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lunes, 24 de julio de 2023

Alejandro Zambra /“Escribir se asemeja más que nada a desaparecer”

 


Alejandro Zambra, en su casa en Ciudad de México, el pasado 3 de septiembre.
Alejandro Zambra, en su casa en Ciudad de México, el pasado 3 de septiembre.ALEJANDRA RAJAL


Alejandro Zambra: “Escribir se asemeja más que nada a desaparecer”

El escritor chileno, considerado uno de los más importantes prosistas de la lengua española, reflexiona sobre su país, sus libros y su falsa timidez


Juan Cruz
Madrid, 26 de septiembre de 2021

Alejandro Zambra cumplió el pasado viernes 46 años; nacido en Santiago de Chile, dos años antes del golpe militar que acabó con Salvador Allende, es, según críticos y lectores, uno de los más importantes prosistas de la lengua española. Ahora vive en México, desde donde contestó el cuestionario de esta entrevista, que luego se prolongó por teléfono. Su último libro es Poeta chileno, una novela que despoja de solemnidad todo lo que toca, incluso aquello que podría considerarse intocable. Esa ha sido su manera de afrontar la escritura, que tiene en Bonsái (casi todo lo ha publicado en Anagrama) uno de sus puntos de inflexión más sorprendentes o extraordinarios. Parece tímido, pero dice que no lo es, y en cuanto a lo que se llama escribir, sostiene que es lo más parecido a desaparecer.


Pregunta. Usted nació dos años después de que empezara esa última novela triste que es el Chile del golpe y de después del golpe. ¿Cómo le contaron aquella tragedia?


Respuesta. Al principio con frases breves, casi involuntarias. Y malentendidos y sobrentendidos. Costaba distinguir entre silencio y silenciamiento. Durante años, puertas adentro, estaba prohibido hablar de política, pero tuve la suerte de hacer amigos generosos que me permitieron participar de sus discusiones.

P. ¿Cómo le ha afectado la duración de ese complejo relato?

R. Lo que siento se parece a lo que expresa ese poema precioso y terrible de Jaime Gil de Biedma, Intento formular mi experiencia de la guerra. Infancia y dictadura sucedieron a la vez, es difícil separarlas. Y la infancia siempre es, de alguna manera, una dictadura de los padres. Y funciona como una ficción, es un tiempo largo que no recordamos bien, que más o menos inventamos.

P. Poeta chileno es una suma de lecturas que usted despedaza, como sucede en No leer u otros textos. ¿Qué salvaría ahora de todo lo que ha tachado? ¿Qué estima que sus colegas entendieran que deben hacer para no caer en los defectos que usted ha encontrado en los libros tachados? ¿Cuáles ha percibido en su propia escritura que haya ido tachando después?

R. Soy mucho más un productor que un detector de defectos… En cualquier caso, la idea de “obra” me parece un lastre, yo quiero sentir que estoy empezando, balbuceando, tartamudeando. La mayor parte del tiempo siento que no sé escribir, que tengo que aprender de nuevo. Intento probarlo todo, no rechazar nada de antemano, pero no me interesa la literatura “afirmativa”, incluso si adhiero a lo que afirma, no me entusiasman los heroísmos retroactivos ni el contenidismo ni el autobombo. En la literatura que más disfruto, en cambio, encuentro siempre una disposición o pulsión autocrítica que para mí es señal de subversión verdadera.

La idea de ‘obra’ me parece un lastre, yo quiero sentir que estoy empezando, balbuceando, tartamudeando.

P. ¿Qué le queda a usted de sus libros escritos? ¿Cómo los hace? ¿Alguna vez le gustaría deshacerlos?

R. ¡Prefiero escribir otros! Me cuesta muchísimo soltar mis libros, pero cuando los publico es porque estoy dispuesto a olvidarlos, a perderlos. Son como hijos que se fueron de la casa, quieres que les vaya bien, pero te interesan más los hijos que sigues criando. Por lo demás, publicar un libro es algo muy raro, creo que nunca voy a acostumbrarme. Digo, en esencia. Escribir no tiene nada de raro, porque escribir es escribir mal, equivocarse, repetir curso. Escribir es una actividad laboriosa, no muy fotogénica. Publicar es un acto estridente y para nada elegante… ¡Mírenme, escribí un libro!

P. Hay en todo lo que escribe un enorme desenfado, que quizá sería lícito también llamar enfado. Vive en países, Chile, México, que pasan por coyunturas difíciles. ¿Esa realidad que observa a qué estado de ánimo le lleva?

R. Prefiero el desenfado al enfado, aunque, como usted dice, no son antónimos. Ahora tengo más países y por lo tanto más expectativas y desilusiones, pero intento estar a la altura de los desafíos, que son tantos, aquí, allá y en todas partes. Tenemos un chamaquito de tres años y medio, hermoso y parlanchín, gracias a él este tiempo horrible ha sido menos angustioso. Trato de verlo todo a través de sus ojos. E intento pensar México y Chile como un solo país, el país de mi hijo. Aunque si le preguntas a él, a veces responde que es latinoamericano y otras veces, no tengo idea por qué, dice que es inglés, y también me ha dicho, con toda razón, que es terrestre.

P. Usted ha vivido desde fuera el reciente proceso político que desemboca en la búsqueda de una nueva constitución en Chile. Escritor como es, autor de fábulas, ¿cómo vive la realidad que asoma en su país ahora con tanta viveza?

R. Con alegría y esperanza. Es un proceso complejo, radical, necesario, ambicioso, valiente. Hace no muchos años, terminar con la constitución del dictador sonaba a quimera, pero está pasando, y eso me impresiona y emociona. Y me enorgullece constatar a diario que tantas causas en su momento minoritarias se volvieron masivas y urgentes. Y extraño mucho Chile, ya son casi dos años sin ir a mi país. Bueno, 657 días. A estas alturas, extraño hasta a gente que me cae mal.

Prefiero el protagonismo compartido y desordenado y los ambientes literarios suelen ser demasiado rígidos o solemnes o anquilosados

P. Usted desborda humor por todos los poros o intersticios de su escritura. Las pocas veces que le he visto, sin embargo, he sentido que es retraído o tímido. ¿Cómo es usted realmente?

P. Pues si en esas ocasiones me hubiera ofrecido un trago, le habría parecido una persona muy amistosa y desenvuelta... Supongo que soy un tímido falso, porque los tímidos verdaderos no dan entrevistas. Soy patológicamente sociable, casi lo que más disfruto son las conversaciones hasta la madrugada. Pero prefiero el protagonismo compartido y desordenado y los ambientes literarios suelen ser demasiado rígidos o solemnes o anquilosados. A veces puedo parecer reacio o silencioso, por ejemplo en una entrevista, pero es que una entrevista es lo contrario de una conversación.

P. Hay quienes consideran que usted es de los mejores escritores de lengua española de estos tiempos. ¿Percibe que eso se parece a lo que quiere ser?

P. ¡No! Sería un propósito paralizante, además de ingenuo y tal vez anacrónico. Pero le agradezco las flores indirectas. Crecí en un mundo caricaturescamente competitivo y escribir me ha servido para retirarme y dedicarme a construir relaciones más sólidas, divertidas y valiosas con los demás. Aunque a veces uno asome la cabeza y comparezca en una página del periódico, escribir se asemeja más que nada a desaparecer.

EL PAÍS


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