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martes, 16 de noviembre de 2021

Hubert Selby / Un dólar al día

 


Hubert Selby
Un dólar al día

    Porque el hombre y la bestia tienen la misma suerte: muere el uno como la otra, y ambos tienen el mismo aliento de vida. En nada aventaja el hombre a la bestia, pues todo es vanidad.
    Eclesiastés, 3, 19.


Se repantigaron por la barra y en las sillas. Otra noche. Otro coñazo de noche en El Griego, un miserable restaurante abierto toda la noche cerca del cuartel de Brooklyn. De vez en cuando entraba un sorchi o un marinero por una hamburguesa y ponía el jukebox. Pero normalmente ponían jodidos discos de country de lo más rústico. Trataban de convencer al Griego de que quitase esos discos, pero él siempre les decía que no. Ellos son los que se gastan la pasta. Vosotros os pasáis toda la noche aquí y no tomáis nada. ¿Estás quedándote con nosotros, Alex? Con el dinero que nos dejamos aquí te podrías jubilar. Eso dices tú. No me llega ni para el autobús…


    Veinticuatro discos en el jukebox . Habría unos doce que les gustaban, pero los otros eran para los clientes del cuartel. Si alguien ponía un disco de Lefty Frazell o de cualquier otro mierdoso por el estilo, protestaban, hacían gestos con las manos (tío, ¡hay que joderse con el cateto de mierda!) y salían a la calle. Había dos tipos metiendo monedas, así que se quedaron apoyados en las farolas y parachoques. Una noche cálida y clara, y andaban haciendo círculos. Arrastraban los pies y movían la cadera en un plan de lo más moderno, con el pitillo colgando de la boca, el cuello de la camisa levantado por detrás y caído por delante. Mirando de reojo. Escupiendo por el colmillo. Viendo pasar los coches. Identificándolos. Marca. Modelo. Año. Caballos. V-8. Seis, ocho, cien cilindros. Un montón de caballos. Un montón de cromados. Luces traseras rojas y ámbar. ¿Has visto las luces del nuevo Pontiac? Tío, algo cojonudo. Sí, pero una mierda de aceleración. Tiene menos aceleración que el Plymouth. Mierda. No se agarra a la carretera como el Buick. Con el Roadmaster, en ciudad, despistas a cualquier coche de la pasma. Si sales disparado. Pisas a fondo. Tomas bien las curvas. Despistas a la pasma. Doble carburador. Cambio automático. No los podrías despistar. Se te echarían encima antes de llegar a la manzana siguiente. Con el nuevo 88, no lo creo. Pisas el acelerador y te quedas clavado al respaldo. Un coche cojonudo. No robaría ninguno que no fuera ése. Es el mejor acabado. Silencioso como el Pontiac. Si comprase un coche, le pondría protectores de goma en el parachoques, faros antiniebla, tapacubos de Cadillac, y una antena grandísima detrás… Mierda, en carretera es lo mejor. No tienes ni puta idea. No hay quien le tosa al Continental del 47 descapotable. Es lo último. Vimos uno el otro día. Vaya tarde. ¡¡¡Joder, tío!!! Los cantantes de mierda seguían lloriqueando dentro y ellos hablaban y paseaban, arreglándose la camisa y el pantalón, tirando colillas al suelo… Tenías que haberlo visto. Verde con las puertas blancas. Andas por ahí en un coche así con la capota bajada y gafas