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miércoles, 27 de octubre de 2021

Mary Beard / En busca de la Roma arcaica

 


Mary Beard
En busca de la Roma arcaica

    Las numerosas historias de Rómulo y de los otros fundadores nos dicen mucho sobre cómo veían los romanos su ciudad, sus valores y sus defectos. Muestran también cómo debatían el pasado los eruditos romanos y cómo estudiaban su historia. Pero no nos dicen nada, o a lo sumo muy poco, acerca de lo que ellos afirman: es decir, de cómo era la Roma arcaica, de los procesos mediante los cuales se convirtió en una comunidad urbana y cuándo. Un hecho es obvio. Roma ya era una ciudad muy vieja cuando Cicerón era cónsul en el año 63 a. C. Pero si no se ha conservado literatura del período fundacional y no podemos fiarnos de las leyendas, ¿cómo podemos acceder a algún tipo de información sobre los orígenes de Roma? ¿Hay alguna manera de arrojar luz sobre los primeros años de la pequeña aldea junto al Tíber que creció hasta convertirse en un imperio mundial?
    Por más que lo intentemos, resulta imposible construir una narración coherente que pueda reemplazar a las leyendas de Rómulo o de Eneas. Es también muy difícil, a pesar de las muchas y confiadas afirmaciones en sentido contrario, fijar fechas exactas para estas primeras fases de la historia romana. Pero sí podemos empezar a hacernos una idea mucho más precisa del contexto general en el que se desarrolló la ciudad y gozar de ciertos destellos sorprendentemente vívidos (algunos incluso aterradoramente escurridizos) de aquel mundo.
    Una forma de conseguirlo es dejar de lado las historias de fundación y buscar pistas ocultas en la lengua latina o en las posteriores instituciones romanas que podrían apuntar a la Roma arcaica. La clave aquí es lo que a menudo se califica, sencilla y erróneamente, de «conservadurismo» de la cultura romana. Roma no era más conservadora que la Gran Bretaña del siglo  XIX . En ambos lugares, la innovación radical se desarrolló en diálogo con todo tipo de tradiciones y retórica ostensiblemente conservadoras. Sin embargo, la cultura romana estaba marcada por una reticencia a descartar por completo sus prácticas del pasado y tendía, por el contrario, a conservar todo tipo de «fósiles», ya fuera en los rituales religiosos o políticos, o en cualquier otra cosa, incluso después de que se hubiera perdido su significado original. Tal como bien lo ha expresado un escritor moderno, los romanos eran como aquellas personas que se compran toda clase de equipamiento nuevo para la cocina, pero no son capaces de tirar sus viejos cacharros, que continúan abarrotando el lugar a pesar de que nunca se usan. Los eruditos, tanto los modernos como los antiguos, a menudo han sospechado que algunos de estos fósiles, o cacharros viejos, pueden ser importantes evidencias de las condiciones de la Roma arcaica.
    Un perfecto ejemplo es un ritual que se llevaba a cabo en la ciudad en diciembre de cada año, conocido como el Septimontium («Siete colinas»). Lo que ocurría en aquella celebración no está nada claro, pero un romano culto observó que «Septimontium» era el nombre de Roma antes de que se convirtiera en «Roma», y otro dio una lista de las «colinas» ( montes ) que participaban en la fiesta: Palatium, Velia, Fagutal, Subura, Cermalus, Opio, Celio y Cispio (Mapa 2). El hecho de que haya ocho nombres sugiere que algo se confundió en algún momento. Pero yendo más al grano, la rareza de esta lista (Palatium y Cermalus son ambos partes de la colina conocida generalmente como el Palatino), combinada con la idea de que «Septimontium» era la predecesora de «Roma», ha planteado la posibilidad de que estos nombres pudiesen reflejar los emplazamientos de pueblos independientes que precedieron a la ciudad ya completamente desarrollada. Y la ausencia en esta lista de dos de las colinas más obvias, Quirinal y Viminal, ha tentado a algunos historiadores a ir todavía más lejos. Normalmente, los escritores romanos se referían a estas dos colinas como colles en lugar de montes , el nombre latino más habitual (el significado de las dos palabras es más o menos idéntico). ¿Acaso esta distinción apunta a dos comunidades lingüísticas diferentes en algún momento de la primitiva historia de Roma? ¿Es posible que tengamos entre manos —para tensar la argumentación todavía más— una versión de los dos grupos reflejada en la historia de Rómulo, los sabinos asociados a los colles y los romanos a los montes ?

