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miércoles, 17 de febrero de 2021

La emoción religiosa de Rothko

Mark Rothko
Foto de Henry Elkan

 

La emoción religiosa de Rothko


Marta Caballero
30 de marzo de 2010

En tiempos de secularización, esto a pesar de las procesiones que estos días hacen penitencia en España, dicen que se hace obligatorio abrir espacios interiores, por eso el éxito de un pintor como Mark Rothko, al que hace apenas diez años casi nadie nombraba en España. Hoy, en cambio, este eminente miembro de la escuela de Nueva York, nacido en Rusia de familia judía, luce en las consultas de los médicos, en los despachos de los abogados, en salones y habitaciones. Muchos tienen un cartel de Rothko como hace años se tenía uno de Picasso. Y la razón, más allá de que los estudios sobre su obra y las múltiples muestras en torno a ella lo hayan convertido en un pintor mainstream, está precisamente en esa capacidad del pintor de arrojar con violencia al individuo que mira de frente a sus cuadros hacia las profundidades de su yo, a un estado ignoto de la conciencia.

Este alcance, traducido como religioso, lo analiza en un libro el doctor en Filosofía y catedrático de Estética Amador Vega Esquerra, que firma Sacrificio y creación en la pintura de Rothko (Siruela, 2010), el primer volumen que aborda de forma monográfica esta vinculación del genio de la abstracción al fenómeno religioso. A través de sus páginas se recorre un camino que es el mismo que hizo el artista en busca de “un arte capaz de despertar emociones sentimentales que entroncan directamente con las grandes emociones religiosas de la antigüedad, de la tragedia griega a la pintura italiana”, destaca Vega Esquerra, quien ha estudiado su obra siguiendo el proceso de abstracción como si se tratara de un proceso ritual, estableciendo un paralelismo entre la desfiguración de la imagen y la del cuerpo.


En efecto, la primera época de Rothko analizada en el libro nos descubre un pintor que avanza de las figuras surrealistas hacia la desaparición de la línea. Como explica el autor, “el pintor se percató de que la representación de la figura humana no le servía para transmitir las emociones fundamentales”. Ese abandono de las formas se concibe como parte de un sacrificio que demuestra cómo incluso en el secularizado siglo XX lo sagrado pervive en lo profano. De esta forma, ¿Puede asociarse el arte de Rothko a un arte puramente cristiano? El catedrático no lo tiene claro: “Así como otros pintores se interesaron por otras culturas, él siempre lo hizo por la tradición europea en general, por los griegos, los romanos, el arte medieval y el renacentista. Los temas de la religión cristiana son comunes a los mitos griegos”, explica.

A través de numerosas imágenes, Vega Esquerra va descubriendo el paralelismo del arte rothkiano con los frescos de Herculano, con Fra Angelico o con cierto arte bizantino, destacando el capítulo dedicado a la similitud de sus óleos con la Biblioteca Laurentiana, la obra de Miguel Ángel que comparte con Rothko la presentación de una serie de ventanas ciegas que, “como un espejo”, devuelven la mirada a quien las contempla, siendo siempre una apertura hacia dentro. Fue el propio Rothko el primer sorprendido con estos parecidos con su obra durante un viaje a Italia, según se indica en el volumen.

“Todos los místicos vieron a Dios al final del abismo”

En mitad de toda esta trascendencia lograda por el pintor a partir de los años cincuenta, ¿qué nos dice de él su suicidio? ¿Por qué una persona que había llegado a esa altura casi mística decide acabar con su vida? Vega Esquerra lo soluciona así: “Algunos han querido ver su suicidio como resultado de un proceso de melancolía que arranca con las Pinturas Negras. Pero yo creo que el final de una persona no explica el resto de una vida. Todos los místicos vieron que Dios estaba al final del abismo. La oscuridad en su obra no debe impedir ver la luz en sus cuadros, porque esa luz puede ser precisamente una luz salvadora. Ese mimo año se suicida Celan, en cuyos textos se puede descubrir también una profunda amargura”, expone el catedrático. Justo el día en el que se quitó la vida Rothko le había mostrado a un grupo de amigos su estudio, y está detallado que entonces había encontrado otro camino o que estaba intentando encontrarlo. De esta forma, sus circunstancias personales parecen estar más allá de su propio arte. “Él sabía que él era un mero transmisor, y su obra se cobró una víctima que era él”, concluye, pero aún apostilla: "Qué pensar de una persona que decía: que vengan los religiosos y los profanos a ver mis cuadros porque lo sagrado es ambiguo".

EL CULTURAL


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