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lunes, 21 de diciembre de 2020

Las dieciséis vidas de Maggie O'Farrell

La escritora Maggie O'Farrell, durante la entrevista en Barcelona.
La escritora Maggie O'Farrell, durante la entrevista en Barcelona. ALBERT GARCIA

 

Las dieciséis vidas de Maggie O'Farrell

La escritora irlandesa recoge en 'Sigo aquí', un volumen autobiográfico que se lee como una novela, sus experiencias cercanas a la muerte


Laura Fernández

8 de julio de 2019


Maggie O'Farrell, figura clave de la literatura (norte) irlandesa, y a cada nueva impecable entrega de su apasionante obra en marcha, de la literatura mundial, escribe un diario desde los 11 años. A veces le cuenta cosas que no tienen nada que ver con su día a día. A veces le cuenta cosas que le pasaron. Como cuando aquella vez, de camino a Hong Kong, el avión en el que viajaba se precipitó al vacío. O cuando aquella otra vez, siendo una adolescente, en mitad de la noche, decidió que, por qué no, se tiraría al mar, desde una altura considerable, sin tener en cuenta que podía no llegar a tocar fondo – como no hizo – y que, para ella, estar rodeada de oscuridad equivalía a perderse para siempre. A veces le cuenta cosas que no le había contado a nadie. Por ejemplo, que un tipo le echó al cuello la correa de los prismáticos con los que una semana más tarde asfixiaría a una chica que podría haber sido ella. Luego, un día, releyéndolo, se dio cuenta de que su diario no era solo su diario. “He leído suficientes libros como para darme cuenta cuando estoy ante uno”, dice O'Farrell. Aparta un rizo pelirrojo, y añade, “y eso era justo lo que tenía delante”. Tenía un libro sobre las dieciséis veces en que había esquivado la muerte que acabó titulando Sigo aquí (Libros del Asteroide / L'Altra Editorial).

Al principio, trató de negarse. Iba a ser su primer libro de memorias, y O'Farrell (Corelaine, 1972) le teme a la autoficción porque no quiere sentirse obligada a contar cosas que no quiere contar. ¿Qué hacer para evitarlo? Alejarse lo suficiente como para encarnar a su propio personaje. Es decir, todo lo que se cuenta es cierto, pero la forma en que se cuenta es la forma en la que se contaría de no serlo. “Lo he enfocado como una novela, y no una sobre la muerte, sino una sobre lo que significa estar vivo, haberme librado todas esas veces de no estar en ninguna parte ya, alegrarme por todo este tiempo de descuento”, dice. O'Farrell se ha guardado para el final – realmente el libro tiene aspecto de novela, y es una en la que la última parte, el último capítulo, te permite entender el resto, y no solo el resto , sino también la poderosa energía de toda su obra – el episodio más duro: a los ocho años se le diagnosticó una encefalitis en apariencia incurable que acabó por curarse (pasó un año en silla de ruedas, haciendo todo tipo de ejercicios para intentar volver a andar, hasta que lo consiguió) de milagro. Aún hoy tiene secuelas. “Esa botella de ahí. Si no la miro, soy incapaz de cogerla”, dice. Y la oscuridad sigue siendo un enemigo feroz.



Postrada en aquella cama aprendió algo realmente valioso. No solo que la muerte nunca avisa, que también, sino que la amabilidad de los desconocidos puede salvarte la vida. “En los peores momentos siempre ha habido alguien que me ha tendido, literalmente, la mano – como cuando estuve a punto de desangrarme en mi primer parto –, o que ha confiado en que podía salir de esa, y me ha sonreído y ha sido amable conmigo, y esa amabilidad me ha dado la fuerza que necesitaba. Estoy convencida de que la amabilidad puede rescatarte del peor de los abismos. No estaría mal que intentáramos ser amables siempre que podemos”, sentencia. Pero volviendo al haber rozado la muerte con tan solo ocho años, la escritora se explica a partir de aquella experiencia incluso su pulsión narrativa a partir de esa experiencia. Se lo explica, hace unos meses, en un poco iluminado bar de Barcelona, adonde ha viajado a presentar su último libro.

“El haber estado tan cerca de la muerte de pequeña y volver de nuevo a la vida me proporcionó durante mucho tiempo una osadía, una actitud desdeñosa e incluso demencial frente al riesgo”, escribe, y añade: “No es que no concediera valor a la existencia, sino que tenía un deseo insaciable de abrazar todo lo que la vida pudiera ofrecerme”. Le perdió el miedo a la muerte, su proximidad le resultaba “casi familiar”. “Sabía que un día llegaría y no me asustaba, al contrario”, escribe. ¿Y la pulsión narrativa? “Quieres vivir, tanto como puedas, ¿y no expande la literatura la vida? ¿No es vivir muchas vidas? Lo único que sé es que cuando no escribo, me vuelvo loca. No dejo de hacer cosas. Cambio todos los muebles de casa de sitio. No puedo parar”, contesta.

Puesto que las 17 experiencias cercanas a la muerte recogidas en Sigo aquí recorren toda su vida, el libro puede leerse como una profunda y fascinante reflexión sobre cada etapa de la vida de un ser humano

Puesto que las 17 experiencias cercanas a la muerte recogidas en Sigo aquí – volumen que debe su título a un célebre verso de Sylvia Plath –, recorren toda su vida, el libro puede leerse como una profunda y fascinante reflexión sobre cada etapa de la vida de un ser humano: cómo somos de despreocupadamente valientes de niños, cómo lo somos mucho más conscientemente de adolescentes, y cómo, de adultos, el miedo empieza a alejarnos de la persona que fuimos. De las 17 experiencias relatadas, 16 son suyas, y la última, de su hija pequeña, nacida con alergia a todo tipo de cosas, una alergia que la coloca al borde de la muerte una y otra vez. “La maternidad te vuelve una persona más cauta", dice O'Farrell, "porque ya no temes por ti, temes por lo que dejarías atrás de no estar”.

De la amenaza que representan los hombres – el tipo de los prismáticos que la asaltó en mitad de la montaña y dos tipos que trataron de quedarse con su coche y vete a saber qué más mientras estaba dándole el pecho al bebé sola dentro – para las mujeres, apunta que en cierto sentido siempre será así. “Son más fuertes que nosotras. Cualquier mujer con la que te cruces podría contarte un par de historias como las que yo cuento. Es terrorífico. Se lo digo a mi hijo de 15 años. Imagínate llegar a un café y que un grupo de señoras gritasen cosas que te incomodasen. Se ríe. No se lo cree. Bueno, pues eso tienen que soportarlo las chicas, todo el tiempo, le digo yo”.

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