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jueves, 20 de diciembre de 2018

No entenderá ‘Roma’ quien conozca la Ciudad de México

No entenderá ‘Roma’ quien conozca la Ciudad de México

Los relatos no suceden en el vacío, sino en un aquí y un ahora, pero los buenos relatos convierten su aquí y su ahora en todos los aquíes y todos los ahoras y nos interpelan a todos, vivamos donde vivamos


Sergio del Olmo
19 de diciembre de 2018

Un tuit viral de estos días afirmaba que no podía entender Roma, la película de Alfonso Cuarón en Netflix, quien no haya vivido en Ciudad de México, lo que me recordó a una boutade famosa de Vladimir Nabokov, que contaba a sus alumnos de Cornell que no se entendía Anna Karenina si no se había viajado en el ferrocarril de Moscú a San Petersburgo en la década de 1870, por lo que empezaba sus lecciones sobre la novela de Tolstoi dibujando en la pizarra el plano de un vagón de primera clase de esa línea en aquella época.
La premisa es tan falsa que incluso se puede invertir: podría ser que los que conozcan bien Ciudad de México entiendan menos Roma que los extranjeros, pues los chilangos perciben tantos detalles sobre su ciudad que tal vez pierdan de vista que la película no trata sobre ellos, sino sobre cualquier persona. Los relatos no suceden en el vacío, sino en un aquí y un ahora, pero los buenos relatos convierten su aquí y su ahora en todos los aquíes y todos los ahoras y nos interpelan a todos, vivamos donde vivamos.

Esto es algo que les cuesta mucho entender a los productores de cine y televisión y a los editores de libros, que temen el localismo como a la peste. No tienen reparos a que las historias sucedan en Nueva York o en un Estados Unidos mitificado, pero les aterrorizan las que discurren en la periferia del mundo, no vaya a ser que una parte de la audiencia se les escape. Por eso es muy revelador que Netflix haya decidido salvar el cine con una película que contradice los prejuicios más idiotas de los estudios de Hollywood, no solo por su lenguaje, su blanco y negro y sus aires de Fellini, sino porque no sale Manhattan ni se la espera. Eso quiere decir que el compromiso cinematográfico de las nuevas plataformas va en serio: el cine no solo no está muerto, sino que tiene una larga vida en la televisión.

EL PAÍS





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