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domingo, 19 de diciembre de 2021

“Volver a dónde” / Testimonio de pandemia de Antonio Muñoz Molina






“Volver a dónde”: 

testimonio de 

pandemia de Antonio 

Muñoz Molina


Los 50 mejores libros de 2021


POR Pedro Plaza Salvati

27 de noviembre de 2021




Volver a dónde
, qué título más propicio podría haber para un libro que pregunta a qué mundo regresar luego de la pandemia. Entre muchas obras que han sido publicadas, algunas de aprovechamiento editorial por la urgencia del tema, son pocas las que merecen la pena, como la que ahora nos ocupa. A veces se dice que es saludable y conveniente dejar pasar un tiempo para relatar hechos traumáticos ocurridos en una sociedad y de amplia difusión en los medios y, por encima de todo, vividos por la humanidad entera. Menudo desafío contarlo desde la proximidad de los hechos y que logre captar nuestra atención. Mucho tiene que ver con el punto de vista, la arquitectura narrativa que se elija para contar esos hechos y la habilidad desplegada en la prosa.

La nueva obra de Muñoz Molina parte, en primer lugar, de la original premisa de un narrador que se pregunta si sería preferible quedarse en el mundo del confinamiento: «Ahora es cuando no tengo ganas de salir a la calle. El estado de alarma que acaba de ser abolido continúa vigente en mi espíritu». A medida que la dinámica de la ciudad comienza a retomar visos de normalidad esperanzada se resiste a volver a ese mundo lleno de ruidos, insultos, agresividad, hostilidad, carreras apresuradas. Como si fuese cierta la memorable cita de Pascal: «Todas las desgracias del hombre se derivan del hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y solo en una habitación».

Todo ello entre los vaivenes de las olas de contagios que, cuando están a la baja, en esa primavera y verano de 2020, se tiene la ilusión efímera de un regreso a una vida como la de antes. Lo singular del pensamiento de este personaje narrador adquiere tono de felicidad en la nueva vida confinada con las lecturas de Thomas Merton –que tienen un paralelismo con la vida monástica–, con las de Benito Pérez Galdós –que ayudan a comprender la España de hoy a través de la España de ayer–, o la devoción por escuchar la música de Beethoven.

La intimidad del narrador se torna alrededor de su mujer, Elvira; su mascota, Lolita; su rutina de ejercicios; escribir, escuchar música o sentarse en el balcón de su apartamento, que es su reino, para observar el mundo externo luego de la cena con la última copa de vino a medio llenar —idea que inspira la cubierta del libro. Ese balcón lleno de plantas a las que cuida como hijos renacidos en la pandemia y de las que se ha afanado en distinguir sus nombres y comportamientos. «El mundo de después es una mala copia del mundo de antes», entonces cuál sería el empeño en regresar.

Antonio Muñoz Molina en su balcón de la calle O’Donnell, Madrid.

Al mismo tiempo, cuando se relaja el confinamiento el narrador despega como un explorador que observa los cambios de la ciudad desde el afuera de la casa. Descubre con asombro la anchura desolada de Madrid, que en horas tempranas se asemeja a otras ciudades del norte de Europa: «Las calles tenían amplitudes desiertas y llenas de silencio como de ciudad báltica en invierno, de antigua capital austrohúngara en un país comunista de los años cincuenta». Cuando no camina anda en bicicleta y, a pesar de la soledad, le recuerda a Copenhague, Ámsterdam o Berlín.

A medida que explora se da cuenta de que

Madrid es una ciudad de gente temeraria que vuelve a amontonarse en restaurantes y en los bares, en el espesor de baile de las discotecas, como si el virus hubiera desaparecido, como si no siguiera existiendo el peligro de contagio o la muerte.

Le preocupa la imprudencia de la gente y en sus salidas procura mirar todo: los comportamientos de los mendigos que circundan su barrio, la conducta tanto de los precavidos como la de los negacionistas. Y de esa observación atenta construye un cuaderno escrito a mano con una pluma restaurada que le regaló el científico especializado en enfermades infecciosas, el doctor Souza, que es un diario/collage de apariencia cándida con notas y recortes de prensa que atestiguan la devastación.

Dejar testimonio de lo vivido es un deber del escritor: «Quiero fijarme en lo específico de este tiempo nuevo, lo concreto, lo que se olvida porque nadie le da importancia, lo que no aparece en los libros de historia, lo que no puede recordar más que quien lo ha vivido». No se trata de informar sino más bien, como en la buena literatura, de contar a través de los sentidos, lo que se oye: el aplauso estridente de las ocho de la noche –de la tarde para un español–, el sonido de las sirenas cuando se transporta a los enfermos o el renacido alboroto de los gorriones. Observar la mirada del hombre del quiosco de la esquina al que ya casi nadie le compra nada, el olor de las plantas del Jardín Botánico –al que le gusta internarse como en un túnel del tiempo–, ese jardín que lo conecta con las plantas de su balcón y con la huerta que tenía su padre en su natal Andalucía. Volver a dónde resulta así un híbrido entre diario, ensayo, crónica y memoria. Hacia la parte final, como un animal que se transforma, toma un poco más la forma de novela al concatenar distintos capítulos en secuencia para narrar vivencias del pasado: la matanza del cerdo, la evocación de su relación con el padre o lo que le relata la madre.

