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viernes, 13 de abril de 2018

El arte de la fuga / Una mirada de Sergio Pitol ante el mundo

Sergio Pitol
Foto de Cristóbal Manuel

"El arte de la fuga"

Una mirada de Sergio Pitol ante el mundo

Victor H Concilión
Martes, 13 de mayo de 2014 

“un viaje puede presentar
una diferencia abismal:
es el equivalente objetivo
de la hiperactividad cerebral”
César Aira

¡Sí, también yo he tenido mi visión!

Con tan singular frase de Al faro, de Virginia Woolf, el escritor mexicano Sergio Pitol quedaba admirado ante las narrativas pintorescas de Venecia al tiempo que se revelaba su recorrido a través de las épocas dando cuenta de su existencia primera, de sus encuentros con el mundo personal y de escritor viajero. Surgía en la memoria del pasado el cúmulo deleitable del recuerdo. El presente se desvanecía y surgía la nostalgia, la inminente confesión.

La visión se mostraba como su más cercano arrebato para llevar a cabo el cometido. La revelación surgida a partir de la experiencia surtía en un efecto transgresor que reparaba la imagen única del pasado, ese camino funcional siempre cargado de enseñanzas.

El hombre sometido para la idea barroca de la vida, promotor de la pluralidad y el cosmopolitismo literario que invariablemente atraviesa el designio de la aventura, se permitía descubrir la idea de un mundo multiforme, motivo de ser descrito.


El arte de la fuga, publicado en su primera edición en 1996 por las editoriales ERA y Anagrama, es un libro compuesto bajo una intercesión rememorativa que entrevé la sustancia manifiesta de su construcción barroca: la mirada del escritor hiperactivo sustentado por el encuentro visceral de un Yo narrador convertido en autor, crítico y lector; entre estas formas y todos sus extremos. Antonio Tabucchi refería que Pitol, al igual que Gadda, dejaba entrever la idea de un mundo esencialmente barroco, pues a consideración del fallecido autor de Sostiene Pereira, el barroco no era una manera de ver el mundo, sino era precisamente el mundo signo de lo barroco, y esta característica particular se libraba en la narrativa de Sergio Pitol, según el célebre escritor italiano. 
El texto, especie de organismo crítico plasmado a través del tiempo, donde un viajante tenaz versado en conocimientos sobre arte, literatura y cultura, situado entre los límites de  la creación y la añoranza que, como Leon Tolstoi, gusta escribir sus vivencias sin preocuparse de dejar abierto el telón de su inmensidad, es la formal elegancia sustentada por la puntual prosa de Pitol.


Diverso en cuanto a temáticas, el libro va diseccionándose a través de la mirada de un hombre adscrito a las leyes de la experiencia, respaldado por una prosa eficiente, delicada y trabajada, resuelta a describir los elementos integradores de una vida siempre atareada, compleja e ilustre, como la de un pensador suspendido entre los ensueños de su vida y las realidades indolentes que lo sujetan. 

Sin duda, la transfiguración de un pasado-presente entrechoca soberbiamente con lo narrado, mostrando en un mismo plano, estrictamente literario, la esencia propia del artista, el escritor y el hombre de mundo. La construcción de un discurso textual sólido también presupone una escritura íntegramente descubierta que antes de cerrarse al colapso discursivo del autor, se muestra entera y personal. Así, El arte de la fuga es un ensayo ubicado en la esfera de la intimidad, cargado del jugueteo compartido, fuertemente arraigado en la necesidad de “la búsqueda de lo otro”, como refiere Juan Villoro, eso que  lleva al escritor al éxtasis narrativo.

Sordo del oído izquierdo, para Pitol “Todos los tiempos son en el fondo un tiempo único” equivalentes a  existencia, enseñanzas y memoria. El viaje, uno más de los tropiezos del tiempo, dejó en el escritor imágenes intensas, desde una carta recibida en su juventud por Witold Gombrowicz, pasando por los tropiezos económicos en un hostal de Barcelona, el encuentro con su familia italiana, hasta el recorrido que llevó a cabo con su amigo Carlos Monsiváis a Chiapas durante el surgimiento de los estallidos zapatistas del EZLN y el subcomandante Marcos en 1994. Todo ello lo deja ver en su libro.



Carlos Monsiváis señalaba en su momento: [El arte de la fuga] “alía densidad cultural y vigor autobiográfico (…) que se integran en un paisaje clásico, desolado, irónico, paródico, animadísimo”. Para el cronista mexicano, el genio del autor veracruzano es inconfundible, desprende todo paliativo de escritor sumiso y “establece vínculos entre los mundos del desasosiego y las heridas cauterizadas, y los de la revisión gozosa de libros, urbanidades y obras pictóricas”. En pocas palabras, todo un cóctel imaginativo en el que las realidades se entrelazan fugazmente para colocarnos en un paisaje convulso lleno de experiencias y confesiones.

