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viernes, 22 de diciembre de 2017

La maldita Lucia Berlin / La complejidad biográfica y literaria de una gran escritora


Lucia Berlin


La "maldita" 
Lucia Berlin

La complejidad biográfica y literaria de una gran escritora

18 AGOSTO 2017
PEDRO VERGARA MEERSOHN

El relato se hace reflexión y la reflexión, historia que fluye. Pero su intención no es reflexionar, sino contar lo que percibe y siente, rompiendo mitos y pintando despiadadamente realidades paralelas. La narradora habla de sí misma con varias voces. Piensa en voz alta y nos cuenta su vida, sus pensamientos y emociones, usando un estilo único, vivo, directo, lleno de sorpresas y afilados giros lingüísticos. A veces es distante, fría, pero siempre humana. Nos muestra cuadros hechos de sensaciones, de impulsos, de dramas, alegrías y dolores. De anticonvencionalismos, nos habla de familias que no son familias y de amores que no son amores. Sus personajes son sobre todo mujeres en situaciones difíciles, madres abandonadas, esposas sin marido, trabajadoras en condiciones precarias, que nos presentan con detalles el otro lado de la luna, que no es fácil de imaginar, y los ambientes son una lavandería, la sala de emergencia, lugares donde se cuajan gotas de compresión, malos entendidos y necesidades urgentes, como la señora que le deja la llave para que controle si muere.
Esta es Lucia Berlin, una mujer informal, transgresiva, mundana, que padeció de alcoholismo, de sueños, amores y drogas, que vivió diez vidas e hizo cien trabajos, retratándonos siempre la gente que encontraba. Sus cuentos e historias cortas saben a vida vivida, a diálogos veloces, a situaciones reconocibles en su cotidianidad y, a la vez, novedosas y profundas en toda la ligera eficacia de su narración, porque lo que encontramos en ella, no es técnica, sino experiencias personales, existencias expuestas, puntos de vistas, anécdotas, que nos pintan su mundo desde adentro hacia afuera con inmediatez, honestidad y transparencia.
Uno de sus cuentos cortos, Emergency room, habla de un minuto jinete mexicano, que llega al hospital después de uno de sus tantos accidentes a caballo. «Sus radiografías parecían un árbol», tiene algunas costillas rotas, está adolorido y se lamenta. Ella lo asiste, porque habla español, tiene que desvestirlo y hablándole en su lengua con cariño, le rompe sus defensas y el jinete vuelve a ser un niño, apelándose a la protección de un sustituto de madre. Un cuento, que en pocas frases, nos muestra una chispa de humanidad.
Lucia Berlin es una observadora de detalles, de vivencias paradojales, de situaciones imposibles y reales, que sabe lo que significa sobrevivir y que ha percibido el mundo desde distintas perspectivas. Por eso conoce lo que podemos y no podemos conjeturar, porque nuestra realidad está hecha de falsos mitos, que no existen. Sus cuentos son un viaje hacia lo real, que nos introducen en esa dimensión oscura y desconocida, donde el sentido es una consecuencia inesperada de lo circunstancial. Las cosas suceden lisa y llanamente y nosotros las vivimos como mejor podemos.
Ella usa un estilo descriptivo, sutilmente minimalista, donde lo absurdo está siempre presente con un desenlace final, que nos golpea y hace pensar. En su narración, encontramos a Chejov. a Salinger y también a Bukowsky. En uno de sus cuentos mejores: Unmanageable, nos habla de una alcohólica que se despierta en la mitad de la noche con el peligro de un delirium tremens y descubre que la botella de vodka está ya vacía y ella tiembla. Se tiende en suelo para no caer de golpe, tratando de concentrarse, controla su respiración para no agitarse e hiperventilar, contando y leyendo los títulos y autores de los libros de su biblioteca en voz alta para calmarse. Ella necesita azúcar, alcohol y lo sabe, pero faltan aún dos horas para que abra la botillería y no resiste más y así, sale a la calle, desesperada y temblando, hasta que encuentra a un grupo de vagabundos que le dan algo de beber. En la narración, usa la tercera persona y todos sabemos, que ella habla de sí misma.
Y es así que nuestra autora irrumpe, póstumamente, en el cielo literario este 2017 y su libro de cuentos se vende como pan caliente. Lucia Berlin, nacida en Alaska el 1936, muere en el garaje de su hijo, donde vivía, en California, en diciembre del 2004, atada a un respirador, mientras fumaba y se desvelaba. Ella pasó parte de su juventud en Chile, siguiendo a su padre y en esa corte fue una inquieta doncella, que se hizo encender su primer cigarro de príncipe árabe a los 12 años, frecuentando el club de polo y de golf. Conservó el apellido de su segundo marido, un músico de New York, que murió por abuso de drogas. Enseñó literatura en Colorado y según sus propias palabras, escribía para aclarar sus ideas y entenderse a sí misma, después de su primera separación.
Su vida fue un cuento o una serie de cuentos, como los que podemos leer escritos por sus propias manos y cada narración, húmeda de desesperación y marginalidad, la refleja como persona, con sus dichas y, sobre todo, sus penurias para mostrarnos su intimidad más recóndita, como sucede, cuando se abre la puerta de un cuarto oscuro.

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