de sol y una chaqueta chula y tienes que espantar a las titis con un palo —escupiendo después de cada palabra, apuntando a las grietas de la acera; alisándose el pelo suavemente con la mano, y ahuecando el tupé con cuidado para que se mantuviese en su sitio…—. Tendrías que ver qué camisas tan fardonas tienen en Obies. Y unas gabardinas auténticas, de puta madre. Oye, ¿te has fijado en aquella chupa de cuero azul del escaparate? Sí, claro. ¿En la chaqueta con un solo botón y solapas muy grandes? ¿Qué se puede hacer en una noche como ésta? El depósito casi vacío y sin pasta para llenarlo. Y en cualquier caso, ¿adónde ir?… Pero hay que tener una chaqueta de un solo botón. Tu guardarropa no estará completo si no tienes una. Sí, pero fíjate en ese chaleco. Queda fardón de verdad hasta como chaqueta deportiva —la conversación seguía y nadie se daba cuenta de que los mismos tipos repetían las mismas cosas y que uno había encontrado un sastre que hacía pantalones increíbles por catorce pavos—; ¿y qué me dices de los amortiguadores del Lincoln?… Y miraban los coches que pasaban y se ponían en plan duro y escupían al suelo; y quién se tiró a ésta y quién a aquella otra; y uno sacó un cepillo del bolsillo y se limpió sus zapatos de gamuza. Luego se frotó las manos y se arregló la ropa y otro lanzó una moneda al aire. Y cuando la moneda cayó, un pie se posó encima antes de que quien la había lanzado tuviera tiempo de cogerla. Y el chaval tuvo que levantar el pie porque le despeinaron y dijo joder y se volvió a peinar y cuando volvió a tener el pelo otra vez en su sitio, volvieron a despeinarle y se puso hecho una fiera y los otros chicos se rieron y se despeinaron unos a otros y empezaron a empujarse y entonces alguien sugirió un juego y dijo que debía empezar Vinnie y todos gritaron sí, sí, y Vinnie dijo qué coño, que empezaría él, y formaron un corro a su alrededor y Vinnie empezó a girar lentamente sobre sí mismo esquivando los golpes dirigidos a su cabeza y tratando de averiguar quién le había pegado para que le sustituyera en el centro del corro, y recibió un golpe en el costado y al darse la vuelta recibió otro y al girar de nuevo dos puñetazos en la espalda, luego otro en los riñones que le hizo doblarse en dos y los otros rieron; luego hizo unas fintas rápidas y recibió un puñetazo en el estómago y cayó al suelo, pero después de averiguar quién le había pegado; y dejó el centro del corro y se pasó un rato recuperando el aliento y se sintió bastante mejor cuando alcanzó a Tony con un buen puñetazo en los riñones y sin que lo viera, y Tony se movió más despacio y recibió bastantes golpes durante unos minutos y al fin vio al que le había pegado y Harry dijo que era un mierda, que no había visto cómo le pegaba. Pero le empujaron al centro y Tony esperó un momento y le pegó con fuerza en el costado y el juego continuó durante otros cinco minutos más o menos y Harry seguía en el centro, resollando y casi de rodillas, y todos se cebaban en él, pero se aburrieron y el juego terminó y volvieron a entrar en El Griego, Harry todavía sin resuello, los demás riéndose, y fueron al servicio.

