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miércoles, 29 de noviembre de 2017

Siri Hustvedt / El mundo deslumbrante / Reseña

Siri Hustvedt

Siri Hustvedt

EL MUNDO DESLUMBRANTE


Casa de muñecas

Siri Hustvedt demuestra en su última novela, todo un homenaje a Ibsen, que es más noruega que norteamericana


ÁNGELA MOLINA
18 FEB 2015 - 04:14 COT



Casa de muñecas

¿Quién teme a Henrik Ibsen, el viejo oso polar con barbas de lince, señor de los pitufos y primer dramaturgo feminista de la era moderna? Siri Hustvedt, no. La autora de Los ojos vendados y Todo cuanto amé demuestra en su última novela que es más noruega que norteamericana. Porque El mundo deslumbrante es en realidad un involuntario homenaje al autor de Casa de muñecas, una intrincada trama que funciona a la manera de un inconsciente freudiano, con todos los ingredientes del drama nórdico pero con el flotante mundo artístico de Nueva York como escenario.


Harriet Burden, como Nora (¿como Hedda?), es una mujer inmensamente henchida de vida en un mundo que apenas le concede la oportunidad de hacer mucho más que ser una artista invisible, esposa de un poderoso marchante y madre de dos hijos. Frente a la experiencia de su viudez decide reencontrarse como artista y se inventa el juego de las máscaras, con el que buscará poner en evidencia un sistema del arte para ella claramente misógino. Huye de Manhattan (“esa pústula ambulante, adinerada y endogámica”) y se refugia en un loft en Brooklyn. Allí construirá sus obras, “espacios de juego” que cobran forma en celdas y habitaciones donde “pone a vivir” a los tres duendes quela suplantarán: el superficial Anton Tish, el homosexual mestizo Phineas Q. Eldridge y el carismático y exitoso Rune. Cada “gnomo” poseerá la capacidad de deslumbrar a través del arte, algo que a ella nunca le fue concedido. Hustvedt utilizará una extravagante psicología narrativa para dar perspectiva a su personaje en la búsqueda de una identidad que la hará sentir verdaderamente real.
La novela nos conduce también por la deriva existencialista de Sören Kierkegaard. El filósofo danés —quien, por cierto, escribió muchas de sus obras bajo seudónimo— afirma en Tratado de la desesperación (1849): “La desesperación —como enfermedad mortal— puede adquirir tres figuras: el desesperado inconsciente de tener un yo, el desesperado que no quiere ser él mismo y aquel que quiere serlo”. Harriet acabará sucumbiendo a esta triple gripe y sin lograr el reconocimiento que tanto buscaba. Justo lo contrario del heredero democrático del aristócrata Picasso, Marcel Duchamp, quien fue capaz de vivir sus múltiples vidas —jugador de ajedrez, ilusionista, curador, marchante, Rrose Sélavy (Eros, C’est la vie)— con infinita energía y despreocupación.
Pero más que una novela feminista —cabe recordar que el propio Ibsen negaba que sus dramas lo fueran, pues, decía, “sólo hablo de derechos humanos”—, El mundo deslumbrante trata sobre la ontología del arte y, más aún, sobre la percepción. Desde la posmodernidad sabemos que ni información, ni acontecimiento ni obra de arte son sinónimos de realidad, ya que éstos no se encuentran en un espacio aislado, burgués, separado de nuestra experiencia, sino que se construyen en el acto mismo del conocimiento. De la misma manera que las acciones, los cuerpos pueden ser performativos porque generan nuevas realidades.
Harriet Burden, como Louise Bourgeois (artista fetiche de Siri Hustvedt) y como probablemente decenas de autoras todavía desconocidas, fue por encima de todo una doctora frankenstein, lo que deja implícito que los gnomos que se ocultan son, en realidad, las hijas de Lilith.

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