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martes, 26 de noviembre de 2019

Dostoievski / Un estilo exento de toda finura


Fedor Dostoievski

Un estilo exento de toda finura

Juan Benet
28 de enero de 1981

Hace hoy exactamente cien años que fallecía en San Petersburgo (actual Leningrado) Fedor Mijailovich Dostoievski (1821-1881), una de las más grandes figuras de la novela universal de todos los tiempos. De familia cuyos orígenes, más o menos de aristocracia campesina, provenían de una doble estirpe rusa y polaca, el nombre de Dostoievski hijo de médico, perteneciente a la burguesía liberal de la época zarista -a cuyas primeras convulsiones asistió el escritor-, ha representado durante más de un siglo para todos los lectores del mundo del espíritu de la vieja Rusia prerrevolucionaria. La Unión Soviética, tras haber silenciado su nombre en los primeros tiempos, ya hace algunos años le rehabilitó y hoy cuenta entre sus clásicos.

Repito, con palabras más extensas, lo que ya he dicho a otro periódico para la misma ocasión: Dostoievski no me ha interesado gran cosa y lo tengo olvidado casi por completo; por supuesto que no se me ocurre releerlo ni rellenar los huecos que dejé cuando lo leí en mi juventud. No me divierte ni espero que me enseñe nada. Por si fuera poco, su estilo me parece zafio, exento de toda finura. No creo que se pueda aducir que eso se debe a malas traducciones, pues un estilo con potencia y gracia se transparenta a través de la transcripción más cruel, como se demuestra por las mismas traducciones de sus compatriotas y contemporáneos que escribían con delicadeza, esto es, Turgueniev, Checoj y Toistoi, por ese orden.Por otra parte, no es de extrañar que la pluma de Dostoievski parezca una escoba. Sólo se dedicaba a barrer, fregar; y enjuagar la ropa, labores domésticas en un escenario plagado de mujeres chillonas, visionarios de blusón, ambiciones de casaca, piedad de sotana y -entre tanta miseria- mucha alma seráfica siempre dispuesta a presentar la otra mejilla.
Delicias de un cierto público
Ese tremendismo -si además viene acompañado de la estancia de su autor en Siberia por una temporada- suele hacer las delicias de un cierto público, el mismo en todas las épocas. A mí nada me parece más inelegante -y deshonesto- que explotar las propias lágrimas; todo escritor de fuste a sí mismo se tiene prohibida la piedad y si a eso suma una buena educación jamás se dejará arrastrar al más repugnante de los sentimientos, la autocompasión.
El tiempo, muy explicablemente, ha sido devastador para con Dostoievski. Hace cuarenta años era todavía uno de los genios del siglo XIX, un explorador de los entresijos del alma humana. Hoy es una sombra, un escritor pompier que, sin duda, sigue teniendo sus devotos, esto es, todos aquellos que siguen apegados a la lucha literaria contra la opresión. A mí me parece un sonajero y de nada me congratulo tanto como de la dirección que tomó la mejor literatura del siglo XX, en todo opuesta a la línea marcada por los Dostoievski, Zola & Co.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 28 de enero de 1981

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