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domingo, 23 de junio de 2019

Peter Brook / El último gigante



Peter Brook, el último gigante

Imposible tratar de resumir en pocas palabras una trayectoria como la de este patriarca de 94 años


Marcos Ordoñez
24 de abril de 2019

Imposible tratar de resumir en pocas palabras una trayectoria como la de Peter Brook, un patriarca de 94 años, cada vez más sabio, esencial y transparente. Se trata, pues, de atrapar “algunos momentos de gracia” de los tantísimos que nos ha regalado. Muchos no le descubrimos en el teatro sino en el cine, en aquel Marat-Sade con casi el mismo reparto de la Royal Shakespeare y del que vuelven ahora la perturbada melancolía de Glenda Jackson y los helados fuegos de Ian Richardson y Patrick Magee. Regresan libros como El espacio vacío, que Península publicó en 1969, a un año de la edición británica: un ensayo que sigue siendo vivísimo y capital. De repente, en 1983, se inaugura el Mercat de les Flors, que se convertirá en la sede barcelonesa de Brook, con aquella Tragedia de Carmen presentada en Bouffes du Nord y que parecía acabada de componer. ¿Y cómo pretender abrazar de nuevo las nueve horas del Mahabharata, que parecía narrarse por primera vez ante nosotros en Aviñón a lo largo de nueve horas, del mismo modo que salió el sol en la cantera Callet como la perfecta clausura de un relato? La vimos de nuevo en el Mercat, y volvimos a Aviñón para aplaudir, en 1991, en Les Taillades, aquella Tempêteen la que Calibán (David Bennent) era un niño furioso y el Próspero de Soutigue Kouyaté recordaba una estatuilla de Giacometti que hubiera cobrado vida.


Si me dan a elegir de entre los trabajos de Brook en los noventa me quedo con L’homme qui y Je suis un phénomene, dos delicadísimas piezas de cámara sobre la memoria. Y ya en la nueva década, su retorno espiritual a África: Le costume, una cruel fábula de poco más de una hora, narrada con una extraordinaria economía, y el bellísimo retrato del sabio Tierno Bokar: Kouyaté (¿quién, si no?), encarnando a un místico de mirada transparente. No quisiera olvidar el acercamiento del mago a los sonetos de Shakespeare en Love is My Sin, estrenada en Temporada Alta (Girona), con Michael Pennington y Nastasha Parry, los viejos amantes venciendo al tiempo por la intensidad de su expresión, sin melancolía porque todo es presente.


Ni hay que olvidar al Brook escritor: obligatorio rebuscar en el catálogo de Alba. Y zambullirse en sus memorias (Hilos de tiempo, de Siruela) y en La calidad de la misericordia. Reflexiones sobre Shakespeare, en La Pajarita de Papel. Me encanta que calificara el texto, escrito a los 88 años, de “una serie de conclusiones provisionales”. El maestro volvió en junio de 2016 para presentar Battlefield, obra dirigida al alimón con su eterna colaboradora, Marie-Hélene Estienne: fue, quizás, un intento de cerrar el círculo del Mahabharata con un retorno a sus fuentes. Escribí: “Sentarse a la orilla del fuego para escuchar a los sabios de la tribu no habría de ser muy distinto a esto”. Y “esto” he pensado siempre ante sus espectáculos de los últimos años, que él ha querido así: “Fugitivos destellos de vida, para recordarnos que en el mundo nada es lineal, ni permanente, ni simple”.




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