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miércoles, 13 de octubre de 2021

Pierre Michon / Minúsculas



Minúsculas

Se publica en España la antología de entrevistas realizadas en Francia entre 1989 y 2005 con el título 'Pierre Michon. Llega el rey cuando quiere'

Francisco Calvo Serraller
8 de octubre de 2018


Hace ya unos cuantos años, recuerdo el impacto que me produjo la lectura de Vidas minúsculas del escritor francés Pierre Michon (Cards, 1945) generando en mí una adicción que se mantiene viva hasta el presente. A cierta altura de la vida, esta apasionada afición por un autor es rara, y casi excepcional, cuando se trata de alguien contemporáneo. No es que te entretenga, te guste o simpatices con su obra, sino que se inserta en tu vida como una referencia esencial. El relato citado y algunos otros sucesivos de Michon se fueron traduciendo a nuestra lengua, no sé con qué éxito comercial o de crítica, pero sospecho que englobados en algo que no trasciende a la atención pública masiva. Vamos, con las trazas de lo exótico minoritario.

Ahora, sin embargo, que la obra de Michon parece haber roto ese círculo estrecho de la admiración rebuscada, se ha publicado en nuestro país la traducción de una antología de entrevistas realizadas en Francia entre 1989 y 2005 con el título Pierre Michon. Llega el rey cuando quiere (Wunderkammer), que es la llave para que lo amado implícito se haga explícito. De todas formas, ni voy a hacer aquí una recesión crítica de su obra literaria, ni siquiera trataré de abordar la complejidad de asuntos que en estas conversaciones se dirimen, salvo un par de cuestiones que particularmente me afectan.

La primera es la fascinación que la pintura ejerce en Michon, pero no por solo ser, sin duda, un refinado amante de la misma, sino porque le ha servido, en no pocos casos, como fuente de inspiración literaria. Véase sino los relatos dedicados a Piero della Francesca, Watteau, Goya y Van Gogh, algo que además explica con profusión en las entrevistas, donde se explaya sobre el asunto con sabrosísimos comentarios de otros grandes maestros y, en especial, de Velázquez. En cierta manera, los temas elegidos por Michon son biografías históricas de artistas, entre los que hay que incluir también algunos famosos escritores, como Rimbaud, aunque siempre utilizando como testimonios de los mismos a personajes contemporáneos de escasa o nula relevancia. Esta manera oblicua de aproximación a los genios le permite cierto distanciamiento de los tópicos establecidos, a la par que le autoriza a intermediar en su recreación imaginativa su personal visión fantástica. En el fondo de todo ello está la convicción de Michon de que, en nuestra sociedad secularizada, el arte en general ocupa, como última instancia, el papel que tradicionalmente le correspondía a lo sagrado, esa desmesurada interrogación del ser humano sin que haya lugar para una respuesta simple. Y si la pintura le atrae de manera especial es porque su densidad física y simbólica es mucho mayor que la que cabe procesar conceptualmente, o, como él dice, porque es el arte de la encarnación.

Pero hay otro aspecto que vivifica los relatos breves de Michon: lo minúsculo. No solo porque sus portavoces son personajes secundarios sin la menor relevancia, sino porque su modesto carácter tangencial aporta la redención de todo el género humano. En este sentido, lo minúsculo no se ciñe solo a lo muy pequeño e irrelevante, sino que abarca a la homogénea existencia mortal. No olvidemos al respecto que, si bien las letras mayúsculas encabezan heráldicamente la primera palabra de un tacto o de cada párrafo punteado, además de subrayar la primera letra de los nombres propios, las minúsculas sirven para dar cuenta del meollo de lo relatado; son el nervio incandescente de la explicación de lo contingente, de lo circunstancial. La clave o clavija que hace verosímil una historia. Sin las minúsculas estaríamos ante cifras indescifrables y no podríamos dar el menor sentido a lo que somos, ni, por supuesto, a lo que nos pasa.


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