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lunes, 1 de septiembre de 2003

Harold Pinter / Por el camino de Proust




Marcel Proust

Pinter: Por el camino de Proust


1 de septiembre de 2003
En 1971, Pinter hizo la adaptación cinematográfica de En busca del tiempo perdido. La editorial Gallimard acaba de publicar el guión original.
El año de 1971 fue estupendo para la mancuerna Harold Pinter-Joseph Losey; su película El mensajero, adaptación de la novela de L. P. Hartley, obtuvo la Palma de Oro en Cannes. Es el momento que Nicole Stéphane aprovecha para plantearles a los británicos la adaptación cinematográfica de la novela de Proust. Con el entusiasmo de Losey a sus espaldas, Pinter se muestra interesado siempre y cuando el trato incluya la colaboración de Barbara Bray; por esas fechas el dramaturgo sólo conocía Un amor de Swann, pero confía plenamente en la francofilia de su amiga, a quien conoció cuando se encargaba de los dramas radiofónicos de la BBC y desde ese puesto apoyó al joven actor, hijo de un sastre judío, en sus primeras escaramuzas como autor dramático. “Yo estaba en alguna parte de Europa cuando Harold y Joe [Losey] me encontraron. Acepté la invitación pero con la condición de que (y los tres estuvimos de acuerdo en este aspecto) nos propusiéramos adaptar toda la novela y no sólo una parte. Lo discutí asimismo con Sam [Beckett], gran admirador del novelista francés, que incluso nos sugirió comenzar por las escenas del final —el baile en la casa de la princesa de Guermantes—, con objeto de trasponer mejor la circularidad del tiempo”, recuerda Barbara. Hechos los arreglos necesarios, los tres se reunirán durante todo el año siguiente para planear la filmación, escoger las locaciones, elegir los aspectos de la novela con que armar el guión. La colaboración de Nicole Stéphane resulta decisiva ya que al ser una Rothschild tenía el paso franco a un mundo que de Cabourg a Illiers, con escala en Verrières, era el mundo de la secuencia novelística. El trío se entrevista con diversas familias que aún viven en sus castillos, identifican los ambientes de sus personajes, recuperan anécdotas y recuerdos más o menos fingidos, y aun llegan a participar en una cena en el Ritz, donde les iban a presentar a un mesero que decía haber servido al escritor.
Habla Pinter: “La época durante la cual trabajé en el guión de Proust ha sido una de las más hermosas de mi vida; a tal grado resultó una aventura, una verdadera exploración del universo de un escritor. Me pasé tres meses leyendo exclusivamente En busca del tiempo perdido, todos los días, todo el día. Tenía la vieja traducción inglesa de Scott-Moncrieff, pero acudía sin cesar al original, con ayuda de la formidable mujer y talentosa traductora que es Barbara Bray. Los tres juntos, Barbara, Joseph Losey y yo, colaboramos intensamente. El trabajo estuvo hecho de larguísimas discusiones, muchas investigaciones documentales y viajes a Illiers, Cabourg, visitas a mansiones aristocráticas, para empaparnos del mundo proustiano. […] Luego de nuestro dilatado trabajo preparatorio, Joe me dijo: Ha- rold, es hora de que te pongas a escribir’. Estuve de acuerdo con él. Así que al día siguiente me levanté y me instalé en mi oficina; miré entonces las toneladas de notas que había ido acumulando, los montones de libros que había consultado sobre tal o cual tema, y me paré frente a la ventana mientras fumaba cigarrillo tras cigarrillo. Consideré que era hora de hablarle a Joe: ‘No puedo; no me sale’. Joe me dijo: ‘Sal y dale una vuelta al parque’. Sin dudar lo obedecí y me fui a dar una vuelta a Regent’s Park. De regreso, volví a telefonearle: ‘No hay nada que hacer. Sigue sin ocurrírseme nada’. ‘No te queda otra más que dormir’, me respondió con un tono tranquilizador. Así que me fui a acostar. A la mañana siguiente fue lo mismo. Sin pensarlo demasiado tomo el teléfono: ‘Es imposible, Joe’. Joe, tranquilo, sin inmutarse, me dice entonces: ‘Ya sé lo que tienes que hacer’. Le pregunto ansioso ‘¿Qué?’. ‘¡Comenzar!’. Y no me quedó otra que comenzar, y al comenzar todo vino de golpe: las imágenes, los sonidos, los colores, los olores fueron sumándose al flujo de las imágenes que iba urdiendo. Metí el acelerador y sin detenerme terminé el guión”.
De acuerdo con Barbara el trabajo de Pinter expresa fielmente el aspecto hiperestésico de la escritura proustiana: “Queríamos lograr una traducción sensual de la frase de Proust. Sobre todo no caer en lo literal, evitar el cliché de la magdalena, esto no habría tenido ningún interés y habría resultado en una película de quince horas”. Al cabo del año, por desgracia, la flacura financiera impide el rodaje; la película se va al traste, pero el guión está completo.
A mediados de 2001 el guión de Harold Pinter fue adaptado para ser montado en escena. La temporada tuvo gran éxito en el National Theatre londinense. Con ello continuaba el feliz romance del novelista francés con la lengua inglesa, donde para esas fechas al éxito de Alain de Botton se había sumado ya el de Malcolm Bowie con Proust among the Stars.
Con el título de Le Scénario Proust, el guión cinematográfico original acaba de ser publicado en Francia por Gallimard en traducción de Jean Pavans. De acuerdo con Pinter, en la entrevista que sostuvo con Sean James Rose para el diario Liberation, Luchino Visconti sólo se proponía adaptar Sodoma y Gomorra, parcialidad que de acuerdo con los críticos llevó al fracaso a Volker Schöndorff, quien fue el primero que logró llevar a Proust a la pantalla grande con Un amour de Swann (1984). Entre tanto, Raoul Ruiz y Chantal Ackerman han rodado ya sus propias aproximaciones: El tiempo recobrado y La prisionera, respectivamente. Para quien también padezca de belle époque, puede rentar la película de Ruiz en el Videodrome de la Condesa.

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