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martes, 22 de mayo de 2018

Letras islandesas / Al norte del Norte



LETRAS ISLANDESAS


Al norte del Norte


Islandia es un país orgulloso de sus volcanes, su bacalao y la calidad inigualable de su cordero. También podría estarlo de sus niveles de lectura, entre los más altos del mundo. Llegan a España dos novelas que nos muestran las dos líneas de la actual literatura islandesa: la más tradicional, pegada a la fuerza de la naturaleza, y la que se abre a la modernidad. Visitamos Reikiavik para saber más. 

Texto y fotos ANTONIO G. ITURBE
Islandia tiene una extensión de 100.000 kilómetros cuadrados y una población de 300.000 habitantes. Su extensión es tres veces la de Cataluña, pero todos los habitantes del país cabrían en Vallecas y aún sobraría sitio.

Hasta hace pocos años, la única noticia literaria que teníamos de Islandia eran sus sagas épicas (algunas editadas en parte por Siruela y repescadas ahora por Nórdica, que presenta La saga de Eirík el rojo). Al esfuerzo continuado de la editorial Nórdica, con la vista siempre puesta en esos pagos, se han sumado un par de editoriales a fin de acercarnos a un mundo literario que acaba de ser el principal invitado de la Feria del Libro de Fráncfort, máximo evento editorial en el mundo mundial de la edición.

Hasta ahora, sólo el best seller islandés Arnaldur Indridason (editado en España por RBA) había paseado con éxito la bandera editorial islandesa por las librerías occidentales y se había encaramado a las listas de más vendidos de varios países, empujado por el alud de la novela policiaca nórdica en estos años. Sus novelas nos hablan de crímenes truculentos investigados por el torturado inspector Erlendur, al que persigue el fantasma del fallecimiento de su hermano y que afronta malamente su relación con una hija drogadicta en medio de un paisaje bello pero inquietante.

Por su parte, Nórdica está apostando por Sjon, uno de los autores islandeses más característicos, del que Siruela había publicado hace unos años Tus ojos me vieron. En El zorro ártico nos invitaba a un paseo por la naturaleza grandiosa del país y su mitología, en una deliciosa pieza poética cargada de simbolismo. A primeros de año, Nórdica volvió a ofrecernos otra de esas joyas que nos trasladan al apabullante paisaje islandés y a su imaginario mítico en Maravillas del crepúsculo.

Ahora se suma la llegada de las novelas de Audur Ava Ólafsdóttir y Jón Kalman Stefánsson, dos autores islandeses que nos han animado a viajar al país del frío volcánico para saber qué tienen que contarnos.

Frontera glacial
Más allá de Islandia, sólo hay hielo. Nosotros nos quejamos porque nos cuesta entendernos con nuestro vecinos del norte porque son franceses. Los suyos son osos polares. Un sitio así ha de tener unos hábitos y costumbres muy particulares.

Resulta muy útil para viajar hasta allí llevarse bajo el brazo el nuevo libro del periodista, escritor y viajero cuando puede Xavier Moret, titulado Islandia, revolución bajo el volcán (Alba). Moret había publicado en 2002 Islandia, la isla secreta (Ediciones B), una obra donde el entusiasmo del que acaba de descubrir algo daba un resultado entretenido pero epidérmico. Su nuevo libro, tras una decena más de viajes, es ya una mirada mucho más cuajada y penetrante, de periodista, lleno de datos y referencias a la actualidad, pero con la capacidad para escuchar a todo aquél que tenga algo que decir con paciencia no exenta de una saludable ironía. Moret cuenta muchas anécdotas aparentemente intrascendentes, pero de donde se extraen muchas conclusiones. En una de ellas explica que la madre de unos amigos suyos de Reikiavik quiso sumarse a una fiesta que organizaban por la salida de su primer libro, pero, al vivir en otra ciudad alejada llamada Akureyri, no podía asistir. Aún así insistió en que enviaría un pastel. Moret preguntó cómo lo haría llegar y le respondieron que “iría al aeropuerto de Akureyri y se lo daría al primer conocido que volara hacia Reikiavik”. “¿Y si no conoce a nadie?”. Sus amigos se rieron: eso era imposible. Fueron a la terminal de llegadas del aeropuerto de Reikiavik a esperar el vuelo de Akureyri y allí llegaba el pastel. La persona que lo traía era la ministra de Industria en persona. “¿La ministra?”, se preguntó Moret perplejo. Ella también es de Akureyri, le respondieron sin darle mayor importancia. La ministra llegó con el pastel, se lo dio, les deseó una feliz fiesta, se fue caminando sola a su pequeño turismo aparcado y listo. El primer mensaje es que aquí se conocen todos. Y eso marca.

