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jueves, 18 de noviembre de 2021

Cristina Peri Rossi / La lengua del amor

 



Cristina Peri Rossi


Cristina Peri Rossi

BIOGRAFÍA

La lengua del amor

Adicta confesa, multifacética –ha escrito tanto novelas como poemas y ensayos que componen un corpus de más de treinta libros–, amante de la oscuridad en donde habitan sus musas y, según ella, con cierta tendencia a la pereza. Así se define en esta entrevista, desde Madrid, la uruguaya Cristina Peri Rossi quien acaba de publicar un nuevo libro de relatos: Por fin solos.

Por Itziar Badía
9 de abril de 2004


En las historias de Por fin solos, los personajes nunca alcanzan el objeto de su amor. Domina una sensación de impotencia, de frustración, de soledad al fin. ¿En qué se diferencia la soledad antes y después del amor?

–Las historias han sido elegidas con la intención de provocar un sentimiento, una emoción que muchas veces es triste o dolorosa, porque la vida está llena de dolor. Hay una frase que está muy de moda entre los posmodernos que me irrita: “el dolor es inútil”. No, el dolor es muy útil, Desde el punto de vista biológico por ejemplo, el dolor es muy útil, es un mecanismo de defensa. El dolor es necesario porque somos seres no sólo racionales sino también emocionales y las emociones son nuestra subjetividad.

En cuanto a los dos tipos de soledades, la soledad anterior al amor es la de la búsqueda, la sensación de que nos falta algo para llegar al éxtasis que es la sensación más exclusiva del amor realizado, la plenitud. La soledad del que busca sin saber qué busca. La soledad después del amor es muy distinta. Tiene que ver con la frustración, con el fracaso, aunque el tiempo es el gran destructor del amor con su obra lenta y cotidiana. Toda separación siempre deja una sensación pantanosa, de muerte. Por suerte después de esa muerte se puede volver a amar.

–¿Y empezar de cero?

–Yo creo que cada amor es diferente, aunque las historias no terminan con la separación. Muchas veces se vuelve a buscar en otros la misma historia o la misma persona. En poesía lo sé decir mejor, detrás de ese rostro, hay otro rostro. Ese resabio que quedó como no vivido o frustrado lo buscamos en otra persona. No creo que las historias sean historias de dos, ni siquiera en la primera. En las siguientes ya somos una multitud y hay que relacionarse con esa multitud.

–¿Cree que hay amores, sensaciones, que se pueden expresar mejor en forma de poesía o en prosa?

–En algunas relaciones, casi sin darme cuenta, yo empiezo a citar a Dante y a Petrarca, me pongo muy lírica. Pero eso tiene que ver con el tipo de relación, con la cantidad de fantasmas que hay, y el inconsciente, que siempre se pone en juego.

–Pero desde siempre, lo inalcanzable, lo deseado y no correspondido se ha expresado en poemas...

–Sí claro, es que la felicidad no tiene texto. Por que la felicidad es para vivirla, no para escribirla. Más que decir “soy feliz”, no se puede. Incluso hay muy pocas metáforas para referirse a la felicidad. En la literatura hay muy pocas historias de felicidad, y además cuando llega se acaba el texto: fueron felices y comieron perdices y ya está. Todos recordamos el Infierno de Dante y pocos recordamos el Paraíso, y lo cierto es que dentro de La Divina Comedia el Paraíso es lo menos interesante.

–En su libro La llama doble, Octavio Paz hace un paralelismo entre el lenguaje y el sexo. Para él la poesía sería el erotismo, lo simbólico; y la prosa el sexo, lo pragmático. ¿Qué opina de esta relación?

–Es que yo no veo una diferencia tan radical entre prosa y poesía. Hay prosa poética y poesía muy prosaica. Es un problema de percepción; la poesía además es una esencia, es una manera de mirar, de sentir. Y no está tanto en los objetos como en la mirada de uno. Es un estado de ánimo. Yo creo que casi siempre la literatura es erótica, aunque no haga referencia al erotismo. Es erótica porque está la palabra no sólo como concepto sino como música y todo lo que afecta a los sentidos es erótico. Lorca decía “verde que te quiero verde” y no sabemos qué quiso decir, pero suena muy bien.

–Usted además ha estudiado música. ¿Cree que el ritmo es esencial en toda obra literaria?