    Es posible que sí. No cabe duda de que el Septimontium está en cierto modo relacionado con el pasado lejano de Roma, pero es muy difícil saber exactamente de qué modo y cuán lejano era ese pasado. Los argumentos no son más firmes de lo que los he presentado, probablemente incluso menos. Después de todo, ¿por qué deberíamos confiar en la afirmación de aquel romano culto de que Septimontium era el nombre primitivo de la ciudad? Es muy probable que no fuera más que un desesperado intento de explicar una ceremonia arcaica que le desconcertaba casi tanto como a nosotros. Y la insistencia en dos comunidades parece sospechosamente provocada por un deseo de rescatar al menos alguna parte de la leyenda de Rómulo para la «historia».
    Mucho más tangibles son las evidencias arqueológicas. Cavemos en las profundidades de la ciudad de Roma, por debajo de los antiguos monumentos visibles, y aparecerán unos cuantos restos de un anterior asentamiento primitivo, o asentamientos. Justo debajo del foro yacen los restos de un temprano cementerio, que causaron un tremendo revuelo cuando fueron descubiertos a comienzos del siglo  XX . Algunos de los muertos habían sido incinerados y sus cenizas depositadas en sencillas urnas junto a jarras y vasos que originalmente contenían comida y bebida (junto a un hombre había pequeñas cantidades de pescado, cordero y cerdo, y posiblemente gachas). Otros estaban enterrados, a veces en simples ataúdes de roble fabricados a partir de un tronco abierto y vacío. Una niña de unos dos años había sido depositada en la tumba con un vestido de cuentas y una pulsera de marfil. En otros lugares repartidos por toda la ciudad antigua se realizaron hallazgos similares. Por ejemplo, debajo y a gran profundidad de las posteriores mansiones de la colina Palatina yacían las cenizas de un hombre joven, enterrado con una lanza en miniatura, quizá un símbolo de cómo había vivido.
    Los muertos y enterrados son a menudo más importantes que los vivos en los registros arqueológicos. No obstante, los cementerios implican la existencia de una comunidad, y presumiblemente puedan encontrarse restos de la misma en los grupos de cabañas cuyo débil trazado se ha detectado bajo diversas partes de la ciudad posterior, inclusive en el Palatino. Apenas tenemos idea de su naturaleza (más allá de su construcción en madera, barro y paja), y mucho menos del estilo de vida que albergaban. No obstante, podemos rellenar algunas lagunas si miramos fuera de Roma. Una de las estructuras arcaicas mejor conservada y más cuidadosamente excavada se encontró en Fidenae, a unos cuantos kilómetros al norte de la ciudad, en la década de 1980. Se trata de una construcción rectangular, de seis por cinco metros, hecha de madera (roble y olmo) y tapial (construcción de tierra compactada, todavía en uso en la actualidad) con un pórtico rudimentario pero útil alrededor de la misma, formado por un tejado voladizo. En el interior había un hogar en el centro, algunas grandes vasijas de cerámica para almacenamiento (y otra más pequeña, que parece haber sido un contenedor de arcilla de alfarero) y restos de algunos alimentos bastante predecibles (cereales y judías) y de animales domésticos (ovejas, cabras, vacas y cerdos). El descubrimiento más sorprendente de todos los desechos hallados fueron los restos de un gato, que murió (quizá estuviera atado) en un devastador incendio que acabó destruyendo la construcción. Ahora es famoso por ser el primer gato doméstico conocido de Italia.
    Estos hallazgos son potentes destellos de la vida humana y de otros seres, desde la niña depositada en su tumba con su mejor vestido hasta el pobre «cazarratones» al que nadie soltó de la correa cuando se inició el incendio. La cuestión es adónde conducen estos destellos. Los restos arqueológicos sin duda demuestran que hay una larga y abundante prehistoria debajo de la Roma que vemos, pero establecer cuán larga ya es otra cosa.
    Parte del problema son las condiciones de excavación en la propia ciudad. En el emplazamiento de Roma se ha construido con tanta intensidad durante siglos que tan solo encontramos huellas de esta primera ocupación en lugares que casualmente no han sido alterados. Los fundamentos excavados en los siglos  I y  II a. C. para los inmensos templos de mármol del foro destruyeron gran parte de lo que entonces había bajo la superficie; los sótanos de los palazzi del Renacimiento arrasaron todavía más en otras zonas de Roma. Por lo tanto, solo tenemos minúsculas instantáneas, nunca la foto completa. Esto es la arqueología en su faceta más difícil, aunque constantemente aparecen nuevos fragmentos de evidencias, y su interpretación y reinterpretación siempre es discutida y a menudo polémica. Por ejemplo, en la actualidad existe un constante debate sobre si los diminutos pedazos de caña y barro encontrados en las excavaciones del foro a mediados del siglo XX indican que había también allí un primitivo asentamiento de chozas o si se introdujeron sin querer como parte de los cascotes utilizados siglos después para obtener una nueva superficie elevada en la zona. Hay que decir, no obstante, que aunque apto para un cementerio, aquel sector debió de serun lugar más bien húmedo y pantanoso para ubicar un poblado.



