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miércoles, 1 de marzo de 2017

Isabel Huppert / Luz en la oscuridad



Isabelle Huppert

Luz en la oscuridad: Isabelle Huppert

Isabelle Huppert elige con coherencia roles moralmente complejos y, a veces, difíciles de ver en pantalla. Y, sin embargo, somos incapaces de apartar la mirada.
Rachel Donadio
1 de marzo de 2017

Hay dos orgasmos inesperados en Elle, la película de Paul Verhoeven, y ambos los alcanza Michèle, el personaje interpretado por la actriz francesa Isabelle Huppert, la intérprete con más películas que ha tenido en competición oficial del Festival de Cine de Cannes, como solo ella podría hacerlo. Michèle es una exitosa –y para nada frívola– ejecutiva de una empresa de videojuegos, cuyo padre es un asesino en serie en prisión y su madre, una cougar obsesionada con el sexo. Ex mujer de un escritor fracasado, madre de un hijo ni-ni y, por encima de todo, una mujer que ejerce el control sobre su violador al encontrar su propio placer en tan horrible acto; no se me ocurre qué otra actriz en activo podría haber sacado adelante este papel, quién podría haberlo dignificado, haberle dado profundidad y poner la nota de humor en ello.
Pero, antes de nada, dejemos algo claro: Elle no ensalza ni justifica la violación. No dice que las víctimas no deberían llamar a la policía e invitar, en cambio, a sus violadores a cenar con su familia, tal y como hace Michèle. La película, que rompe moldes en cuanto a géneros, es un regreso vertiginoso, el de Verhoeven, el provocador holandés autor de Instinto Básico y Robocop, y principalmente un vehículo para que Huppert explore todas –todas– las armas de su arsenal interpretativo. Susan Sontag, que una vez llamó a Isabelle Huppert “la artista total”, dijo que nunca había conocido “una actriz más inteligente, o una persona más inteligente en el mundo de los actores”. Cuando vi Elle entendí a qué se refería.
Hay algo intrínsecamente europeo en el entorno turbio y moralmente complejo por el que transita Elle. Verhoeven quería rodarla en Hollywood, pero unas cinco o seis actrices americanas rechazaron el papel, probablemente, pensó, porque la película no trataba sobre la clásica venganza. Pero eso era algo que no le preocupaba a Huppert, una actriz cuyos personajes han coqueteado con el incesto (Mi Madre) y el sadomasoquismo, de manera más llamativa en La Pianista, de Michael Haneke en 2001. (A Isabelle Huppert se la conoce como la ‘Meryl Streep francesa’ por sus cualidades técnicas, pero por mucho que haya adoptado distintas formas, las mujeres más duras que ha interpretado Streep nunca han llegado a ser tan oscuras).
Su curriculum es extraordinario: ha realizado más de 100 películas desde su debut en 1971, muchas de ellas con los cineastas más audaces y visionarios, entre los que se incluyen Claude Chabrol, Claire Denis, Curtis Hanson, Hal Hartley y François Ozon. El pasado otoño, además de Elle, protagonizaba El Porvenir, un melancólico y gracioso drama dirigido por la  también francesa Mia Hansen-Love. En él interpreta a Nathalie, una profesora parisina de filosofía a la que su marido deja por una mujer más joven, cuya madre muere y cuyo editor se niega a reeditar su libro, pero que encuentra una libertad inesperada en medio de todas estas pérdidas. Nathalie se dirige hacia la luz y Michèle hacia la oscuridad, pero ambos papeles demuestran la gran habilidad de Huppert para sacar fuerzas de la flaqueza.
Mi encuentro con la actriz sucede en el lobby de un hotel de Lyon, donde estaba rodando Madame Hyde, una reinterpretación libre de El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde y su quinta producción en el último año. Viste de forma casual, con jeans y camiseta. Para llegar a su habitación, subimos –o, más bien, ascendemos corriendo, dada su velocidad– cuatro niveles de una amplia escalera de piedra. Ya en la habitación, se sienta en un diván rojo. Incluso así emana una fuerte energía, similar a la de los electrones libres dando vueltas en el núcleo. Empezamos charlando de Elle y me habla sobre su aproximación al personaje de Michèle: “Mientras actuaba, no entendía al personaje –dice mientras con el movimiento de sus manos genera una nube de Chanel Nº 5–, pero creo que ese es el material del que está hecha”. Gracias a no entender del todo a su personaje, evitó hacer de él una caricatura. Y funcionó, dice, porque “no estoy segura de si Michèle decide algo. Actúa por instinto e intuición. Está cegada”.
Algo que encanta a los directores de Huppert –ella se enorgullece de ser una actriz de directores-autor– es su capacidad para transmitir la complejidad moral de los personajes de una forma única. Tras ser violada, Michèle desenmascara a su agresor. Cuando ve a ese hombre al día siguiente, no parece ni turbada ni sorprendida; está en guardia, pero también tranquila. Al igual que Michèle y otros muchos de sus personajes, Huppert es capaz de transmitir la conciencia de sí misma. Da la impresión de poder observarse al mismo tiempo que nosotros, los espectadores, la miramos a ella. “Eso es lo bonito. Ella lo va descubriendo según va ocurriendo todo, y no tiene miedo de sentir lo que siente”, nos contó Verhoeven cuando hablamos. “Creo que siempre hay algo misterioso en su forma de actuar”, añade. “Nunca he visto a un actor o una actriz aportar tanto a la película que no estuviera en el guión”.