–Estudié piano porque mi secreta vocación era ser directora de orquesta. Lo que pasa es que, cuando estudié música, en el conservatorio no existían mujeres directoras. Las mujeres no dirigíamos nada y menos íbamos a dirigir una orquesta. Sí, tanto en prosa como en poesía, soy capaz de sacrificar una idea, pero no puedo renunciar al ritmo del texto.

–También estudió biología. ¿Después hizo alquimia con todos los saberes para ser escritora?

–Yo creo que el escritor tiene que saber de todo. La literatura es una forma de conocer. La materia que estudia, el psiquismo, la parte que tiene de totalmente subjetivo, no se puede estudiar con instrumentos científicos. Como mucho con la biología, que estudia hasta los fundamentos genéticos de las adicciones. Yo soy adicta hasta a las cosas que no me gustan. Si hago algo que no me gusta dos veces, ya quiero volver a hacerlo.

–¡Pero ha dejado de fumar!

–Sí, desgraciadamente.

–¿Y ha encontrado algún sustituto?

–Hay que buscarse otra adicción, pero ¿qué puede sustituir 30 cigarrillos diarios? Es decir, yo fumaba por adicción y por placer. Yo no puedo conseguir 30 cosas que hacer en un día que me provoque lo que me provocaba fumar. Pienso que los juegos de computadora pueden ser un buen sustituto.

–Es mucho más sano.

–Pero al final te daña la vista. La adicción es un vértigo, tiene una intensidad, por eso hay algunos que somos adictos al amor tanto como a fumar un cigarrillo.

–Usted es poeta, escritora, periodista, ensayista. ¿Cómo conviven todas esas Cristinas?

–Muy bien, porque es la misma. Son distintas maneras de abordar un tema. Por ejemplo el tema del amor. En un momento escribí un libro de poemas que se llama Babel Bárbara. Me gustaba como libro de poemas, pero no había dicho todo lo que tenía que decir. Entonces escribí una novela, Solitario de amor. Luego me faltaba la parte de reflexión y escribí un libro de ensayos que se llama Fantasías eróticas. Nunca podemos dar un tema por cerrado.

–¿Cómo es su proceso creativo a la hora de escribir un poema?

–Yo diría que un poema te asalta, te busca a ti. Yo no voy a ir a buscarlo. No es además una cuestión de esfuerzo. Machado decía que la inteligencia nunca escribió un buen verso, sale de la emoción y del sentimiento. Cuanto más sensible eres, más posibilidades tiene la poesía de asaltarte.

–¿Convive bien con su musa?

–A la musa no hay que apurarla. Yo la dejo trabajar en silencio. A veces dejo un texto a medio escribir y me voy a cocinar un pastel, para que trabaje la musa. Luego regreso y continúo escribiendo.

–¿Tiene fases más líricas, más prosaicas? ¿O puede trabajar ambos géneros a la vez?

–Sí, yo lo tengo calibrado. Hay períodos en que estoy muy lírica, otros en que estoy muy narrativa o muy ensayística. A veces también se mezclan. Creo que la mente funciona como una computadora, uno va almacenando... Lo que pasa es que soy perezosa y a veces dejo las cosas por la mitad porque, como sé que ya están resueltas en mi cabeza, no las escribo.

–¿Es cierto que le cuesta escribir en otro lugar que no sea Barcelona?

–Sí, es verdad. Primero, porque creo que una ciudad tiene sexo.

–¿Barcelona qué sería...? ¿Femenina?

–No, no. Tiene los dos, es una ciudad bisexual. Madrid es femenina. Es todo muy subjetivo. Para mí influye muchísimo la luz. Madrid por ejemplo, que es muy luminosa, me distancia de mi subjetividad, me dan muchas ganas de vivir afuera, en el exterior. En Barcelona la luz es más gris, más turbia y me permite concentrarme, estar más en mí misma. A mí el gris no me pone triste, me recoge.

–¿Y en Andalucía por ejemplo?

–Ahí ya no podría escribir ni una línea. ¡Está todo afuera! Yo viví un tiempo en Berlín y estaba encantada. Todo se vivía adentro.

–¿Considera que hay una diferencia en la recepción de su obra en Europa y en Latinoamérica?