    Una típica urna cineraria procedente de los cementerios de Roma y de la zona circundante. En forma de sencilla cabaña, estas casas para los muertos son uno de los mejores indicadores que tenemos del aspecto que tenían las viviendas de los vivos.

    La datación exacta es un aspecto todavía más polémico: de ahí mi uso intencionadamente vago del término «primitivo» en las últimas páginas. Hay que recalcar una y otra vez que no hay ninguna fecha independiente segura para ningún material arqueológico de la Roma arcaica ni de la zona en torno a ella, y las discusiones acerca de la edad de casi cada hallazgo importante todavía son encendidas. Para llegar a elaborar un esquema cronológico aproximado que cubra el período que va más o menos desde el año 1000 al 600 a. C. se han precisado décadas de trabajo a lo largo del siglo pasado, utilizando métodos diagnósticos como la cerámica de torno (supuestamente posterior a la manual), la presencia ocasional de cerámica griega en las tumbas (cuya datación se comprende mejor, aunque no a la perfección) y la minuciosa comparación entre un yacimiento y otro.
    Basándonos en estos datos, los primeros enterramientos en el foro se remontarían en torno al año 1000 a. C., las cabañas del Palatino en torno a 750-700 a. C. (fecha llamativamente cercana a 753 a. C., como muchos han observado). Pero incluso estas dataciones están lejos de ser seguras. Recientes métodos científicos, entre ellos la «datación por radiocarbono», que calcula la edad de cualquier material orgánico midiendo la cantidad residual de su isótopo radiactivo de carbono, sugieren que son todas ellas un centenar de años demasiado «jóvenes». La cabaña de Fidenae, por ejemplo, se fechó en torno a mediados del siglo  VIII a. C. según los criterios arqueológicos tradicionales, pero esta datación hay que retrasarla hacia finales del siglo IX a. C. si nos basamos en el radiocarbono. Hoy en día, las fechas fluyen incluso más de lo habitual; en cualquier caso, Roma parece estar envejeciendo.
    Lo que sí es cierto es que en el siglo VI a. C. Roma era una comunidad urbana, con un centro y algunos edificios públicos. Antes de esto, en cuanto a las primeras fases, tenemos suficientes hallazgos dispersos de lo que se conoce como Edad del Bronce Medio (entre más o menos 1700 y 1300 a. C.) para pensar que había personas viviendo en aquel emplazamiento, más que «de paso». Durante el período intermedio, podemos estar bastante seguros de que se desarrollaron pueblos más grandes, probablemente (a juzgar por lo hallado en las tumbas) con un grupo de familias de élite cada vez más rico y de que en un determinado momento se unieron formando una única comunidad cuyo carácter urbano era evidente en el siglo  VI a. C. No podemos saber con seguridad cuándo se sintieron por primera vez los habitantes de aquellos asentamientos separados como una única comunidad. Y no tenemos la menor idea de cuándo pensaron, o se refirieron por primera vez a aquella comunidad con el nombre de Roma.