    Se lavaron y se echaron agua fría en el cuello y el pelo y se pelearon para encontrar una esquina limpia en el mandil asqueroso que servía de toalla, gritando por la puerta que Alex era un cabrón por no tener una toalla de verdad, luego se empujaron unos a otros para conseguir un sitio delante del espejo. Al final fueron a mirarse en el gran espejo que había en la parte delantera del restaurante y terminaron de retocarse el pelo y de arreglarse la ropa, riendo y gastándole bromas a Harry; luego se repantigaron en las sillas.
    Los palurdos de mierda se fueron, y ellos le gritaron a Alex que pusiera algo de música en la radio. ¿Por qué no metéis dinero en el jukebox ? Así oiríais lo que os diera la gana. Venga, tío. No seas buitre, coño. ¿Por qué no buscáis trabajo? Entonces tendríais dinero. Oye, cuidado con lo que dices. Eso, no digas tonterías, Alex. Buscad trabajo, no hay vago bueno. ¿Quién es el vago? A ver, ¿quién? Se rieron y se burlaron de Alex, que se sentó, sonriente, en un pequeño taburete al final de la barra y uno se estiró por encima de la barra y puso la radio y movió el dial hasta que sollozó un saxo y otro pidió algo y Alex le dijo que se fuera al diablo y el chaval se puso a dar puñetazos en la barra para que le atendiera y Alex le preguntó que si quería huevos con jamón y él le dijo a Alex que no tomaría ni un solo huevo allí a no ser que viera como los ponía la gallina y Alex se rió, lo que tú quieras, y se acercó a la cafetera y llenó una taza y preguntó si iba a tener que invitarles a café a todos y se rieron y Alex les dijo que buscaran trabajo, os pasáis todo el tiempo haraganeando por aquí como unos vagos. Algún día os pesará. Os meterán en chirona y ni siquiera podréis tomar un café tan bueno como éste. ¡¡¡Café!!! Tío, si eso es peor que meados. El agua de fregar de la trena sabe mejor. A lo mejor la estás tomando antes de que te des cuenta. Lo prefiero, coño. Haría mejor denunciándoos. Entonces tendría paz y tranquilidad. Sin nosotros te morirías, Alex. ¿Quién te iba a defender de los borrachos? Fíjate en la cantidad de follones de los que te libramos. Los que os vais a meter en líos sois vosotros, chavales. Ya veréis. Todo el tiempo sin pegar sello. Hombre, Alex, no digas esas cosas. Nos vas a poner nerviosos. De verdad, tío. Haces que nos sintamos muy mal…
    Alex se sentó en el taburete fumando y sonriendo y ellos también fumaban y reían. Pasaban coches y algunos trataban de identificarlos por el ruido del motor y luego miraban para ver si habían acertado, estirando el cuello y pavoneándose, si así era. De vez en cuando, entraba un borracho y ellos le gritaban a Alex que moviera el culo y sirviese al cliente, o le decían al tipo que se largara enseguida antes de envenenarse con la carne de caballo y el café de Alex, y Alex agarraba la bayeta grasienta y limpiaba la barra delante del borracho y decía, dígame, señor, ¿qué desea?, y ellos querían saber por qué no les llamaba señores también a ellos y Alex sonreía y se quedaba sentado en el taburete hasta que el borracho terminaba y entonces se acercaba poco a poco, cogía el dinero, lo guardaba en la caja, volvía al taburete y les decía que se estuvieran callados, o es que me queréis espantar a los buenos clientes, y Alex se reía con ellos y se quitaba la colilla que tenía en la boca y la aplastaba con el zapato; y los coches seguían pasando y los borrachos seguían entrando y el cielo estaba despejado y cuajado de estrellas y la luna brillaba y soplaba una ligera brisa y se oía a los remolcadores en el puerto y el profundo uuuuu de sus sirenas flotaba por la bahía y subía por la Segunda Avenida y hasta se podían oír las amarras de los ferrys chocando unas con otras cuando todo estaba en silencio y tranquilo… Y era un coñazo de noche, sin un centavo, y los chavales tiraban sus pitillos por la puerta y se dirigían al espejo y se arreglaban la ropa y se repeinaban y uno subió el volumen de la radio y entraron unas cuantas chicas y los chavales se alisaron las camisas al dirigirse a la mesa de las chicas y Rosie agarró a Freddy —Rosie era una chica a la que Freddy se tiraba de vez en cuando— y le pidió medio dólar y él le dijo que se fuera a tomar por el culo y se alejó y se sentó en un taburete. Ella se sentó junto a él. Freddy charlaba con los chicos y cada pocos minutos ella decía algo, pero él la ignoraba. En cuanto él se movía un poco en el taburete, ella empezaba a levantarse y cuando él volvía a sentarse, ella se sentaba. Freddy se puso de pie, se ajustó los pantalones, hundió las manos en los bolsillos y se dirigió lentamente a la puerta y salió hasta detenerse en la esquina. Rosie iba a su derecha, como medio metro detrás de él. Freddy se apoyó en un farol y escupió justo delante de ella. Eres peor que una sanguijuela. Uno se puede librar de una sanguijuela. Nunca lo haces gratis. No me fastidies, so hijoputa. Sé que ayer por la noche ganaste unos cuantos pavos. ¿Y a ti qué coño te importa? De todos modos me los he pulido. Ni siquiera tengo pitillos. No me digas. Yo no soy tu padre. ¡Valiente hijoputa! Vete a contarle tus problemas a quien puedas y no vengas a tocarme los cojones. Te los voy a aplastar, maldito cabrón, y trató de darle una patada en la entrepierna, pero Freddy se apartó y luego le cruzó la cara de una bofetada.
