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sábado, 19 de marzo de 2022

Liudmila Petrushévskaia / Erase una vez una mujer que quería matar al bebé de su vecina



Érase una vez una mujer que quería matar al bebé de su vecina

GERMÀN GULLÓN
20 de mayo de 2011
El uso de la imaginación suele ser evocado por los autores mediocres de cuentos como la pértiga para saltar en sus textos sobre la vida. Sin embargo, la prueba de calidad de un relato proviene del hueco que un certero disparo narrativo ocasiona en nuestro ser.

La celebrada novelista rusa Liudmila Petrushévskaia (Moscú, 1938), ganadora del Premio Mundial de Fantasía (2010), sabe apuntar con la pluma al ser humano. Describe siempre con detalle una situación límite, y luego da el vuelco al argumento propio del género, para dejar al lector lleno de preguntas. El prologista del tomo, Jorge F. Hernández, afirma que la autora recuerda a Chéjov, y, en efecto, tiene esa capacidad de los grandes cuentistas de aislar una vivencia, un sentimiento, afincarla en un momento y en un lugar, para acto seguido ofrecer una percepción iluminada de una circunstancia vital.
El título del libro alude a un cuento, “Venganza”, el segundo de esta colección. Relata cómo dos jóvenes amigas comparten un apartamento. La menor se queda embarazada de una niña, y Petrushévskaia se centra en contarnos el odio irracional sentido por la otra hacia el bebé. La celosa acabará intentando envenenar a la recién nacida, en una reacción cainita.
La mano cariñosa de la autora aparece en cada uno de los 19 cuentos del libro. “El padre” ofrece un tratamiento especial del tema del deseo de tener descendencia. Un hombre iba por todas partes preguntando a la gente si habían visto a sus hijos, pero cuando le pedían una descripción o su nombre, no podía darla. El lector enseguida nota que el espacio tiene una consistencia algodonosa. Tras diferentes episodios, encontramos al protagonista feliz, pues la mujer que le acompaña lleva un niño. El narrador jamás dice si estamos del lado de acá o de allá de los sueños. Tampoco importa, pues ese momento de felicidad consuela al hombre.

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