    Sin embargo, la arqueología no solo estudia fechas y orígenes. El material encontrado en las excavaciones de la ciudad, en la zona circundante e incluso más lejos nos dice cosas importantes sobre el carácter del primitivo asentamiento de Roma. En primer lugar, tenía amplios contactos con el mundo exterior. Ya he mencionado de paso la pulsera de marfil de la pequeña del cementerio y la cerámica griega (hecha en Corinto o Atenas) que apareció en las excavaciones romanas. También hay indicios de vínculos con el norte, en forma de joyas y decoraciones con ámbar importado. No tenemos pista alguna de cómo llegaron a la Italia central, pero sin duda apuntan a algún contacto directo o indirecto con el Báltico. La Roma arcaica, contemplada desde la fecha más lejana que podemos concebir, estaba bien conectada, como insinuó Cicerón cuando destacó su ubicación estratégica.
    En segundo lugar, había similitudes, y algunas diferencias importantes, entre Roma y sus vecinos. La península Italiana entre aproximadamente 1000 y 600 a. C. estaba sumamente mezclada. Había muchos pueblos distintos e independientes, con muchas tradiciones culturales, orígenes y lenguas diferentes. Los mejor documentados son los asentamientos griegos en el sur, ciudades como Cumas, Tarento y Nápoles (Neapolis), fundadas a partir del siglo  VIII a. C. por inmigrantes de algunas de las ciudades más importantes de Grecia, conocidas convencionalmente como «colonias», pero no «coloniales» en el sentido moderno del término. A todos los efectos, una extensa porción de la zona sur de la península, y Sicilia, era parte del mundo griego, con una tradición literaria y artística vinculada a aquel. No es ninguna casualidad que algunas de las muestras más primitivas de la escritura griega que se han conservado, quizá la más antigua, se hayan descubierto allí. Mucho más difícil es reconstruir la historia de algunos de los otros habitantes de la península: desde los etruscos al norte, pasando por los latinos y los sabinos en las puertas de Roma, hasta el sur, hasta los oscos, que constituían la población originaria de Pompeya, y los samnitas, aún más alejados. No se ha conservado su literatura, si es que la tenían, y para conseguir testimonios de estos pueblos dependemos por completo de la arqueología, de los textos inscritos en piedra y bronce —a veces comprensibles, otras no— y de los relatos romanos escritos mucho más tarde, a menudo teñidos de supremacía romana; de ahí la imagen estandarizada de los samnitas como pueblo rudo, bárbaro, sin urbanizar y peligrosamente primitivo.
    No obstante, lo que sí muestran los hallazgosarqueológicos es que, en sus primeros tiempos, Roma era bastante corriente. El desarrollo de asentamientos dispersos a una comunidad urbana, que más o menos podemos detectar en Roma, parece haberse producido aproximadamente en el mismo período en toda la región próxima al sur de Roma. Los restos materiales de los cementerios, la cerámica local y los broches de bronce, así como importaciones más exóticas, son allí también bastante consistentes. En todo caso, lo que se ha descubierto en Roma es menos impresionante y menos indicativo de riqueza que los descubrimientos realizados en otros lugares. No se ha encontrado nada en la ciudad comparable, por ejemplo, con los hallazgos en algunas tumbas extraordinarias de la cercana Praeneste, aunque esto también podría ser mala suerte o, como muchos arqueólogos sospechan, un caso de robo enviado directamente al mercado de antigüedades de uno de los mejores descubrimientos realizados en las excavaciones del siglo  XIX en Roma. Una de las preguntas que tendremos que hacernos a lo largo de los dos capítulos siguientes es: ¿cuándo dejó Roma de ser corriente?

Mary Beard
SPQR
UNA ANTIGUA HISTORIA DE ROMA



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