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martes, 22 de septiembre de 2020

Prohibido morir aquí / Elizabeth Taylor y la voracidad autobiográfica

Mrs. Palfrey at the Claremont | A Fondness For Reading

Elizabeth Taylor y la voracidad autobiográfica

Elegida por The Guardian como una de las mejores novelas de todos los tiempos, candidata al Booker Prize, esta obra nos revela a la otra Elizabeth Taylor, escritora inglesa nacida en 1912 que recibió reconocimiento póstumos. "Si se cree en algo con la fuerza suficiente, parece decirnos la novela, aquello se terminará imponiendo a la realidad", escribe Luciano Lamberti.


Elizabeth Taylor y la voracidad autobiográfica
Luciano Lamberti
10 de diciembre de 2018

Un amigo me preguntó qué me parecía esta novela. Inglesa, le dije.
Es que Prohibido morir aquí, de Elizabeth Taylor (La Bestia Equilátera, traducción de Ernesto Montequin) contiene de alguna forma los rasgos de una especie de género nunca clarificado del todo: la narración morosa, rica en detalles minúsculos que muchas veces no llevan a nada, los largos diálogos tradicionales de su país alrededor del té, el uso de un humor muy fino y elegante. Si a todo esto le agregamos que en gran medida el tema de la novela es la vejez, sus vericuetos cada más retorcidos y extraños, tendremos una idea aproximada de lo que significa Prohibido morir aquí.
El argumento es simple. En las primeras páginas, la señora Palfrey llega al hotel Claremont, que sospechamos es su última morada, un hotel tradicional pero barato en el que ella y otras mujeres de su edad cimentan una relación basada en la hipocresía, la desconfianza y el ocultamiento. El hotel funciona en gran medida como un geriátrico, con los conflictos propios del género, entre ellos el la soledad que lo impregna todo con una tristeza inmanejable.
Podemos sospechar aquí que la señora Palfrey es, en gran medida, un alter ego de Elizabeth Taylor. Cuando se publicó esta novela ella tenía casi sesenta años, y moriría cuatro años después. La vejez, el abandono y la falta de retribuciones por el trabajo (Taylor no fue muy considerada por la crítica en vida, y su éxito comenzó, como el de tantos, de forma póstuma) serían temas muy presentes en ese momento. También la crisis de los valores que significó la posguerra, y el contraste de ese mundo con aquel en el que viven las señoras mayores: uno que ya está dejando irremediablemente de existir.
En ese sentido, las visitas del “afuera” son un privilegio y una bendición. Las señoras mayores las ansían como una droga dura: significan un contacto con el mundo real, el presente tembloroso. Una tarde, la señora Palfrey sale a caminar, tropieza y cae en mitad de la calle. Un joven se acerca a levantarla, la socorre, la lleva a su departamento y le convida un té. Se llama Ludo, es un escritor -o un aspirante a serlo- y desde ese momento establecerá una relación con la señora Palfrey, que por momentos contiene a lo erótico, a lo inofensivo, a lo maternal y a la pobre salvación que se pueden dar la una a la otra esas almas que son, a su modo, igualmente solitarias y tristes. Ludo vive de la renta de su madre, es acosado por su padastro (“el Comandante”, un ente desagradable y malicioso), escribe “notas” incesantemente, que van desde la observación de la señora Palfrey hasta el registro de sus pobres días, y es al mismo tiempo la contraparte picaresca de ese mundo de agonía que transcurre en el interior del hotel.


En ese sentido, hay una representación muy acertada de la forma en la que un escritor, bueno o malo, percibe el mundo. Hay una voracidad autobiográfica bastante evidente: todo le sirve al escritor para crear, todo es material, todo es usable, incluso si hay que matar a la madre para hacerlo, como pedía el bueno de Faulkner. La relación de Ludo con su madre real, precisamente, y con la señora Palfrey, que termina siendo una especie de madre para él, la única persona que le cree y que se ocupa de su bienestar en años, será también una víctima propiciatoria para Ludo, que ve en ella la oportunidad para escribir de una vez por todas la novela que lo salve, quizás no de la pobreza pero sí de la ignominia en la que vive. Ludo entra a la novela después de un cuarto del total de páginas, pero en gran medida termina convirtiéndose en un protagonista, como si hubiera torcido los planes originales de la autora.
Ludo y la señora Panfrey fingen, primero para los demás y después para sí mismos, que él es su nieto. Las visitas regulares son un paliativo para la soledad de ambos, pero también una muestra del tenue hilo que separa la ficción de lo real, y que ha tenido ilustres ejemplos en la creación literaria desde sus comienzos. Si se cree en algo con la fuerza suficiente, parece decirnos la novela, aquello se terminará imponiendo a la realidad.
Prohibido morir aquí es una reflexión sobre la vejez, sobre los tibios contactos humanos, sobre la decadencia y la posibilidad de renacer. No es una novela de peripecias ni de acción, que a veces tarda muchas páginas en aparecer, pero su experiencia de lectura se asemeja a la de andar en una balsa a la deriva, en medio de una luz crepuscular, sabiendo que el destino es incierto y terrible a la vez.
ETERNA CADENCIA


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