    Tres soldados borrachos, unos tipos del Sur, volvían al cuartel después de invitar a copas a un par de putas en un bar cercano del que los echaron cuando empezaron una pelea porque las putas les dejaron por un par de marineros. Se detuvieron cuando oyeron gritar a Rosie y vieron que casi se caía de espaldas después de la bofetada, mientras Freddy todavía la tenía agarrada del cuello. Déjala en paz, chaval. ¿No sabes que no hay que joder con las chicas en plena calle?… Se rieron y gritaron y Freddy soltó a Rosie y se volvió y les miró durante un momento y luego les gritó que se fueran a tomar por el culo, jodidos recolectores de algodón. Los soldados dejaron de reír y empezaron a cruzar la calle en dirección a Freddy. Te vamos a partir la crisma, jodido amigo de los negros. Freddy gritó y los otros salieron corriendo de El Griego. Cuando los sorchis los vieron, se pararon, luego se volvieron y echaron a correr hacia la entrada del cuartel. Freddy corrió a su coche y los otros se metieron dentro o se subieron a los parachoques o se colgaron de las puertas abiertas, y Freddy persiguió a los sorchis calle abajo. Dos de ellos siguieron corriendo hacia la entrada, pero el tercero se asustó y quiso trepar por la valla y Freddy trató de aplastarle contra ella con el coche pero el sorchi recogió las piernas justo antes de que el coche alcanzara la valla. Los chavales saltaron del coche y agarraron al sorchi, que cayó encima del capó y luego al suelo. Formaron un corro y lo patearon. El tipo trataba de protegerse el estómago y de taparse la cara con los brazos, pero cuando se puso de lado le dieron una patada en plenos cojones y un taconazo en la oreja y el sorchi gritó y suplicó y luego lanzó un alarido cuando un pie le alcanzó en toda la boca, jodido maricón, recolector de algodón de mierda, un patadón en los riñones hizo que se doblase y trató de levantarse y uno de los chicos dio un paso adelante y le pegó una patada en el plexo solar y el tipo cayó de lado, las rodillas levantadas, los brazos doblados sobre el abdomen, ahogándose, y la sangre le salía de la boca al tratar de gritar, cayéndole por la barbilla y luego vomitó violentamente y uno le estampó la cara en el vómito y la sangre hizo unas pequeñas olas y en el vómito surgieron unas cuantas burbujas mientras él se ahogaba y los pies de los chicos se estrellaban contra sus jodidos riñones e hígado y en las costillas, y él gritó mientras una patada le rompía la nariz y luego tosió y se ahogó cuando parte del vómito le volvió a entrar en la boca, y gritó y trató de pedir ayuda pero al respirar tragaba el vómito y los chavales gritaban y Freddy le dio una patada en la sien y los jodidos ojos del hijoputa quedaron en blanco y la cabeza se balanceó y luego el tipo se desmayó y la cabeza cayó lentamente chocando contra el suelo y alguien gritó, ¡la pasma!, y los chicos volvieron a subir al coche y Freddy empezó a dar la vuelta en redondo pero el coche patrulla se detuvo delante de ellos y los policías salieron pistola en mano así que Freddy detuvo el coche y los chicos se bajaron y cruzaron lentamente la calle. Los policías los alinearon contra la pared. Los chavales seguían con las manos en los bolsillos, los hombros hundidos y las cabezas inclinadas, estirando y levantando los brazos mientras los cacheaban, volviendo después a la misma posición.
    Asomaron cabezas por las ventanas, la gente salió a la puerta de casas y bares preguntando qué había pasado y los policías gritaban a todo el mundo que mantuvieran cerrado el pico y luego preguntaron qué pasaba. Uno de los agentes se puso a repetir la pregunta a gritos cuando uno de la PM y los dos sorchis que habían seguido corriendo, aguantando al tercero entre los dos, con la cabeza caída sobre el pecho y los pies arrastrando por el suelo, se acercaron a él. El policía se volvió hacia ellos y preguntó qué era todo aquello. Esos malditos yanquis casi matan a nuestro tronco, y señalaban al soldado que tenían entre ellos, con la cabeza balanceándose a un lado y a otro, la cara y el uniforme manchados de sangre y vómitos, y la sangre goteándole de la nariz. Freddy le señaló, dio un paso hacia el policía y dijo que no le pasaba nada. Sólo está haciendo teatro. Los chicos alzaron un poco la cabeza