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sábado, 15 de mayo de 2021

El mundo íntimo de Onetti

Foto
Juan Carlos Onetti al atardecer, sentado en su terraza de Avenida de América, 31, Madrid, 1985.  DOLLY ONETTI (CASA DE AMÉRICA)

El mundo íntimo de Onetti

Casa de América de Madrid ofrece una muestra del autor que recrea su ámbito más íntimo


Dorothea Muhr, viuda de Oneti, en la exposición de Casa de América. / S. SÁNCHEZ

En la cabecera de su cama, Juan Carlos Onetti (1909-1994) tenía pegado un cartel plastificado con los estatutos del Club de los que Nacieron Cansados: “Se nace cansado y se vive para descansar. Ama a tu cama como a ti mismo. Descansa de día para dormir de noche.” No era sólo la pereza, sin embargo, la que mantuvo al escritor de los ojos desolados en la comodidad de su cama los últimos años de su vida. “Tenía disminuida la movilidad de una pierna porque le habían puesto una serie de inyecciones en el mismo lado. Eso influyó. Bueno, eso y también que le encantaba leer en la cama y estar ahí todo el tiempo, es verdad”, dice con media sonrisa Dorothea Muhr, Dolly, viuda del autor de El Astillero. Esa cama y numerosos objetos personales y fotografías de Juan Carlos Onetti pueden verse, a partir de hoy y hasta el próximo 15 de noviembre, en la Casa de América de Madrid.

Información útil

Fecha: del 25 de septiembre al 15 de noviembre.
Lugar: Sala Frida Kahlo.
Hora: De lunes a viernes de 11.00 a 19.30.
Sábado de 11.00 a 15.00.
Domingos cerrado.
Entrada libre hasta completar aforo.
Recuento con Onetti: veinte años después es una exposición que recrea el ámbito más íntimo del autor uruguayo. Claudio Pérez y Raúl Manrique, creadores del Museo del Escritor, se han encargado de seleccionar y estructurar para el público buena parte de los muebles, libros, cartas, manuscritos, primeras ediciones, obras dedicadas, gafas, pasaportes e instantáneas de momentos cotidianos que Onetti tenía en su piso de la Avenida América, en Madrid, donde vivió desde 1976, dos años después de haber estado en la cárcel de Montevideo por haber formado parte del jurado que premió un cuento que no le gustó a la dictadura de José María Bordaberry.
El Premio Cervantes 1980 fraguó la leyenda del hombre permanentemente acostado en la habitación de una octava planta que tenía una ventana con macetas. Ahí, sin levantarse, leía, fumaba, bebía whisky, recibía a amigos y periodistas. Ahí, sin levantarse, escribió sus últimos libros sobre páginas de agendas viejas. Ahí, sin levantarse, provocaba los gruñidos y ladridos de La biche, una perra fox terrier que tuvieron que sacrificar una semana antes de la muerte del escritor, en mayo de 1994. “Porque ya tenía 14 años y se había comido muchos postres que Juan le daba. Pero, no sé, de haber sabido que Juan iba a morir, la habría tenido más tiempo”, dice Dolly, de 89 años, violinista jubilada, que ahora vive en Buenos Aires (Argentina) con su hermana y 14 gatos y que sigue estudiando composición.

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Juan Carlos Onetti recibe de manos del Rey Juan Carlos I el diploma que certifica la concesión del Premio Cervantes. Alcalá de Henares. Abril de 1981. / CASA DE AMÉRICA

En la cabecera de la cama, pegadas con chinchetas o cinta adhesiva, Onetti también tenía fotos familiares y un retrato de su admirado cantor de tangos Carlos Gardel. En la mesita de noche, un globo terráqueo, un par de ceniceros y varias novelas policiacas. “Le encantaba ese género. Un estante enorme de la biblioteca estaba lleno de esos libros. Decía que Simenón escribía muy bien y le gustaban mucho Chase y Chandler”, enfatiza Dolly. “Yo iba a la cuesta de Moyano y volvía a casa cargada de libros. Porque a Juan le gustaba, sobre todo, leer. Podía pasarse días enteros así. En la cama, por supuesto.”
Si a media madrugada se le ocurría alguna idea para sus novelas, Onetti despertaba a su mujer para que la apuntara en una libreta. Le pedía también que pasara a máquina sus textos escritos con bolígrafos de tinta azul o negra. Y que le hiciera fotos para el pasaporte. Y que le llevara al oculista a su habitación para que le graduara las gafas. Y que en la portada de un ejemplar de El pozo, su primera novela, recortara un círculo donde cupiera la medalla del Premio Cervantes. Y Dolly, su cuarta esposa, lo hacía con gusto. “Porque él era todo para mí, porque yo quería que siempre estuviera contento, feliz. Hasta que murió. Al principio, la vida sin él fue muy difícil. Tuve que ir al psicoanalista durante diez años. Después mi música me ayudó mucho.”


En la exposición también está el comedor de los Onetti, cerca de una pequeña mesa con un teléfono de disco. Su acta de matrimonio, fechada en Veracruz (México). “Porque en Argentina no había divorcio y era la cuarta vez que Onetti se casaba y quería validar su unión con Dolly de algún modo”, apostilla Claudio Pérez. Un amarillento directorio telefónico con los nombres de los primeros amigos y conocidos en Madrid. De las paredes cuelgan fotos de él en casa, solo o con sus hijos, y otras tantas al lado de escritores como Gabriel García Márquez o Juan Rulfo. Sobre su mesa de trabajo hay libros desordenados. Una vitrina contiene todas las primeras ediciones de los cuentos y novelas del autor de El infierno tan temido. En otra están sus premios. Más allá, su globo terráqueo y su máquina de escribir portátil. Y hay, además, una muestra de los libros de misterio que no paraba de leer, de día y de noche, en su cama.


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