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lunes, 3 de abril de 2023

Cristina Peri Rossi / Queremos tanto a Mario




Mario Benedetti


Cristina Peri Rossi
Queremos tanto a Mario

Julio Cortázar y Mario Benedetti han sido los dos escritores latinoamericanos más queridos por los lectores. Es posible admirar a J. L. Borges o a Juan C. Onetti, pero querer, querer, los lectores –hombres y mujeres- quieren más a Julio Cortázar y a Mario Benedetti, siendo dos escritores muy diferentes: Julio se hacía cómplice del lector, en cambio los lectores se sienten cómplices de Mario Benedetti. Esta cercanía, esta proximidad afectiva se la ganó a pulso con sus poemas, cuentos, novelas y obras de teatro que tuvieron como protagonista a la clase media uruguaya, es decir europea, porque nunca ha habido una clase media más europea que la uruguaya o la porteña. El título de alguno de sus libros es revelador: Montevideanos, Poemas de la oficina. En la tradición de Mario están los poetas rioplatenses más coloquiales como Baldomero Fernández Moreno o González Tuñón. Esa cercanía se la ha ganado a golpes de emoción y de ideología: Mario Benedetti ha sido uno de los escritores más comprometidos con la política latinoamericana, se exilió en Cuba y fue funcionario del gobierno de Fidel durante muchos años, antes de venir a España. También esta fidelidad poco crítica con el régimen castrista fue uno de los motivos por los que en cierto momento recibió duras críticas no sólo por parte de algunos intelectuales como José Ángel Valente sino también por los lectores. Apoyó la burda acusación que se hizo a Heriberto Padilla de agente de la CIA y nunca rectificó públicamente. Su fidelidad al castrismo fue casi misionera. Todavía recuerdo una entrevista que se le hizo en El viejo topo, de Barcelona, donde declaraba, a propósito de la emigración cubana, que eran delincuentes comunes y homosexuales (en cuanto a su homofobia con el paso del tiempo, que suele curar todos los fanatismos, supo rectificar). Los lectores lo han considerado siempre un hombre honesto, aún en sus errores, ¿quién no los tiene? Como Juan Gelman, el poeta más afín, ha sido extremadamente irónico con el capitalismo y denunció en sus versos las dictaduras que convirtieron el Cono Sur en una especie de República de Saló, a lo Pasolini. Los numerosos exilios de Mario son una prueba. Hay una anécdota que pinta claramente su relación con los lectores. Estando exiliado en Lima, alguien tocó al timbre de su puerta y dijo: “¿Mario Benedetti? Abra, la policía”. Abrió, el policía subió, se sentó en un sillón, le hizo una cantidad de preguntas y al final se durmió. Mario aprovechó el tiempo para tirar una serie de papeles comprometedores. Al final le dijo: “Si vino a detenerme, deténgame”. El policía le respondió: “Ay, perdone, estaba tan cansado. Pero además traje un libro suyo para que me lo firme”. Le firmó el libro y después le dijo: “Perdone, pero lo tengo que llevar al aeropuerto porque está deportado”.

Leyendo su poesía clara, luminosa, recuerdo unas observaciones de Eliot: “la complejidad por la complejidad misma no es un fin propiamente dicho; la poesía debe tender, primero, a la expresión precisa de los matices más sutiles del sentimiento y del pensamiento; segundo, a una música refinada y varia.” Ha llenado estadios y sus lectores en todas partes del mundo han sabido apreciar su calidad humana: su modestia, su generosidad y su falta de presunción. Esa especie de tristeza inconfundiblemente montevideana, una nostalgia imprecisa, como la de la poesía y un sentido del humor casi siempre negro, salpicado de ternurismo. Escribió: “Montevideo era verde en mi infancia// verde y con tranvías.” Todavía quedan en Montevideo los rieles por donde lentos se deslizaban los tranvías y ese verde húmedo de una de las ciudades europeas desplazadas de la geografía que tiene más escritores por kilómetro cuadrado que Berlín o París.

CRISTINA PERI ROSSI


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