Verhoeven cuenta que la última escena que rodaron es una en la que Michèle se encuentra en una habitación con todos los empleados de la empresa de videojuegos y los está riñendo; la mayoría de ellos son hombres más jóvenes que ella. “Las convulsiones por el orgasmo resultan mucho más tímidas”, se queja de la escena de violación entre el monstruo y la mujer. Tan pronto como la cámara paró de filmar, Huppert se derrumbó sobre el suelo retorciéndose como si estuviera mudando la piel de su personaje. Dejó a todos en shock. “Nunca había visto nada similar. Evidentemente, fue como un exorcismo”, dice Verhoeven.
El director ha descrito a Huppert como “una verdadera actriz al estilo Brecht”, en el sentido de que marca una distancia entre ella y la audiencia, sin intentar seducirla o buscar su simpatía. Esta es una cualidad que tanto los directores como el público europeos han  aceptado muy bien, pero que puede resultar extraño para los americanos. Aun así, la francesa ha hecho interpretaciones excepcionales en Estados Unidos, especialmente en La puerta del cielo, el filme ahora de culto de Michael Cimino, y en Extrañas coincidencias, de David O. Russell, que podría interpretarse como una respuesta cómica al torturado personaje de La pianista. En una escena, Huppert le hunde la cabeza a Jason Schwartzman en el barro, justo después de decirle: “Es inevitable que vuelvas de nuevo al drama humano del deseo y sufrimiento”. (En ese momento, él empuja su cabeza –la de ella– en el barro y tienen sexo debajo de un árbol caído).
A Huppert le encanta el cine americano, pero sabe bien que su sensibilidad es marcadamente francesa. “A veces veo las interpretaciones americanas y me digo: ‘les falta algo, un punto, para no ser nada’ –precisa–, “en el sentido de que transmitan lo que significa escuchar, lo que significa tener el rostro sin expresión alguna”.
O para reaccionar con cierta ambigüedad en lugar de la forma esperada. Menciona una escena de El Porvenir, cuando su personaje atisba a su marido con su nueva novia desde el autobús parisino en el que va montada. Ahí Huppert, como Nathalie, deja escapar una carcajada de sorpresa.
Le pregunté a Hansen-Love qué es lo que cree que lleva a Huppert a elegir esos papeles. “Isabelle tiene esta adicción, porque en realidad se trata de un tipo de adicción”, señala. Es algo que “compartimos,  y es en esencia la relación que tiene con la actuación, lanzarse por completo a ello, perderse en sus papeles de forma que pueda sentirse más viva”.
A Huppert se la conoce por ser reservada y celosa de su intimidad –generalmente no habla con la prensa de otra cosa que no sean sus películas– y si hay algún tipo de conexión entre su propia vida y los papeles que escoge, es algo que solo sabe ella. Creció en una zona ‘bien’ de las afueras de París, siendo la pequeña de cinco hermanos. Fue su madre quien la animó a actuar, y la apuntó a una escuela con 14 años. Su padre se dedicaba al negocio de las cajas fuertes, una ironía según ella. “Todas las familias tienen sus secretos”, cuenta. “Pero sí, a veces como regalo de Navidad recibíamos pequeñas cajas fuertes, en miniatura”.
Con su pareja, el productor y director Ronald Chammah, ha tenido tres hijos. Su hija, Lolita Chammah, es también actriz, y Huppert ha trabajado con ella en dos películas. “Nuestra relación es mucho más fuerte que cualquiera de ficción”, señala. La primera vez que rodaron juntas “nos costó mucho creérnoslo. Nos daba la risa. No éramos capaces de comportarnos como actrices. Después, nos calmamos. Si no, era imposible”.
Le pregunto cómo fue volver a casa después de interpretar a Medea, la hechicera de la mitología griega que mata a sus hijos. Sonríe recordando cómo fue meterse en el papel en el Festival de Aviñón cuando su hijo pequeño, Angelo, apenas andaba y confundía el término “aidez-moi” (“ayúdame” en francés) con “Médée”, el nombre francés para Medea. “Es algo bastante freudiano”, dice.
Durante nuestra conversación, se muestra más viva cuando habla de los papeles que ha interpretado y, en concreto, cuando lo hace sobre los que le han llevado a sitios más oscuros. No le han cambiado, señala, pero los siente con mucha pasión. “Soy actriz de la cabeza a los pies”, dice llevándose las manos a la cabeza y después inclinándose para tocar los dedos que asoman por las sandalias. “Sé exactamente lo que significa sufrir por un personaje, odiarlo, amarlo. Aunque como actriz es completamente diferente. No sufres como lo hace el espectador. Cuando sufres como actriz, en realidad no sufres, sientes placer”.

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