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lunes, 16 de marzo de 2020

Rosa Montero / El amor, ese espejismo individual



Rosa Montero

El amor, ese espejismo individual


Ana, una periodista de treinta años, madre soltera, decide, en las últimas páginas de Crónica del desamor, escribir la historia de todas las Anas.En un momento de la vida en que cuesta trabajo taponar la soledad con amor, porque las posibilidades de autoengaño se reducen, la joven protagonista de la novela piensa que esa pequeña biografía suya y de todas sus amigas debe ser contada. Contadas las anécdotas reveladoras de lo que significa ser una mujer en el mundo. La autosuficiencia vacía e ignorante de algún ginecólogo, seguro de sí mismo tras la pulcra bata blanca. El egoísmo sexual de algún hombre incapaz de estar a la altura ideológica de su compañera. Mil anécdotas que podrían ser reales, que comunican historias muy próximas y que, por tanto, se leen con interés, de un tirón.




Crónica del desamor

Rosa Montero. Editorial Debate. Madrid, 1979.
Rosa Montero ha recogido en estas páginas llenas de vitalidad y faltas de cualquier pretensión totalizadora, una serie de apuntes muy concretos de lo que es aquí, en una gran ciudad, la vida cotidiana desde la óptica de una mujer. Cómo se ve el amor desde el sexo femenino, con una sinceridad que a veces resulta incluso amarga de puro desmitificadora.
Pero detrás de las historias que confluyen en esta crónica está la visión última de lo que es este desamor, el desajuste constante en la vida afectiva entre hombres y mujeres. Un desfase en los comportamientos que provoca con demasiada frecuencia la incomunicación entre los dos sexos.
Hay muy pocos detalles de ternura hacia el sexo masculino en las páginas de esta Crónica del desamor. Los relatos que salen a relucir dejan bastante mal parados a casi todos los hombres que aparecen, siempre un poco desdibujados, en un papel secundario. Así cuando se cuenta la relación de Ana con un viejo amante, José María, que la persigue día y noche, precisamente cuando ella ha conseguido superar la frustración de un amor no correspondido. Las lágrimas de Ana en el pequeño restaurante son más bien de indignación por esos «desencuentros» que tantas veces se produjeron con José María, que de tristeza por el amor perdido.

Frustraciones

Porque tanto ella como sus amigas, Candela, fuerte y segura, pero sufriendo las consecuencias de una relación frustrante, o Elena, brillante ensayista que se eclipsa ante Javier, tienen una constante sensación de pérdida, de que el tiempo se lleva lo mejor de su vida sin poder ser felices.Ser realista, capaz de afrontar los mil problemas que se le plantean a una mujer sola con un hijo, no le impide a Ana enamorarse de Eduardo Soto-Amón. El dueño y señor del imperio periodístico donde ella trabaja, sin conseguir por cierto entrar en nómina a causa de una sutil discriminación sexual.
Sólo al final de la novela Ana volverá a ser sentimentalmente realista, después de haber sufrido la dura prueba del encuentro. De todos modos, los personajes ferneninos que ha trazado Rosa Montero en esta su prometedora primera novela no se dejan arrastrar excesivamente por la angustia de las situaciones. Todas optan por una solución realista y desdramatizadora de la realidad, demostrando de alguna manera la propia energía vital de la autora.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 4 de julio de 1979

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