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miércoles, 29 de abril de 2020

Max Frisch / Montauk / Fragmento

Stellan Skarsgard y Nina Hoss
Regreso a Montak, deVolker Schlöndorff

Max Frisch
MONTAUK
Fragmento

 

Un cartel que promete una vista panorámica de la isla: OVERLOOK. Ha sido él quien ha propuesto pararse aquí. Un aparcamiento para cien coches por lo menos, a esta hora vacío. El coche de ella es el único sobre las rayas divisorias pintadas en el asfalto. Es la mañana. Día de sol. Arbustos y maleza alrededor del aparcamiento vacío; nada de vistas panorámicas, por tanto, pero hay un sendero que conduce a través de la maleza y no han necesitado largas deliberaciones: el sendero los llevará hacia la gran vista panorámica. Luego ella ha vuelto al coche. Él espera. Tienen tiempo. Un fin de semana entero. Él permanece de pie e ignora lo que en este preciso instante está pensando... En Berlín serán ahora las tres de la tarde... Por lo general, no le gusta esperar. A ella se le ha ocurrido que para ver el Atlántico no le hace falta, en realidad, su bolso de mano. A él todo le resulta un tanto inverosímil, pero transcurrido un rato lo ve como una simple certeza: susurros en los arbustos, a continuación los pantalones de ella (el azul claro ajado, por supuesto) y sus pies en el sendero, detrás de muchas ramas y tallos su pelo bastante rojo. Su marcha al coche ha merecido la pena: YOUR PIPE. Y luego echa a andar de nuevo por delante. Se agacha aquí y allá bajo las ramas enmarañadas, y él se agacha bajo las mismas ramas cuando ella camina de nuevo erguida, aún por medio de la espesura. Es una especie de sendero, no siempre distinguible, un sendero silvestre. Primero ha ido él delante: como hombre que está tan poco familiarizado con el terreno como ella. De pronto una zanja cenagosa donde ha tenido que prestarle ayuda, y desde entonces va ella delante. Él también lo prefiere. A ella le causa alegría, así muestra su andar ligero y ágil. El Atlántico no puede quedar lejos. En la altura, una gaviota solitaria. Mientras camina, él carga la pipa y se admira sin querer saber de qué se admira. En algunos lugares huele a flores. Ni idea de lo que florece por aquí. Se trata de plantas extrañas. Él se ha comprometido a encontrar el coche en cualquier momento y ella parece confiar en él. Para encender después la pipa tiene que detenerse un instante. Sopla viento. Le han hecho falta cinco cerillas y ella, entretanto, ha continuado la marcha, de forma que durante unos momentos él no alcanza a verla. Durante unos momentos le parece una fantasía o un recuerdo lejano: ese caminar en compañía de una mujer joven. A decir verdad, hay muchos senderos o lo que tiene apariencia de sendero. Por eso ella se ha parado: ¿hacia dónde, ahora? El mapa que él compró ayer está en el coche. Tampoco sería de gran ayuda en este paraje. Se dirigen hacia donde hay sol. No es un sendero adecuado para entablar diálogo. Donde no hay espesura se ve el terreno en rededor: no resulta extraño, por más que él no ha estado aquí en toda su vida. Esto no es Grecia. La vegetación no se parece en nada. Sin embargo, él piensa en Grecia, después otra vez en Sylt. Le molesta que le vengan de continuo los recuerdos. Los dos llevan ya media hora de camino. Quieren ver el Atlántico. No tienen otra cosa que hacer; tienen tiempo. Tampoco esto es Bretaña, donde él estuvo hace un año junto al mar por última vez. El mismo aire costeño. Puede ser que lleve la misma camisa, los mismos zapatos, todo un año más viejo. Sabe dónde se encuentran:
MONTAUK
un nombre indio. Designa la punta norte de Long Island, distante ciento diez millas de Manhattan, y él podría precisar también la fecha:
11.5.1974
No sólo hay ramas que cuelgan sobre el sendero, haciendo que uno tenga que agacharse; aquí y allá, una rama seca caída en tierra. Entonces ella salta por encima. Es muy delgada, pero no huesuda. Tiene los vaqueros recogidos hasta las pantorrillas; su pequeño trasero en los pantalones ceñidos que lleva sin cinturón, y, metido en un bolsillo lateral, un peine. No es más alta ni más baja que él, pero sí ligera. Sus cabellos, cuando los lleva sueltos, le llegan hasta las caderas. Ahora se los ha anudado arriba. Una roja cola de caballo que oscila al caminar. Como hay que estar atentos al sendero, si es que esto merece tal nombre, y como además él tiene que andar con ojo para adivinar por dónde convendría tal vez avanzar para salir de la espesura...


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