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sábado, 23 de diciembre de 2017

Juan José Millás / Virus


Juan José Millás
VIRUS
21 de diciembre de 2017

En el país de los acatarrados el moco es el fluido por antonomasia (signifique lo que signifique antonomasia) y el tosido, la banda sonora de las oficinas de correos. Hay pañuelos de papel en vías de descomposición sobre las mesas y la gente huele a caramelos de eucalipto y menta o a jarabe de antimonio. A todo el mundo le lloran los ojos en el país de los acatarrados y a los hombres y mujeres del tiempo se les rompe la voz cuando anuncian las temperaturas. En el país de los acatarrados las urgencias están llenas de usuarios temerosos de que la cosa vaya a más. Mi hijo empezó así el año pasado, dicen, y acabó en neumonía. Mi padre fuma mucho y necesita oxígeno. En el país de los acatarrados los médicos también estornudan sin parar y nos toman la tensión pasándose de un lado a otro de la boca una tableta de carbocisteína. En el autobús y en el vagón del metro los virus vuelan por doquier saliendo de unas bocas y penetrando en otras, a veces en las mismas de las que acaban de salir. Por las calles, caminamos encogidos, con la barbilla hundida en la bufanda, las solapas del abrigo levantadas y camisetas térmicas que producen picores en la piel. Hay gente en el país de los acatarrados que lleva dos o tres pares de calcetines y aun así sus pies permanecen fríos como los de los muertos en el tanatorio. En el país de los acatarrados, cuando llega la Navidad, los anuncios de los antigripales compiten duramente con los de los perfumes, provocando tal confusión que a veces uno se toma una cucharada de colonia y se pone dos gotas de jarabe detrás de las orejas. Se bebe mucha agua por prescripción facultativa y se ingieren cantidades industriales de caldo de verduras. Los amantes, en ese país, procuran no besarse en la boca.

EL PAÍS





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