El manejo del tiempo, que se despliega en múltiples planos, podría considerarse como el hilo invisible que hilvana lo que se cuenta, así como el desarraigo pudo haber sido el eje conector de las historias de Sefarad, novela de novelas. Muñoz Molina tiene la habilidad de intercalar los capítulos –siempre breves– de las crónicas como marcadores de tiempo del año pandémico de 2020 hacia adelante y hacia atrás, a la par del testimonio de un diario que sí avanza cronológicamente, marcado estéticamente por letras cursivas para denotar mayor intimidad.

Es así como uno podría estar leyendo una entrada de diario de julio de 2020 y en el siguiente capítulo nos cuenta como crónica algo que pudo haber sucedido en el mes de marzo de ese mismo año, para luego sumergirnos en un episodio de la infancia. Se transporta al pasado a través de los sentidos y gracias a sus plantas, en particular a través de una mata de tomates que lo conecta con el mundo campesino en el que creció. En la mente del lector se instala una descolocación que fluye sin contratiempos porque el empeño del autor es retratar una realidad detenida de manera abrupta por la pandemia: «Nunca había sido tan dudosa la frontera entre el ahora mismo y el hace mucho tiempo». Son como retazos de tiempos narrativos diferentes colocados en un collage que, a fin de cuentas, dan una visión general de lo vivido en esa ciudad de Madrid: «Hay parejas que caminan juntas y a la vez separadas por un muro invisible y coronado de púas y esquirlas de vidrio».

El lector se regocija con otra temporalidad que se inicia con llamadas a familiares mayores que él y que lo conectan al mundo autóctono del narrador. Es así como puede hablar con el tío Juan y luego de allí parte hacia atrás y se remonta a la niñez. Una actitud valiente, mucho más en pandemia, que ya nos había advertido el narrador de Austerlitz de W. G. Sebald: «Nadie puede explicarme exactamente qué ocurre dentro de nosotros cuando se abren de golpe las puertas tras las que se esconden los terrores de la infancia». Se relatan episodios relacionados con el Puerto de la Bahía de Cádiz, Sevilla, Úbeda y, no podía faltar, Mágina, ese nombre imaginario que podría ser la ciudad natal del autor, pero que a la vez engrosa ese mundo real tan conocido para los lectores de Muñoz Molina en varias de sus obras más emblemáticas y que han dejado una huella profunda en la literatura española, tal como lo son el El jinete polaco o Plenilunio.

En estos capítulos, los relacionados al mundo de la niñez, es donde quizás se despliega con mayor ahínco su prosa prodigiosa. Lo que no quiere decir que los segmentos de diario y de crónica no deslumbren. Nos preguntamos si el autor, al insertar episodios de esa niñez, estará acaso diciendo si no sería mejor volver al mundo campesino, a la sencillez del campo donde no existen las complicaciones de la vida mundana de la ciudad fracturada. Tal vez el confinamiento ha podido engendrar esa reflexión. Asimismo, para miles, millones de personas que vivimos la pandemia nos sorprendió sentir que quizá el único lugar que parecía tener algo de sólido era precisamente el pasado, por más paradójico que esto parezca.

A los capítulos del diario que progresa cronológicamente, a las crónicas que van y vienen a lo largo de ese 2020 y a los viajes temporales a la niñez se suma una cuarta variante que es más implícita y sutil. El narrador habla con la madre durante la pandemia. Podemos deducir que ella sufre de Alzheimer, una enfermedad que sin embargo hace que por momentos recuerde con claridad episodios del pasado, asuntos que saltan en sus conversaciones telefónicas, trozos de recuerdos traídos al presente: «Los recuerdos de mi madre están inscritos en un idioma perdido y fragmentario que ya no entiende nadie más que yo». Una madre que le preguntaba de niño, al ver que no tenía vocación de labrar la tierra sino de empeñarse en otras inquietudes y búsquedas: «¿De dónde vendrás tú?». Al hacer conexiones inconscientes esta pregunta primigenia podría conectarse con el título: Volver a dónde.

