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sábado, 3 de junio de 2023

Triunfo Arciniegas / Se prohíbe arrojar niños

 


Triunfo Arciniegas
SE PROHÍBE ARROJAR NIÑOS A LOS COCODRILOS

Había una vez una señora que arrojaba niños a los cocodrilos. Muy conocida, muy famosa. La entrevistaban con frecuencia no tanto por sus disparates como por su manera de hablar. Se tragaba las sílabas o retorcía las frases de tal manera que uno se moría de risa. Ella se sentía genial. Viajaba mucho. No se perdía el funeral de una reina o el matrimonio de una princesa, y no desaprovechaba las ocasiones para comer. Se dice que visitó al papa sólo porque le contaron que la comida del Vaticano era exquisita. En Venecia, la góndola que la paseó terminó hundiéndose. Los humoristas tuvieron material de sobra.

Era gorda pero se movía con sorprendente rapidez. Se veía tan inocente, además, tan incapaz de matar una mosca. Por otra parte, resultaba graciosa. Bailando, nadie retorcía el esqueleto o las carnes como ella. Las cámaras no se le despegaban del culo. 

La afición de arrojar niños a los cocodrilos venía de muchos años atrás. Pero ahora la señora lo hacía con tal frecuencia que ya teníamos escasez de niños. Nadie le censuraba la afición sino la intensidad. Se le pidió moderación de una y otra manera, pero ella no parecía entenderlo. Las fábricas de niños no daban a basto. El propio marido, el presidente, se unió al coro de súplicas. La popularidad del mandatario había decaído no por la poca consideración con las fábricas precisamente, sino por el débil influencia sobre su propia mujer. Las malas lenguas decían que, si el presidente no era capaz de ordenar su propia casa, qué podía esperarse de su gobierno.

Podría pensarse que los únicos felices en estas circunstancias eran los cocodrilos. Pero no. Habían engordado como cerdos y presentaban problemas respiratorios. Dos o tres murieron de infarto. Algunos manifestaron con rabia que a este paso nos quedaríamos sin cocodrilos y otros replicaron que la desaparición de los cocodrilos terminaría la noble afición del lanzamiento de niños. El reabastecimiento de las criaturas era cuestión de tener paciencia. Discusiones de cantina que solían concluir con una botellazo en la cabeza.

¿Quiénes sobrevivirían? La mayoría apostó por los cocodrilos y unos cuantos por los niños. “Sin niños, no hay cocodrilos”, sentenció un filósofo, pasando por alto un detalke: no sólo de niños vivían los cocodrilos. 

Para sorpresa de todos, se murió la señora. De gorda o de lo que sea. Los fanáticos de la señora culparon al presidente, entraron al palacio y secuestraron al mandatario. Se armó un alboroto espectacular, quemaron edificios y destrozaron a patadas los cajeros automáticos. Los muchachos arrojaron piedra a los policías, que respondieron con gases y chorros de agua.

¿Y el presidente? Se lo arrojaron a los cocodrilos. Los testigos cuentan con regocijo la historia. Perezosos, lentos, un tanto aburridos, se comieron al presidente y estuvieron vomitando dos o tres días. Casi se mueren.

2 de junio de 2023




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