–Sí, en Latinoamérica hay un manejo de los referentes que constituyeron la educación de una juventud que son más similares que los de la España a la que llegué. Cuando llegue acá, mis escritores favoritos eran Salinger, Capote, Plath y no los había leído nadie. Me encontraba sin referentes. Ahora la cosa ya ha cambiado. A mí me tocó un poco el papel de vanguardia aquí. Por ejemplo, la poesía erótica no existía aquí, hasta que yo publiqué Diáspora.

–Usted ha escrito mucho sobre el exilio. ¿Cree que ahora es más fácil emigrar?

–Duele menos, porque cuando uno emigra, emigra con una fantasía. El exilio es una patada en el culo, te sientes echado. No es una decisión que tomas siguiendo un sueño. La expectativa del exiliado es siempre volver. El exilio siempre se ha vivido como un castigo. Lo que dejas siempre es el paraíso perdido. El emigrante lo que quiere es mejorar, por eso Estados Unidos es un país de gente no melancólica. Sin embargo Argentina o Uruguay son países de melancólicos, porque llegaron todos expulsados. Con ese caudal humano sólo puede nacer la melancolía.

–Este es el “año Cortázar”. Ustedes fueron amigos, y hasta escribió una biografía sobre el escritor argentino...

–No. No es una biografía. Mi libro inició una serie de biografías, pero a mí me dieron total libertad. Es la historia de la relación entre él y yo y de alguna manera sí, es un testimonio de sus últimos años.

–¿Cuál sería el legado más importante que le ha dejado esa amistad?

–Como persona era un hombre tan cariñoso y tierno que hubiésemos sido amigos aunque él hubiese sido zapatero y yo trapecista. Nuestras afinidades humanas nos unían. Sobre todo una cosa muy lúdica. Lo que nos hacía cómplices era el goce como de niños en la forma de ver el mundo. Por ejemplo, una cosa que nos encantaba era intercambiarnos dinosaurios, y mucho antes de que salieran los de Spielberg.

–¿Cómo dinosaurios?

–Sí, libros de dinosaurios. El iba a Japón y me mandaba libros de dinosaurios en japonés. O nos enviábamos caleidoscopios. Era una actitud frente al mundo, de goce frente a cosas sencillas, porque era un hombre que vivía de una forma muy bohemia, encontraba el goce en lo pequeño. Un paseo con él se podía convertir en una fiesta. Eso, el juego, nos unía mucho. El escribió un libro, Negro el 13, que no se publicó, sobre el juego. Sobre el azar, que le encantaba.

–¿Era muy supersticioso?

–Sí, mucho. Fíjate que el primer libro que me regaló fue un Diccionario de la Adivinación en francés. Cosa que yo no hubiera comprado nunca. En ese sentido yo tenía cierta resistencia. Y eso que a los dos nos pasaban cosas paranormales, pero a mí me asustan y a él le divertían muchísimo.

–Ha realizado traducciones de Clarice Lispector. ¿Por qué una escritora tan femenina?

–Lo de Lispector ha sido realmente una vocación. Yo la descubrí hace muchos años, como magnífica escritora. Si se puede hablar de una escritura femenina, hay que hablar de ella. Más que nada yo sentía una obligación de militancia feminista. Hay que descubrir a las mujeres tanto en la música como en la literatura. Traduje dos libros de relatos, Silencio y Lazos de familia. Da mucho trabajo traducirla. Pero aun así, aunque uno siempre queda insatisfecho, creo que se lo merecía.

–¿Cree que es más fácil que una mujer traduzca a otra mujer?

–A mí me costaría mucho pensar que a Clarice Lispector la pueda traducir bien un hombre, porque su escritura tiene una óptica muy femenina. Pero no siempre es así. Yo creo que los escritores traducimos por amor, muchas veces no compensa el trabajo económicamente, pero es una militancia por un libro.

–Y ya para terminar, ¿la categoría de literatura femenina juega a favor o en contra de la obra de las escritoras?

–Casi siempre las clasificaciones juegan en contra, a nadie se le ocurriría hablar de la escritura masculina. Lo que pasa es que por decisión política hay que adoptar una clasificación porque reivindicamos derechos, entonces hay que acotar un campo. Es como la distinción entre homosexuales y heterosexuales; yo preferiría que no existiera, pero, si tienen que reivindicar sus derechos y adoptar una identidad homosexual, me parece una decisión políticamente necesaria.

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