El dicharachero conductor que nos lleva hasta el hotel explica que la policía no lleva armas… “¿Para qué, si aquí nos conocemos todos?”. Y, además, en una isla tampoco se puede ir muy lejos. En medio de la lluvia empieza a desdibujarse el imaginario de los truculentos crímenes de Indridason, porque aquí son algo rarísimo.

Lo que se percibe nada más llegar es la fuerza de la naturaleza. No sólo por la lluvia constante y el frío, que tampoco es en Reikiavik tan intenso como sería de esperar dada su latitud ártica gracias al efecto atemperante de la Corriente del Golfo. Pero entre el aeropuerto y la ciudad hay kilómetros de tierra negra y páramos de un amarillo rabiosamente otoñal. Y casi nada dentro.

Reikiavik es una ciudad apacible bajo la lluvia de cafés cálidos, con mucha madera y conversaciones en voz baja. Los restaurantes tienen vajillas de loza y mecedoras, fotos enmarcadas y luces tenues, como acogedoras casas de campo de unos abuelos islandeses. Y se come bacalao, claro. Un bacalao fresco muy fino entre salsas cremosas, bastante diferente del bacalao salado rabioso de ajo y perejil que se sirve aquí. También una sopa de cordero que resucita a cualquiera. Pero, en cuanto te alejas un kilómetro de Reikiavik, te quedas solo. El sesenta por ciento de la población vive en la capital y aledaños. Una carretera de un solo carril se adentra entre extensiones de tundra bajo un cielo amenazador de un tamaño enorme. La naturaleza aquí sí manda. Escribe Stefánsson en su libro: “El mar a un lado, montañas rotas y altísimas al otro: he aquí toda nuestra historia”. Aquí, los monumentos son de lava y los levantan los volcanes. La zona geotérmica de Geysir permite ver que aquí la tierra no sólo está viva, sino en permanente estado de ebullición. Sale humo del suelo y un géiser llamado Strokker actúa complaciente para los visitantes. No muchos. La lluvia no es amiga del turismo. Se lee en la guía que a diez kilómetros, en Gullfoss, hay unas cascadas. Y uno se acerca a dar un garbeo. ¿Unas cascadas? Son unas cataratas descomunales en medio de la nada que se abalanzan con una fuerza arrolladora sobre una larga garganta. Es un grandioso espectáculo de una fuerza extraordinaria que hace que se entienda por qué la potencia de la naturaleza se filtra en la literatura de los escritores islandeses.

Es el caso de Jón Kalman Stefánsson, que relata las vivencias de unos pescadores que van a buscar bancos de bacalao metidos ya en el Círculo Polar Ártico. El Mar Glaciar se lo da todo, pero con la misma facilidad puede arrebatárselo todo, incluida la vida. Una novela narrada de manera exquisita, pletórica de metáforas sobre la naturaleza y la condición humanas.

Jón Kalman Stefánsson

Reikiavik cultural

A Stefánsson, en Reikiavik, hay que buscarlo en el barrio de Thingholt, una zona de casas grandonas rodeadas de amplios jardines. Le desagrada el ruido del centro de la ciudad. En realidad, todo el ruido junto de Reikiavik no superaría los decibelios de un solo bar a la hora de los desayunos en Madrid. Al preguntarle si no hay algún rincón de la ciudad donde se encuentre a sí mismo, confiesa que las piscinas, preferentemente las de aguas termales a cielo abierto: “Allí uno puede fácilmente olvidarse de sí mismo“. Hay numerosas piscinas y todas son gratuitas para los islandeses. Sus impuestos les cuesta, claro. Stefánsson es hombre de grandes espacios y se alinea con Sjon y la tradición clásica de esa literatura donde la naturaleza y las relaciones que el hombre establece con ella son los protagonistas. Por eso tiene una relación ambivalente con la ciudad: “Reikiavik es un lugar extraño. Puede sea una población pequeña y una gran ciudad al mismo tiempo. Puede ser sosa y excitante a la vez. Pasa lo mismo con la vida cultural. A veces uno tiene la sensación de estar en un pueblo donde no sucede nada, pero al día siguiente te cruzas con un músico de primera fila internacional o ves una exposición que te impacta. Por eso uno siempre tiene sensaciones encontradas respecto a la ciudad”.