El libro deja ver infinidad de imágenes evocativas de un tiempo que ha transcurrido pero no por ello ha olvidado inmortalizar sus caminos. A través de las andanzas del escritor, del hombre rebasado por la visión de sus recuerdos, encontramos ciudades como Varsovia, Portugal y Praga; Trieste, Roma, Barcelona, Inglaterra, Londres y, por su puesto, México: lugares donde algún día caminó y encontró sus momentos de felicidad, de duda o de pasión. Encuentros con amigos cercanos, nunca olvidados como Carlos Monsiváis, Juan Villoro, José Emilio Pacheco, Enrique Vila-Matas o el mismísimo Antonio Tabucchi.

 Lecturas predilectas siempre cercanas al arrebato personal que dejan una enseñanza o un desconcierto son para Pitol de necesidad básica: Thomas Mann, Henry James, William Faulkner, Benito Pérez Galdós, Antón Chéjov, Jaroslav Hasek, Witold Gombrowicz, Jerzy Andrzejewski, Mijaíl Bajtín, Jorge Luis Borges, Alfonso ReyesJosé Vasconcelos o Gabriel Vargas autor de la famosa Familia Burrón. Son ellos sus lecturas; la vida de un hombre dedicado a la literatura y al encuentro consigo mismo que como lector siempre ha sabido manifestar sus influencias y el regocijo que le ofrecen esos otros escritores.

Para saber de literatura hay que conocer la vida. Para saber contar y narrar historias hay que ser observador, un descubridor del mundo. Para conocer a fondo las problemáticas de la creación hay que haberlas conocido. Pitol lo hizo. Llevó a cabo cada una de esas sentencias al pie de la letra, por eso buscó lo productivo, lo esencialmente fascinante que dejara en su mente una confesión o una añoranza; algún sentido creador a su imaginación. De sus aventuras tomó todo vestigio, piezas de aquí y de allá, de todas partes, creando así su obra. “La ficción (...) nace de minucias y fragmentos”, señalaba en alguna entrevista Jonh Banville; ciertamente Sergio Pitol supo enlazar esos considerados segmentos venidos de sus recorridos e imaginaciones a través del mundo y los aterrizó (uniendo las partes) en su escritura de manera muy particular, tomando forma un libro tan heterogéneo como El arte de la fuga.

Sergio Pitol 3


Para este escritor perteneciente a la llamada generación de la Casa del Lago, “sólo los frutos del pensamiento y la creación artística justifican de verdad la presencia del hombre en el mundo”. Y son los artistas fuente permisible de exposición creadora. Para ello deben ser visionarios, comprometidos, involuntariamente extraños. El mismo escritor es un ser raro; serlo es, en palabras de Justo Navarro, “convertirse en un extraño”.  
Sergio Pitol no figura en la literatura mexicana contemporánea como un escritor extraño pero tampoco ha sostenido su espíritu creador a la par de los reflectores: es un hombre de visión imaginativa adyacente al tiempo creador, por eso mismo su obra se encuentra más cercana al arte primordial que al sometido por el salvajismo crítico establecido.

El escritor mexicano escribe porque se corresponde así mismo. Es la simple manifestación de la “hiperactividad cerebral” de quien se dedica a viajar, y a escribir; es el contrayente altivo del desquicio literario.

Siendo conocedor de ciudades enteras fue recurrente su nomadismo como una manera de enriquecer su imaginación. Perseguido por el calificativo de extranjero, cosa sin importancia a fin de cuentas, es, podríamos advertirlo, la viva imagen de Félix Young, personaje de Henry James en Los Europeos, catalogado como un hombre de esa rara especie denominada de ninguna y de todas partes, “Personas incapaces de decir con exactitud cuál es su país”, según las palabras exactas del propio Young. Hombres erigidos para su común“desplazamiento”, para la fina estampa, doctos personajes que tienen en cada país un encuentro consigo mismo. Son desplazados porque –a razón de la experiencia de John Banville– al coexistir así intentan encontrar hogar en su mismo desplazamiento.

El tiempo surte de un efecto devastador: el cambio. Cambios que el pensamiento rememora dejando a la vista sus más febriles recuerdos. Sergio Pitol es un individuo lúcido, escritor de mundo, traductor infalible: sabe que todo pasa y nada permanece, sólo en el alma un anhelo, la pasión del momento, el suceso vivido.

La memoria es intocable, ahí reposa la vida: “La memoria hurga en los pozos ocultos y de ellos extrae visiones (…) casi siempre placenteras. La memoria puede (…) teñirse de nostalgia, y la nostalgia sólo por excepción produce monstruos”, expresa Pitol en su libro. Por tanto, El arte de la fuga es un recorrido por el mundo en la vida de un escritor inquieto, sabedor de contrariedades como de conocimientos, un narrador, ensayista y viajero que sin proponérselo nos adentra al mundo de la literatura como expresión tangible, donde la nostalgia puebla las visiones del pasado. 

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