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martes, 11 de octubre de 2022

Marlon James: “Retratar la violencia requiere mucho autocontrol”

 

El escritor Marlon Jones en una imagen promocional.
El escritor Marlon Jones en una imagen promocional.

Marlon James: “Retratar la violencia requiere mucho autocontrol”



El jamaicano repasa las claves de 'Breve historia de 7 asesinatos', la obra con la que obtuvo el Booker

MATEO SANCHO CARDIEL
Nueva York, 28 de julio de 2016

“Mi trabajo es describir de igual manera un tiroteo que un beso”, dice el escritor jamaicano Marlon James (Kingston, 1970), quien asegura que en su obra hay más periodismo que literatura. Pero no deja de ser curioso que él sienta que su bisturí narrativo es tan frío y preciso cuando las 800 páginas de Breve historia de 7 asesinatos, ganadora del premio Booker y editada en España por Malpaso, son un volcán que escupe frenesí, violencia, sensualidad y corrupción. Tiene el nervio infeccioso y sofocante de esas historias del subdesarrollo donde la vida no vale nada. Pero es un nervio que también recibe los latigazos de un escritor obsesionado con el rigor documental y con la técnica investigadora que heredó de su madre, que era detective.


“Como escritor tengo tendencia a sobrescribir, a usar demasiadas metáforas. Pero al hablar a través de los personajes, me restrinjo de una manera que me gusta. Me gusta que mi personaje diga sobre un atardecer: ‘Ese atardecer mola’, y no tener que sacar a relucir mis mil epítetos. Yo nací en 1970 y esta historia es de 1976, así que mi voz aquí no es relevante y no hay ningún aspecto de mí que se impregne en mi obra. Para eso ya tengo mi diario. Y creo que retratar la violencia requiere mucho autocontrol. No hay más que mirar el Guernica de Picasso”, asegura este escritor en una entrevista con EL PAÍS.


James ganó el Booker con su tercera novela, tras John Crow’s Devil (2005) y The Book of Night Women (2009). Para alumbrarla tardó cuatro años y lo que se percibe desde el otro lado es como un viaje por un archivo de historia oral de la Jamaica de los setenta y ochenta, que refleja en los pliegues del uso de su lengua —a veces dialecto jamaicano que ha sido traducido como español cubano— la estratificación social y la poesía del instinto de supervivencia.


“La lengua puede incluirte y excluirte. En Jamaica hablar un buen inglés indica que perteneces a una clase o a otra, pero eso no significa que si no lo hablas seas un inculto o un idiota. Puede ser engañoso: yo hablo buen inglés y vengo de una clase media. No se dan cuenta de que el inglés no es una lengua a la que todo el mundo tiene que aspirar. Es una herramienta cualquiera”, explica quien ha sido descrito como una mezcla entre Quentin Tarantino y William Faulkner.


Con decenas de personajes, entre ellos el mismísimo Bob Marley, el autor teje una jungla espesa de intereses, deseos y corrupciones, un cuadro impresionista que requiere distancia para ver la imagen nítida de un mundo preglobalizado que ya tejía su tela con dos arañas hermanadas: la política y el narcotráfico. “Creo que a estas alturas los estadounidenses son los únicos que se sorprenderán por los horrores de su propia política exterior. Al menos en Cuba y en Jamaica lo tenemos bastante claro”, explica sobre el duro golpe que atesta a la CIA debido a su papel en el Caribe.


Su prosa es exigente y él mismo ha querido incluir una hoja de ruta con los personajes al principio de este libro. “No creo que los lectores vayan a seguir adelante de manera fluida con cada página. No deberían, de hecho. Hay confusión, los personajes se contradicen y la historia no encaja, pero eso es premeditado. No hay una autoridad que cuente una historia así. No estoy intentando posicionar ninguna de las voces como la verdadera. Los personajes a veces te toman el pelo como lector”, dice el autor.


Eso sí, hay un gancho comercial en la figura de Marley. ¿Un recurso fácil en una novela tan compleja? “¿Por qué no iba a hacerlo? Es la persona más famosa de Jamaica y nuestro embajador cultural. Y como embajador cultural me parece que no está nada mal. Me di cuenta de que mucha gente no sabía que habían intentado matarlo. A través de un icono podemos conocer una buena historia. Y la gente no sabe que además de cantante fue un revolucionario que muchos consideraron peligroso”, dice.


Mientras dibujó este tapiz ultraviolento, Marlon James leía a James Ellroy, Marguerite Duras y a Virginia Woolf, a los que considera presentes indirectamente en el libro. Todo lo que dice James parece destinado a dinamitar las etiquetas que se le quieran colgar como jamaicano, negro y homosexual que dejó su país para instalarse en Estados Unidos, concretamente en Minneapolis.


“Cuando me fui de Jamaica dejé una sociedad pacífica. Yo era de clase media. Esta es una historia del oeste de Kingston y, sí, es una historia violenta. Pero pensar que lo que aquí retrato es Jamaica es como pensar que África es ébola cuando solo un 1 % de los africanos tiene esta enfermedad. Además, eso de que escapé de una tierra turbulenta para irme a Estados Unidos es falso, aunque solo sea porque Estados Unidos es bastante violento también”.


Tampoco huyó por la persecución contra un gay en un país considerado como de los más homófobos del mundo. Más bien fue el aburrimiento el que le hizo partir, dice. De igual manera, su concepto de Breve historia de siete asesinatos es muy relativo. “Para mí es breve, porque daba para una trilogía. Pero bueno, fue más una broma hacia esos diccionarios breves de Oxford que tenían tres tomos. Y la vida de los personajes sí es breve. De los que empiezan el libro, apenas dos sobreviven las 200 primeras páginas”.


Por eso, cuando uno acaba el libro arrebatado y exhausto le cuesta creer lo que oye cuando le pregunta si se considera optimista: “Tengo cierta fe en el ser humano. Mis libros nunca acaban mal. Es una reconexión después de una desconexión. Esta es la tercera novela que termino con una voz femenina. Quizá ellas deberían dominar el mundo”.


EL PAÍS




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