estar leyendo siempre el mismo texto, uno de los problemas constantes del ensayo de corte filosófico. El ensayo de Murdoch, por esa razón varia, es muy sugestivo, porque oscila entre profundas reflexiones a partir de la filosofía kantiana o de la analítica inglesa, y otras cavilaciones sobre la necesidad de la literatura como modo cultural de entender debidamente todas las dimensiones de lo humano (véase páginas 121 y siguientes). Su publicación por Taurus se enmarca dentro de un movimiento editorial de recuperación de obras de Murdoch -sobre todo novelísticas, pero también de ensayo-, que vienen realizando algunos sellos españoles durante los últimos años: Lumen (El príncipe negro; El sueño de Bruno; El mar, el mar), Siruela (La salvación por las palabras, El fuego y el sol, Nostalgia de lo particular) e Impedimenta (El unicornio, El libro y la hermandad, Bajo la red, Monjas y soldados). Novelas que, como señaló uno de sus lectores acérrimos, Gonzalo Torné, le otorgan un lugar bastante singular en las letras inglesas: “si la preeminencia de Murdoch no se aprecia con tanta claridad quizás se deba a su rareza, una rareza particularmente rara, pese a que sus novelas, por complejas y matizadas que sean, no le cobran al lector la tasa de acceso de la dificultad (uno de sus poderes es hacernos parecer más inteligentes al leerla que de costumbre); ni tampoco abordan cuestiones extravagantes: al contrario, uno de sus temas recurrentes es la locura del enamoramiento, la más corriente de las ocupaciones del ser humano adulto” (G. Torné, “La rareza de Iris Murdoch”El Cultural, 08-07-2019).

 

La idea de la responsabilidad individual y su relación con el concepto de bien común está presente en los tres libros, seguramente porque, como apunta María Gila en su conclusión, es uno de los centros de su obra ensayística, aunque no acaba de resolverse, constituyéndose sus novelas en el centro de operaciones de diversas puestas en práctica de situaciones hipotéticas que llevan a sus personajes a oscilar entre lo posible y lo debido, revelando las tensiones entre lo individual y lo colectivo sin sentenciar ni moralizar al respecto -como pide Pau Luque para la buena narrativa: que nos lleve a pensar, sin tener la sensación de que se nos intenta persuadir de una u otra motivación-. El bien narrativo de Murdoch, en resumen, no es tanto un ideal platónico, sino la misma idea de ponernos a pensar sobre qué hacemos y quiénes somos, sin tener que dar(nos) una respuesta definitiva. Frente a cierta “novela de actualidad” que aborda problemas sociales y políticos desde una clarísima convicción de planteamiento, escribiendo columnas de opinión de cuatrocientas páginas, Murdoch opina, sentada en un sillón de orejas estampado de los años ochenta, que quizá la función de la novela no sea ofrecer soluciones baratas a los problemas, sino pensar la enorme complejidad psicológica, social y filosófica de aquellos asuntos en los que están involucrados el sentido del deber y la visión de la libertad propia de millones de ciudadanos.


DIARIO DE LECTURAS




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