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jueves, 20 de junio de 2019

Vargas Llosa / A solas con El Bosco


Vargas Llosa, a solas con El Bosco

La idea era invitar a 10 personajes de distinto y distinguido pedigrí, colarlos en el Prado y dejarlos solos con su obra favorita —de noche y con el museo desierto— y que luego contaran la experiencia. La intención final: contrastar esa forma inhabitual de contemplar el arte, solitaria y serena, con el ruido y la furia del tumulto contemporáneo en los museos. Unos lloraron, otras se extasiaron, todos disfrutaron. Este es el resultado de aquella noche tranquila de Mario Vargas Llosa.



MARIO VARGAS LLOSA
BIOGRAFÍA
1 DE JUNIO DE 2019


UN GRAN tumulto, o varios tumultos de gentes que coexisten en un lugar mágico. Todo es sorprendente, aunque no tenebroso ni violento. Abundan los monstruos, pero son benignos, y los hombres y las mujeres, casi siempre desnudos, juegan, corren, se disfuerzan, practican misteriosos rituales, no hacen nunca el amor, montan cerdos, vacas, caballos, contemplados por animales que alguna vez fueron jirafas, ciervos o peces. Unas doncellas filiformes se bañan en una fuente y en el brazo de un río, escoltadas por unos pájaros blancos y negros dedicados a la meditación. Entre dos orejas gigantes hace irrupción un cuchillo que no sangra.

— Hay lechuzas y búhos, conchas marinas y unos seres de muchas patas y manos, de piel blancuzca, petrificados por una fuerza invisible, así como arquitecturas esféricas, defendidas por cornamentas y condenadas a no escapar nunca de estos dibujos y estas tablas para proyectarse en el espacio y vivir de verdad.



“Un gran tumulto o varios tumultos de gentes coexisten en un lugar mágico. Todo es sorprendente, aunque no tenebroso”

— La zoología y la botánica son una sola cosa, hay pescados que vuelan, un pagano defeca flores, solitarios alelados dentro de pompas de jabón, vejigas y gaitas ambulantes, un árbol de zanahorias y un tropel de caballos y un dromedario girando cacofónicamente alrededor de un estanque. Entregados a lo suyo, todos viven en paz.
— Probablemente nunca más esté solo, en un museo como el Prado, ante un cuadro tan querido. Estos 20 minutos no los olvidaré.

EL PAÍS




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