A Audur Ava Ólafsdóttir la encontramos en el confortable vestíbulo del hotel Radisson Blue Saga, a pocos minutos del centro y justo enfrente de la biblioteca de Reikiavik. Al preguntarle por algún rincón especialmente interesante para tomar el pulso a la vida cultural de Reikiavik, ella aconseja el café Olkrain, aunque advierte que “los escritores islandeses somos gente corriente. Con el trabajo y la vida familiar, queda poco tiempo para bares”. Ólafsdóttir representa, precisamente, un estilo de novela islandesa que se despega del modelo de escritor paisajista, telúrico y existencial. Ella explica en Rosa candida una historia muy contemporánea, protagonizada por un islandés pero ambientada en algún cálido lugar del Sur de Europa. Es una novela en la que se nos muestra un nuevo tipo de relaciones (chico y chica que tienen un hijo juntos pero no tienen interés en ser pareja) y los cambios de roles (el varón aquí cultiva rosas, llama a su padre constantemente para interesarse por él y acaba haciéndose cargo del cuidado de la hija). Esta historia entre fragancias de rosales y calles con aroma a chocolate, en una idílica villa donde el carnicero le chiva recetas y la señora del restaurante le enseña a cocinar con ajos, ha sido distinguida con media docena de premios internacionales y finalista del Fémina a obra extranjera. La autora se muestra muy orgullosa de haber escrito la novela desde la voz masculina e incluso cuenta que en Francia algunos lectores pensaban que era un hombre. Ha logrado, sin duda, retratar de manera impecable cómo las mujeres querrían que fuesen los hombres. La conversación que reproducimos con los autores nos muestra dos maneras de entender la literatura desde la misma Islandia, aunque, eso sí, ambos insisten en que son buenos amigos. ¡Claro, si ahí se conocen todos! 


JÓN KALMAN STEFÁNSSON
Tormento y éxtasis de la naturaleza islandesa

“Entre cielo y tierra” (Salamandra) es una poética novela que nos sube a un barco pesquero en medio del Mar Glacial y nos baja a la posterior vida en tierra de un protagonista marcado por la tragedia.

La naturaleza tiene una poderosa presencia en su novela. ¿Qué le parece el afán de la sociedad actual por domesticarla a toda costa?
Es un juego peligroso el que estamos jugando en Occidente. A veces parece que realmente nos creemos que podemos controlar la naturaleza y que la podemos someter a nuestro capricho. Y tendemos a creer que ya no formamos parte de ella, sino que estamos por encima. Me preocupa ese pensamiento porque al final nos destruirá. Hoy día tenemos un nuevo Dios: el Dios Tecnología. En él depositamos toda nuestra confianza, es la luz que nos guía.

¿No se fía de la fortaleza de nuestra rutilante tecnología?
Sólo un ejemplo: el año pasado tuvimos la erupción en Islandia del Eyjafjallajökull. Fue bastante pequeña pero se produjo bajo un glaciar y eso produjo que expulsara un montón de cenizas al cielo. El tráfico aéreo de Europa y Estados Unidos se paralizó y la vida diaria de cientos de miles de personas se vio afectada. Y nuestro nuevo Dios estuvo indefenso, a pesar de que fue tan sólo una pequeña erupción sin importancia. Eso nos mostró cuán pequeños somos frente a la fuerza de la naturaleza y cuán frágil puede ser nuestra moderna sociedad. Pero lo olvidamos y seguimos convencidos de que podemos controlar a la naturaleza.

La lectura también puede dar y quitar, por lo que vemos en el libro. La obsesión de un pescador muy lector en aprenderse un poema de memoria hace que se distraiga a la hora de embarcarse y se olvide el chaquetón impermeable en la cabaña. Un error que en el Mar Glacial puede ser mortal. ¿Leer puede llevarnos a la perdición?
La lectura puede ser peligrosa en el sentido de que la literatura debería contar para algo, afectar a la gente, hacerles pensar, hacerles dudar… forzarlos con suavidad pero a la vez con firmeza a ver el mundo de un modo diferente. Y, en una sociedad como la que estoy describiendo, la literatura es considerada casi como una amenaza porque hace a la gente soñar con un mundo mejor. Y los que sueñan con un mundo mejor tienden a cambiar sus parámetros de vida y en algunas sociedades los cambios son vistos como amenazas.

Uno de los pescadores del libro dice que uno debe tener un objetivo en la vida para no estancarse y pudrirse. ¿Está de acuerdo?

Todo el mundo debe tener un objetivo en la vida. Nadie debería pasar por la vida sin intentar añadir algo al mundo, nadie debería estar tan inmerso en su trabajo que olvidara quiénes están a su lado, tan inmerso que no escuchara sus propios sentimientos, su propio cuerpo. Es triste, pero hacemos eso todo el tiempo. Echamos del nuevo ordenador o videoconsola a nuestros hijos para poder trabajar más. Extraño mundo el que hemos construido para nosotros mismos. Nos falta el coraje suficiente para cambiarlo. En lugar de cambiar el curso de las cosas, nos dedicamos a ir al psicólogo o al psiquiatra esperando que nos quite la angustia.

¿Y cuál es ese objetivo desde el punto de vista de su faceta de escritor?

Como escritor, lo que procuro hacer es remover algo dentro del lector, hacerle pensar en su vida, hacerle dudar… y mientras tanto irle contando una historia.

