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viernes, 3 de noviembre de 2017

La fascinante senectud de Joan Margarit




Joan Margarit, ayer en Barcelona.
Joan Margarit, Barcelona, noviembre de 2017. EFE

La fascinante senectud 

de Joan Margarit

El escritor afronta con sincera entereza el invierno de la vida en su nuevo poemario


Carlos Geli
Barcelona, 3 de noviembre de 2017

Los versos de Joan Margarit, el poeta más popular hoy de las letras en catalán, ya no son fruto de un hombre en su madurez sino “en su senectud”, como rectifica él mismo. “Hace tiempo que la madurez la dejé atrás; vivimos una época de eufemismos, pero un poeta ha de buscar siempre la verdad”, sostiene. Y, coherente, así lo practica en su último poemario Un hivern fascinant (Proa). Pero si los rapsodas cantan ese periodo con un deje triste o fatalista, a sus casi 80 años en él no es así. “Ja soc al fons del bosc de tots els contes / sonrient i feliç de no ser jove...”, escribe. Está sereno: el pasado, apunta uno de sus versos, ya no conmueve porque está catapultado tan lejos que ha mutado en olvido y el mañana imaginado (“un tauró” en otro poema) apenas es, también, olvido. “No es tracta d’un infern: permet comprendre. / L’oblit arriba, tranquil·litzador. / I torna, sempre torna l’alegria. “En la senectud es cuando degustas el presente como nunca antes en la vida”, afirma.
Desde sus primeros poemas en catalán en 1975, Margarit, hoy entre muletas y un poco más delgado, ha entendido la poesía, primero, como verdad; luego, como belleza. “Belleza y verdad no son lo mismo: hay mucha verdad que no tiene belleza, algo que el poeta debe encontrar donde no parece que exista; pero la belleza, si no tiene verdad, tampoco sirve”.
Bajo unas coordenadas que en el fondo siempre han sido las mismas —“Només ha canviat la intensitat de l’ombra / que projecta la mort en la taula de marbre”— en Un hivern fascinant hay versos para su icono poético, Verdaguer (“L’estimo com un fill. I és el meu pare”), de la misma manera que denuncia el “fangar retòric” de unas coplas o el uso escolar de unas letras españolas como arma política (“L’amenaça / d’una literatura utilitzada per / a cops de menyspreuprendre’m l’infància”).


EL ‘PROCÉS’ “NO CREO QUE PUEDA SER TAN FÁCIL COMO 'LO QUIERO Y LO COJO'”


Feliz por haber ganado el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, primer poeta español en lograrlo por “la belleza lírica de su lengua catalana”, recita él mismo el fallo, a Joan Margarit parece costarle pronunciarse sin eufemismos sobre el procés independentista de Cataluña. Desde lo cerebral (“prefiero hacer un ejercicio de inteligencia que sentimental”) y tras afirmar que la decisión de la Audiencia Nacional de encarcelar a medio Govern de la Generalitat le parece “desmesurado judicialmente”, duda de cómo puede terminar todo. “Las independencias siempre se han hecho con muertos; Francia no se marchó de Argelia sin dejar muertos; en mi época, independencia era algo peligrosísimo, en mi imaginario es así... Es el tiempo de los jóvenes y dicen que esto ha cambiado, pero creo que no puede ir tan suave, tan fácil como ‘lo quiero y lo cojo’... No acuso de infantilismo a nadie; quizá solo son tiempos diferentes de los míos”.

Verdaguer también funciona como metáfora de Cataluña: es la encina que, tristemente, siempre se ha necesitado: “primer hi calem foc i, de seguida, / la plorem durant anys. Cremar i plorar. / La desolació de la rancúnia”.
También vierte el autor de Casa de Misericòrdia lo que considera injurias, como la de esos jóvenes con vaqueros rotos (“Pertanyo a un altre temps / on aquesta elegàcia esquinçada/ hauria estat infame. Igual que escopir un poibre”. Y asoma, claro, su vieja ambivalencia sentimental con Barcelona, donde tiene enterradas dos hijas: es en un poema del pasado 17 de agosto, cuando el atentado en La Rambla. Aún así, “potser avui, si no fos per tants records, ja no l’estimaria”.
Como piensa Margarit que también es función del poeta “desenmascarar eufemismos; el eufemismo siempre tiene miedo”, y amarrado como está a la poesía realista, no rehúye la actualidad de una sociedad que tiene sus puntos débiles en “una juventud muy tierna y unos viejos tontainas... Como nosotros lo pasamos tan mal en la posguerra, a los jóvenes les dejamos tener una vida tintinesca, poseen la debilidad de no saber que la aventura de la vida es difícil, que no va de broma, que no hay tiempo de volver atrás”.
</CS>La otra gran anomalía que él, orfebre de la palabra, detecta es la distorsión del lenguaje. Especialmente, la que practican los políticos: “Es el reconocimiento de pasiones muy innobles; la palabra es reflexiva, es explicación de la vida; quien destroza el lenguaje, destroza la vida; sin saberlo, los políticos están destrozando la nuestra; en los últimos cinco años, su labor ha sido en ese sentido tan bestia que tendremos que volver a inventar el lenguaje”. Entre las más ultrajadas, Margarit cita las palabras “democracia” y “ciudadanía”.
Tampoco se siente cómodo el poeta en estos tiempos de tanta movilización masiva. “Desconfío profundamente del colectivo, siempre me ha asustado un poco: te lleva a movilizarte quizá hacia sitios donde tú no querrías ir; además, siempre está el peligro de pensar que somos los mejores porque pensamos con pureza... Permítanme que a mi edad desconfíe de la masa”, concluye. En cualquier caso, como escribe: “Però una ferida també és un lloc on viure”.

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