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domingo, 12 de abril de 2020

Triunfo Arciniegas / El lobo y las ovejas




Triunfo Arciniegas El lobo y las ovejas



https://www.youtube.com/watch?v=RaFm5owwS8Y&feature=share
EL LOBO Y LAS OVEJAS
en la voz del autor

No tengo suerte con las ovejas. Se burlan de mí. El otro día atrapé una oveja verde. Sé que no hay ovejas verdes, pero ésta fue la única que se dejó alcanzar. El hambre no está como para despreciar un color.
Le di un mordisco y me quedó la boca llena de lana verde y amarga. Estuve vomitando todo el día. Y todo el día oí las risas de las ovejas.
Y en la noche, para colmo de males, tuve un susto de muerte. Una extraña criatura cubierta de hojas secas me persiguió hasta la cima de la montaña. Me hizo suplicar por mi vida. Y luego se quitó una tras otra las hojas secas que se había pegado con miel. Huyó antes de que le diera un mordisco. Maldita oveja.
–Te dejé un tarrito de miel para que me perdones la broma –gritó.
Encontré el tarrito y lo abrí. No era miel. Eran abejas. Docenas de furiosas abejas que me atacaron sin piedad.
La hinchazón me duró tres días.
Abundan las ovejas en el valle pero no tengo suerte. Por eso mismo abundan.
El otro día se me acercó una oveja y me dijo:
–Soy tu cena.
No podía creer que mi suerte hubiera cambiado así no más
–¿No quieres que sea tu cena? –dijo la oveja.
–Por supuesto que quiero.
–Caí del cielo a tu mesa –dijo la oveja–. Podrás comerme tan pronto estés listo –dijo la oveja.
Hizo que me bañara en el río y le cantara al sol brincando en una sola pata. Hizo que devorara ciertas hierbas y que me cortara las uñas. Me sentí puro e iluminado.
–Estoy listo –dije.
–Por último, debes meditar en la cueva de los tigres y soportar la lluvia.
–No llueve en las cuevas.
–En la cueva de los tigres, sí.
–¿Y los tigres?
–No temas –dijo la oveja–. Están de vacaciones.
Así que fui a la cueva de los tigres y medité, en total estado de santidad.
–Cierra los ojos porque viene la lluvia –dijo la oveja.
Y casi me mata una lluvia de piedras.
No pude moverme: me dolía todo.
Los tigres llegaron y no me creyeron que había entrado a su cueva para meditar. Me apalearon hasta cansarse y me botaron al camino como una alfombra vieja. La oveja se me acercó y jugó con mis orejas.
–¿Me reconocerías si me pinto de verde? –dijo.
Me arrancó un pelo del bigote.
–¿Me reconocerías si me cubro de hojas y te regalo un potecito de miel? –dijo.
Me retorció el rabo. No me dolió porque no sentía absolutamente nada.
–Me voy porque veo que ya no tienes apetito –dijo la oveja. 
Y se fue.
Me retiré al desierto, donde no aparecen ovejas verdes ni monstruos cubiertos de hojas secas, pero mantengo un ojo cerrado y otro abierto por si acaso. De noche, todavía me duelen los huesos. 

Triunfo Arciniegas
Cuando el mundo era así
Bogotá, Cataplum Libros, 2017, pp. 40-55           


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