y miraron a Freddy y uno murmuró que tenía un par de huevos. El policía miró al soldado y le dijo a Freddy que si estaba haciendo teatro era un actor cojonudo. Los murmullos subieron de tono y algunos de los presentes rieron. Los policías les mandaron callar. Vamos a ver, qué demonios es todo esto. Los sorchis empezaron a hablar pero Freddy habló más alto que ellos. Insultaron a mi mujer. Alguien exclamó, vaya por Dios, y Freddy miró fijamente a los sorchis esperando que dijeran algo para poder llamarlos mentirosos de mierda. El policía le preguntó que dónde estaba su mujer y Freddy dijo que allí mismo. ¡Oye, Rosie! ¡Ven aquí! Ella se acercó, la blusa rota, despeinada, la pintura de labios corrida después del guantazo de Freddy, el rímel en churretes y las pecas asomando por debajo de muchas capas de maquillaje barato. Estábamos ahí en la esquina charlando cuando esos tres tipos empezaron a decirle marranadas a mi mujer, y cuando yo les dije que cerraran el pico se me echaron encima. ¿No es verdad? Sí. Me insultaron… Mentirosa de mierda. ¿Cómo que te insultamos? Freddy quiso echarse encima del tipo pero el policía le pegó con la porra en el vientre y le dijo que se calmase. Y tú, soldado, será mejor que tengas cuidado con lo que dices. Todos los malditos yanquis sois iguales. Un montón de hijoputas amigos de los negros. Eso es lo que sois. El policía dio unos pasos hacia el soldado y le dijo que si no se callaba inmediatamente lo metería en el truyo, y a tu amigo también. Se quedó mirando al sorchi hasta que éste bajó la vista, luego se volvió hacia la gente y preguntó si alguien había visto lo que había pasado y los chicos gritaron que lo habían visto todo y que habían empezado aquellos soldados rebeldes borrachos, que habían insultado a la mujer del chico y trataron de pegarle y el policía dijo vale, vale, silencio. Se volvió hacia los soldados y les dijo que volvieran al cuartel y atendieran a su amigo, luego se volvió hacia Freddy y los otros y les dijo que se largaran de allí y si veo que alguno de vosotros, so golfos, se pelea una vez más, le sacaré las tripas con mis propias manos y… Oiga, espere un momento. El policía se dio la vuelta mientras el de la PM se dirigía hacia él. Este asunto todavía no ha terminado, agente. Estos hombres tienen sus derechos y mi obligación es recordárselos. A lo mejor quieren denunciar a estos gamberros. ¿Quién coño es usted? ¿un abogado de Filadelfia? No, agente. Sólo estoy cumpliendo con mi deber recordándoles a estos hombres sus derechos. Muy bien, recuérdeselos si quiere, pero ahora vuelvan al cuartel y deje de dar la lata. Ya sabe usted que estos bares están fuera de su jurisdicción. Sí, agente, es verdad, pero… pero nada. El de la PM empezó a decir algo titubeando, luego miró a los tres soldados en busca de ayuda, pero éstos ya se dirigían hacia el cuartel, los dos primeros sosteniendo al tercero, que manchaba la calle de sangre que le goteaba de la nariz.
    La gente volvió a entrar en las casas y en los bares y las cabezas desaparecieron de las ventanas. Los policías se marcharon y Freddy y los chicos volvieron a entrar en El Griego y la calle quedó en silencio, sólo roto por el sonido de un remolcador y de algún coche; y ni siquiera la sangre se distinguía desde unos pocos metros de distancia.
    Los chicos fueron al lavabo riéndose, dándose codazos, se lavaron vitoreando a Freddy, mojándose unos a otros, buscándose manchas en los zapatos, haciendo jirones el asqueroso mandil, cortando largos trozos de papel higiénico, metiéndolos en los retretes, dándose golpes en la espalda, arreglándose la camisa, yendo al espejo, peinándose, levantándose el cuello de la camisa por detrás y bajándose las puntas, ajustándose los pantalones en la cintura. Oye, ¿te has fijado en la cara de ese hijoputa cuando llegamos a la valla? Claro. Al hijoputa no le llegaba la camisa al cuerpo. Una pandilla de gamberros. Freddy, ¿cómo tienes la tripa? Ese bastardo te dio un buen viaje, ¿eh? Mierda. Que les den por el culo a los de la pasma…
    Cualquier día de estos os vais a meter en un buen lío, chicos. Todo el tiempo peleándoos. Pero ¿qué dices, Alex? Sólo defendíamos a la mujer de Freddy. Claro, insultaron a Rosie. Se partían de risa y daban golpes en la barra y las mesas. Alex hizo una mueca y dijo coño, cualquier día de estos lo vais a lamentar. Deberíais buscar trabajo. Cuidado con lo que dices, Alex. Sí. No digas groserías delante de mujeres casadas. Se reían y se repantigaron por la barra y en las sillas. Todo el rato sin hacer nada. Cualquier día de estos vais a tener problemas. Venga, Alex, no digas esas cosas. Nos vamos a poner malos. Sí, tío, haces que nos sintamos mal…

Hubert Selby
Última salida para Brooklyn



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