En el breve y fabuloso libro de Thomas Wolfe Historia de una novela el escritor narra, en primera persona, las dificultades implícitas en la concepción de una obra y nos revela la importancia de hacerse la pregunta «Ahora, ¿dónde?», como fuente de arreo de la escritura, de ir más allá de los límites de la memoria misma, de remontarse al santuario de la infancia. En suma, el complejo manejo de los tiempos de la obra de Muñoz Molina, como secreto de un buen sastre, hace que el resultado final, Volver a dónde, no sea de difícil compresión. Más bien cuenta con la virtud del que labora la prosa sin pretensiones o poses fingidas.

Tomando como referencia obras recientes de este autor tan prolífico, Volver a dónde está emparentada con Todo lo que era sólido porque la crítica que hace a la clase política española en el manejo de la pandemia en el 2020, y de la política en general, es demoledora. Habla de la gangrena política causante de muchos de los males que aquejan al país:

Tenemos más contagios que ningún otro país europeo, más sanitarios abatidos por la enfermedad con la que estaban luchando tan faltos de protección que improvisaban batas, mascarillas y gorros con jirones de bolsas de basura… Los políticos en medio de esta calamidad se insultan como rufianes en el parlamento… Nuestra ruina es mayor porque nuestra prosperidad tan fantasiosa se sostenía sobre las bases más frágiles, sobre cosas tan volubles como el turismo de masas, la fiesta nocturna, la bulla en los bares.

Los capítulos de crónica a veces asumen los atributos de algunos artículos que el autor publica en El País cada semana, algunos dedicados al estado de las cosas en España, y que nos hacen ver –sin ideologías, prejuicios o intereses ocultos– la realidad. Ese es a fin de cuentas el mayor interés personal de Muñoz Molina: retratar la realidad. De hecho, el germen de esta novela, ni más ni menos, se encuentra en el artículo publicado en Babelia el 2 de julio de 2020 que se titula, precisamente, «Volver a dónde».

A su vez, esta nueva ¿novela? (mejor llamémoslo artefacto narrativo) también trae mucho de Un andar solitario entre la gente, libro que tiene como eje central las caminatas del narrador en Madrid y Nueva York y que evoca citas y caminatas de otros andantes famosos, la llamada «deambulogía». Nueva York como eje sentimental del autor por los años vividos allí embriagado de música de jazz, descubriendo libros memorables, haciendo paseos prolongados a pie o su andar en bicicleta a lo largo del borde del East River Side, con las visitas a los mercados callejeros, observando en el metro para descubrir historias. Ese afecto se enraizó cuando fue director del Instituto Cervantes y luego como profesor global de la Universidad de Nueva York donde enseñó escritura creativa, labor que ahora enfoca en su participación anual en el Máster de Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra en Barcelona. Nueva York lo tiene tomado por el pecho y no hay nada que pueda hacer al respecto. Las caminatas y los paseos en bicicleta de Volver a dónde se conectan con ese andar solitario, título que, a su vez, fue premonitorio de lo que ocurriría en la pandemia, porque eso fue lo que empezamos a ver en las calles del mundo: ese andar solitario de la gente evitando el contacto físico. Y nos dice: «Quiero fijarme bien para no olvidar nada».

No deja de ser descabellado relacionar la obra que nos atañe con el inicio de Tus pasos en la escalera, una inquietante obra de ficción que precedió a Volver a dónde en la que un hombre en Lisboa está siempre a la espera de que llegue su mujer: «Me he instalado en esta ciudad para esperar el fin del mundo. Las condiciones son inmejorables. El apartamento está en una calle silenciosa. Por el balcón se ve a lo lejos el río». ¿Acaso cuando arremetió la pandemia no parecía el fin del mundo? ¿No resulta esta premisa casi premonitoria del confinamiento con el balcón como refugio? En Volver a dónde nos encontramos con el Muñoz Molina que hilvana una novela de novelas en Sefarad, que se remonta a su pasado en El jinete polaco o a la recreación de la niñez en Nada del otro mundo, con ese título inquietante y de tan doble sentido, con sus cuentos de humor, terror y muerte.

Al hilo conector del crítico de la burbuja inmobiliaria que desató la crisis española con Todo lo que era sólido, al paseante de Un andar solitario entre la gente que mira las ventanas de Madrid como miraba las de Nueva York en Ventanas de Manhattan («Me gustaría acordarme de cada una de mis caminatas y de todas las ventanas a las que me he ido asomando en Manhattan»); todo ello como ríos que confluyen en el mar nocturno sin luna de la pandemia vivida por un ciudadano europeo donde los aplausos de las ocho de la noche se fueron desvaneciendo hasta que la indiferencia y la impostura de la normalidad se fue apoderando de las calles, con la extrañeza de esa realidad fabricada que parece ahora perdida, la del confinamiento, donde el narrador encontraba un sentido más elemental a su papel en este mundo y que no quería abandonar, quedarse refugiado en el nuevo lugar de una patria perdida.


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