Entre otros oficios, usted ha sido marinero… pero no ha repetido. ¿Que recuerdos guarda de esos días?

Trabajé en una empresa pesquera de joven, de los 16 a los 20 años, pero no en el mar. Mi única experiencia de marinero fueron tres semanas en un guardacostas cuando tenía 16 años. Era diciembre y hacía muy mal tiempo, con un mar duro constantemente, y yo estuve enfermo todo el tiempo, llevando bandejas de huevos con bacon a la tripulación. No he podido comer eso en treinta años. La vida de los pescadores actuales es bastante diferente a la que describo en mi libro, afortunadamente. 

Audur Ava Ólafsdóttir


Audur Ava Ólafsdóttir
Cuento de hadas para adultos y con moraleja

Un muchacho islandés que ha tenido una hija con una chica sin que los dos se hayan planteado ser pareja, viaja hasta el Sur de Europa para ejercer de jardinero voluntario en un monasterio.
Su novela es muy intimista, pero ha tenido premios en países diversos: Islandia, Francia, Canadá… ¿Indica eso que, en el fondo, sean de donde sean, las personas se parecen mucho por dentro?

Sí que hay un hilo humanístico en el libro que une a mucha gente. Hay símbolos que pueden identificarse en cualquier sociedad. Al final, hay unas cuantas preguntas existencialistas que son las que nos hacemos todos.

¿Al escribir la novela tenía una voluntad consciente de hacer algo más “internacional”, menos apegado al paisaje islandés que caracteriza a sus autores clásicos?

Yo creo que ésta es una novela profundamente islandesa. Lobbi se va de Islandia, pero se lleva encima su rosa. Esa flor es la metáfora de Islandia: quizá no es la más bonita o la más llamativa, pero es diferente y para él es absolutamente especial.

Eligió que el punto de vista narrativo fuera el del protagonista, por tanto masculino. ¿Cómo se vio pensando como un hombre?

Creo que bastante bien. Lo cierto es que yo tengo hijas y nunca me lo había planteado. ¡Ha sido como un cambio de sexo pero sin operación! Algún lector en Francia llego a pensar, dado lo raro que les debía sonar mi nombre, que yo era un hombre.

Pero su protagonista masculino hace cosas que teóricamente no hacen los hombres…

¿Por ejemplo?
Esta solo en el piso de una amiga metido en la cama leyendo. Llega ella, se quita la ropa y se mete en la cama con él porque dice que tiene frío… ¡y él decide que le apetece más seguir leyendo el libro de jardinería!
¡Hay libros que enganchan mucho! La verdad es que son tiempos complejos, en los que es muy difícil ser mujer, pero aún es más difícil ser hombre.

¡Suele opinarse lo contrario!

Es que los hombres están viviendo un cambio de roles muy importante. Antes, un hombre sólo era hijo, hermano, padre y amante. Ahora lucha por ser muchas más cosas.

La novela muestra cómo hay un traspaso de roles respecto al cuidado de la hija. ¿Cree que refleja una realidad?

Creo que sí. Los hombres también pueden hacerse cargo de los niños y cada vez es más frecuente que lo hagan. Yo me he encontrado con muchos hombres que me han dicho que se sentían identificados con mi protagonista. Todo el mundo cree que una mujer es madre de manera automática. Claro, la mujer es madre desde el punto de vista físico desde el primer minuto… Pero, ¿qué pasa con la predisposición mental? Hay mujeres que no tienen esa predisposición y el padre puede hacerse cargo del hijo igual o mejor que ella.

¿Qué es lo que hace que el muchacho inseguro y desorientado del inicio, al final se convierta en un padre que asume con tanta naturalidad su responsabilidad?

Ésta es una historia de amor donde los protagonistas empiezan por el final. Tienen una hija antes de tiempo, cuando no toca. A partir de ahí, él evoluciona. Ella también, en otro sentido. Primero, él está muy perdido e inicia el viaje. Y ése es un viaje hacia la madurez. Precisamente es su hija la que lo ayuda a madurar. Es la que hace que tome conciencia de quién es y cuál es su lugar en el mundo.

Y a usted, ¿en qué la ha cambiado escribir esta novela?

Escribir una novela también es un viaje. Es un privilegio crear un mundo que es tuyo y donde tienes un espacio de libertad para dar rienda suelta a tu creatividad. Sin embargo… voy a confesar algo: ¡creo que yo no he madurado nada! Voy a ver si con la siguiente novela consigo madurar algo.

¿Madurar es imprescindible?

Lo importante es sentirte a gusto contigo misma en cada época. Con 20 años no hubiera podido escribir esta novela porque me hubiera faltado vida.

Toda esta avalancha de premios y de atención, ¿va a cambiar su vida?

Espero que no. Los escritores islandeses somos gente corriente. Y eso es excepcional.


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