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viernes, 2 de diciembre de 2022

Ada Limón / La correa

 

Perro callejero
Daido Moriyama

ADA LIMÓN
LA CORREA
Traducción de Jorge Vessel



Después del parto de bombas de horcas y miedo,
las frenéticas armas automáticas desplegadas,
el rocío de balas en una multitud cogida de manos,
ese crudo cielo abriéndose en fauces pizarra metalizado
que sólo se tragan lo indecible en cada uno de nosotros,
¿qué queda? Hasta el río escondido en ningún lado es de un anaranjado
venenoso y ácido por una mina de carbón. ¿Cómo puedes
no temerle a la humanidad, querer lamer el fondo del arroyo
hasta dejarlo seco, succionar el agua mortífera con
tus propios pulmones, como veneno? Lector, quiero decir:
No mueras. Aun cuando uno tras otro pez plateado
emerja boca arriba, y el país caiga en picada
en un cráter crepitante de odio, ¿no queda acaso algo
que todavía canta? La verdad: no lo sé.
Pero a veces, te juro que lo oigo, la herida cerrándose
como una puerta de garaje oxidada, y aún puedo mover
mis extremidades vivas en el mundo sin mucho
sufrimiento, puedo asombrarme todavía de cómo corre
la perra hasta las camionetas como alma que
lleva el diablo, porque cree que los ama,
porque está segura, sin duda alguna, de que
eso que ruge fuerte la amará de vuelta, su mansa naturaleza
viva de deseo por compartir su maldito entusiasmo,
hasta que tiro de la correa para salvarla porque
quiero que sobreviva para siempre. No mueras, digo,
y decidimos caminar un rato más, los estorninos
febriles en lo alto sobre nosotras, el invierno viniendo a
acostar su frío cadáver en esta pequeña parcela.
Quizá nos la pasamos siempre lanzando nuestro cuerpo
hacia aquello que nos ha de destruir, mendigándole amor
al raudo paso del tiempo, y quizás, como la obediente
perra a mis talones, podemos caminar juntos
tranquilamente, al menos hasta que pase la próxima camioneta.



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