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jueves, 1 de julio de 2021

Barbara Comyn ya no vive aquí

 


Barbara Comyns, en una imagen de archivo.
Barbara Comyns, en una imagen de archivo.


Barbara Comyns ya no vive aquí

La fascinante escritora inglesa, un cruce pluscuamperfecto entre Shirley Jackson, los hermanos Grimm y cualquier enorme dama de la comedia británica que se precie, pasó 16 misteriosos años en Barcelona sin que quede hoy ni rastro de ella


Laura Fernández
20 de junio de 2019


A veces ocurre que los escritores contienen a otros escritores sin saberlo. Por ejemplo, los hermanos Grimm, contenían, sin saberlo, a Barbara Comyns. En realidad, no la contenían, por supuesto, solo iban a dejar que jugase a desmontar sus fábulas macabras para construir, a su vez, fascinantes novelas fábula macabramente divertidas que elevarían el carácter infantil del cuento, la sencillez salomónica de la moraleja, a matiz simbólico derrumbabarreras. O derrumbatópicos. Pensemos en El enebro, la pieza fundamental de su obra –The Juniper Tree–, siempre revuelta y deliciosa, que Alba acaba de lanzar por primera vez en español.

Pensemos en cómo reimagina a la madrastra del clásico –sí, El enebro es un cuento de los hermanos Grimm y uno que tiene que ver con el asesinato de un niño al que luego su madrastra cocina y da de comer al padre–, aquí una encantadora jovencita con una desagradable cicatriz en la cara, y una hija negra de una aventura de una noche a la que llama Tommy –pero que en realidad se llama como en el cuento, Marline–. Bella Winter, se llama. Bella tiene una relación horrible con su madre, que no deja de repetirle lo mal que lo ha hecho todo, y una excelente relación con un matrimonio adinerado, los Forbes, de cuyo único hijo, John Bernard, se ocupará al morir la madre.

Dedicó Comyns su vida a habitar los cuentos que leyó de niña. Tuvo una infancia complicada. Su padre, cuenta ella misma en la introducción a La hija del veterinario, la tenía a ella y a sus cinco hermanos aterrorizados. Su madre se pasaba el día tumbada en una hamaca, a la sombra, en algún rincón del jardín, leyendo y comiendo cerezas. Tenía un mono que imitaba todo lo que hacía. Recuerda haber empezado a escribir a los diez años, con el fin de poder dibujar. Inventaba cuentos para luego poder ilustrarlos. Se casó con un artista a los veintipocos, tuvieron dos niños, se separaron y ella empezó a hacer de todo para mantenerse a flote.

Posó con sus hijos para otros artistas, remodeló casas para convertirlas en casas de huéspedes y abrió un negocio de ventas de coches raros, pero entonces llegó la guerra, y nadie quería coches antiguos ni vivir en un país en guerra, así que lo dejó todo y se metió a cocinera. Los niños eran felices, recuerda, y ella empezó a tener tiempo libre y volvió a escribir. En 1942 volvió a Londres, se casó otra vez y empezó a publicar. Sus dos primeras novelas, Sisters by a River y Y las cucharillas eran de Woolworths –una divertidísima sátira sobre su primer matrimonio– salieron a la vez. Luego llegó la década de los cincuenta, en la que el matrimonio, tras un breve paso por Ibiza, se mudó a Barcelona.

Pasó Barbara Comyns 16 misteriosos años en Barcelona sin que quede hoy ni rastro de ella. Se lanzó hace no demasiado un mapa literario de la ciudad en el que no aparece, como tampoco lo hace Anaïs Nin, que dio comienzo a sus famosos diarios cuando se despidió de su padre en el puerto. Quería contarle todo lo que iba a perderse. A veces ocurre que hay escritores que a las ciudades les resultan invisibles, pese a tener motivos (y enormes, en el caso de Comyns) por los que desear intentar rastrear el impacto de la ciudad en su obra. Por mencionar un ridículo ejemplo, es probable que la mención a Tàpies en El enebro no sea mera casualidad.

Pero volviendo al principio. Los hermanos Grimm contenían sin saberlo a Barbara Comyns, un cruce pluscuamperfecto entre la oscuridad traviesa de Shirley Jackson, ellos mismos y cualquier enorme dama de la comedia británica que se precie. Pero el mundo no se quedó huérfano de su pasión por desmontar, brillantemente, la fábula macabra, a su marcha, en 1992, porque, sin saberlo, Barbara Comyns contenía a Helen Oyeyemi. Fue Helen Oyeyemi quien me habló por primera vez de Barbara Comyns. Lo hizo en la sala en la que Jaume Vallcorba amontonaba New Yorkers, en la sede de Acantilado.

Se diría que Oyeyemi (Nigeria, 1984) lleva aún más lejos la pasión por habitar fábulas de Comyns cuando en realidad lo que ocurre es que Oyeyemi intenta habitar las novelas de la propia Comyns. Como en una de esos cuentos de hadas que ambas aman, la sensación es la de que la joven autora británica entra en las novelas de su adorada maestra y cambia cosas de sitio, reconstruye y crea, deforma una realidad ya deformada y, al hacerlo, se convierte en la escritora que Comyns contenía sin saberlo. Hagan el experimento. Lean El enebro y luego lean Boy, Snow, Bird, la última novela de Oyeyemi, y descubrirán en qué consiste.

EL PAÍS

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