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lunes, 1 de mayo de 2017

Georges Simenon / El imbécil genial


Georges Simenon
Ilustración de David Levine


Georges Simenon

El imbécil genial

Georges Simenon sigue siendo tan enigmático como una compleja novela de espías

Enrique Vila-Matas
1 de mayo de 2017






Georges Simenon, en 1962.
Georges Simenon, en 1962. HORST TAPE

Pasan los años y ahí sigue el enigma Simenon. Es un misterio que daría para una compleja novela de espías centrada en las investigaciones de quienes —André Gide o Hermann von Keyserling— pusieron especial empeño en averiguar cómo diablos lo hacía Simenon para hacer lo que hacía. Sabemos de las andanzas de esos husmeadores precisamente por el propio Simenon, que en una entrevista para The Paris Review contó que ya en su primer encuentro con Gide en 1936, este, visiblemente intrigado, le había sometido a un exhaustivo interrogatorio sobre su manera de trabajar.
Después de aquel primer encuentro, “el gran Gide” —la mayor autoridad literaria de Francia en aquellos tiempos— le escribió todos los meses, hasta el final de su vida, y siempre para formularle preguntas. Se vieron, además, con cierta frecuencia, y en todas las ocasiones Gide —que en su casa de la calle Vaneau tenía las novelas de Simenon abarrotadas de anotaciones en los márgenes, aunque este nunca se atrevió a leerlas— aprovechaba para seguir preguntándole; le interesaba el mecanismo de las creaciones de Simenon, y este se divertía pensando en los motivos que le llevaban a investigarle tanto: “Gide tuvo toda la vida el sueño de ser el creador en vez de ser el moralista, el filósofo. Yo era exactamente lo opuesto, y creo que eso era lo que le interesaba”.
Cinco años antes, ya había tenido Simenon una experiencia similar con otro retorcido husmeador, el filósofo Hermann von Keyserling: “Me pidió que fuera a visitarle en Darmstadt. Fui y me hizo preguntas durante tres días y tres noches. Vino a verme a París y me hizo más preguntas y también un comentario sobre cada uno de mis libros. Por lo mismo que Gide. Quería saber cómo lo hacía para hacer aquello. Después, Keyserling le dijo a alguien que yo era un imbécil genial (imbécile de génie)”. Aquellas anotaciones de Gide que Simenon no se atrevió a leer le sirvieron a Pierre Assouline para la extraordinaria biografía que publicó sobre este en 1992. Parece que a Simenon nunca le molestó que le observaran con tanto asombro e incredulidad. Le encantaba verse rodeado de miradas de estupor, de miradas que parecían preguntarse: ¿cómo es que un tipo así narra tan bien? De hecho, en su entrevista en The Paris Review se nota que le divertía simular que, en efecto, no era más que un supremo patán con talento. Ahora bien, ¿lo simulaba, o le divertía parecerlo porque en el fondo tenía algo de oso peludo? Ahí tenemos el enigma principal del enigma Simenon. En esa entrevista hay un momento memorable cuando le preguntan si es cierto que incluye a veces un capítulo “no comercial” en sus novelas. Hay un silencio y luego Simenon responde que sí y que su método en este caso es interrumpir la trama para dar una tercera dimensión, por ejemplo, a una silla, o a cualquier otro objeto. Y añade: “Como Cézanne cuando le da peso a una manzana, ¿me comprende?”. ¿Quiso reírse del entrevistador, o aquello iba en serio? Tal vez solo pretendió darle más peso a su enigma.

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