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viernes, 25 de agosto de 2017

Las mil caras de David Bowie

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'ZIGGY STARDUST'. María Rosenfeldt y Jacobo Salvador, más conocidos como Heridadegato, reinterpretan en el boceto el mono de Kansai Yamamoto con el que Bowie catapultó su androginia a otro universo. “La mezcla de estampados y asimetrías es una pasada. Fue un precursor en el juego del género y la identidad”, dicen.  HERIDADEGATO


Las mil caras de David Bowie


La exposición ‘David Bowie Is’ aterriza en el Museu del Disseny de Barcelona para desentrañar las mil caras tras las que se ocultó el artista más influyente del pop. Pedimos a jóvenes diseñadores que recreen sus míticos ‘looks’ en estas páginas.


Borja Bas


18 DE MAYO DE 2017



TODO EMPEZÓ con un corte de pelo. Haber abducido a media Inglaterra cuando la BBC escogió su Space Oddity para retransmitir el primer alunizaje no era suficiente. David Bowie tenía que conquistar la Tierra. Y para eso debía transmutarse en una criatura de otro planeta. Espoleado por su esposa, Angie, ya había llevado vestidos de mujer para promocionar su música. Le faltaba el paso definitivo para diluir por completo su género sexual. Pidió a su peluquera que le hiciera el look de una modelo del diseñador Kansai Yamamoto que había visto en una revista y salió a festejar su 25º cumpleaños renacido como Ziggy Stardust, el alienígena caído; con un mono brillante, las botas altas de La naranja mecánica y la cabeza envuelta en un rojo flamígero. Su aparición en el legendario programa televisivTop of the Pops cantando Starman hizo el resto.

David Bowie:Ziggy Stardust

En realidad Ziggy duró poco, apenas 18 meses, desde la sesión de la mítica portada por Brian Ward hasta su dramático retiro en el Hammersmith Odeon londinense en 1973. Pero esa parodia del arquetipo de estrella del pop cambiaría la industria para siempre. Desde entonces no dejó de reinventarse. Hasta tal extremo que nunca sabremos quién fue el auténtico David Jones, el hombre que se ocultó tras las mil caras de Bowie.



La exposición del Victoria and Albert David Bowie Is, que aterriza por fin en el Museu del Disseny de Barcelona el 25 de mayo, funciona como hagiografía para fans y como introducción para profanos. Lo explica una de sus comisarias, Victoria Broackes, que buceó entre 75.000 objetos del archivo del músico para extraer lo sustancial: “Si crees que ya lo sabes todo de él, puedes sorprenderte descubriendo detalles. Si eres un millennial, te fascinará igualmente porque, en última instancia, lo que prevalece son sus increíbles canciones y un look supercool”. El festín para el visitante incluye unos 60 trajes, letras escritas a mano, notas de su diario, storyboards, diseños de escenografía, fotos, proyecciones a gran escala…



El filósofo Simon Critchley, autor del ensayo Bowie (Sexto Piso), cuenta que logró colarse cuando se inauguró en Londres en 2013. “Esta exposición es una demostración del enorme poderío creativo de Bowie, su concepción del sonido y la visión como un todo. Impresiona la cantidad de cosas que había conservado; están hasta las llaves del apartamento en el que vivió en Berlín a finales de los setenta. A ver, ¿quién guarda eso?”.



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Más allá de la memorabilia, la exhibición repasa influencias. En el paseo acompañan a Bowie Andy Warhol, J. G. Ballard, Stanley Kubrick, Bertolt Brecht, George Orwell, Fritz Lang, Syd Barrett, Aleister Crowley o William Burroughs. Broackes nos pone un ejemplo de esta retroalimentación artística. “En 1979, Bowie hizo una de sus actuaciones más bizarras en Saturday Night Live. Escudado por los performers Klaus Nomi y Joey Arias, cantó con un traje imposible de plástico duro con el que no podía ni caminar inspirado en el vestuario de Sonia Delaunay para la obra-manifiesto El corazón a gas, de Tristan Tzara (1923). Al mismo tiempo que homenajeaba el dadaísmo, Bowie influía a su vez a Nomi, que adaptaría ese uniforme geométrico en blanco y negro con pajarita para sus propias performances”.

Pero de todos los artistas que camparon por los setenta, ¿por qué Bowie se alzaría como el más influyente? Simon Reynolds, autor de Retromanía y del reciente estudio sobre el glam Como un golpe de rayo (Caja Negra), nos da una respuesta. “Bowie sabía cómo experimentar con la ropa y, aún más importante, cómo maquillarse. Mientras bandas como Slade, Sweet y New York Dolls parecían más una parodia del travestismo, él lograba ser elegante dentro de la rareza. Escogía looks vanguardistas de diseñadores como Kansai Yamamoto y aprendía las lecciones del cosmetólogo Pierre LaRoche, autor del icónico rayo que surca su rostro en la portada de Aladdin Sane o el círculo dorado en la frente de esa gira. Investigando para mi libro hallé una revista americana, Creem, donde Bowie ofrecía sus consejos para maquillarte: cómo lograr el brillo en los labios y párpados, cómo aplicarse el kohl en los ojos sin que se convierta en un manchurrón… Es muy extraño encontrar a un artista capaz de entrar tan en detalle en algo así”.

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‘DIAMONDS DOGS’. Tras retirar a Ziggy, Bowie se inventó una distopía posapocalíptica basada en 1984, de George Orwell, habitada por el pirata cool Halloween Jack. La diseñadora María Escoté, que dedicó a Bowie su colección de otoño-invierno 2015-2016, recrea aquí el personaje.  MARÍA ESCOTÉ

A Ziggy le seguirían el pirata posapocalíptico de Diamond Dogs, el dandi del soul de Young Americans, el siniestro duque blanco de Station to Station o el pierrot de Ashes to Ashes… Incluso cuando se refugió en Berlín, huyendo de la desenfrenada vida en Los Ángeles (y de su adicción a la cocaína), reconoció despojarse de los atavíos de la fama para reducir su personaje “a unos cuantos vaqueros, unas camisas y una bicicleta”.

“Posiblemente esa etapa de finales de los setenta sea la más innovadora e interesante”, reflexiona Reynolds. “No creo que nunca dejara de ser influyente excepto, quizá, en los noventa, cuando el grunge y el rock alternativo. Pero en los ochenta su sonido funk y soul y el flequillo a capas que lucía en Young Americans inspiraron a Spandau Ballet o ABC; otros, como Gary Numan, The Associates, Magazine o Visage, tomaron el sonido berlinés de Low. La cultura del videoclip, el movimiento new romantic o revistas como The Face o iD le deben mucho. Y su influjo en los artistas de hoy es indiscutible. Vio antes que nadie una de las grandes obsesiones pop: la reinvención, cambiar tu imagen y tu sonido una y otra vez”. En los ochenta había pasado de artista de culto a estrella de masas y cultivó premeditadamente una imagen convencional (sin abandonar, eso sí, un buen pelazo, esta vez platino). “Ya no tengo más personalidades. El traje irá cambiando de gira en gira, pero el tipo que hay dentro será más o menos el mismo”, declaró.

Última encarnación para Blackstar (2016), cuando su cáncer ya era terminal. El personaje se ha bautizado como Button Eyes.





Incluso tras su desaparición de los escenarios por problemas de salud en 2004, Bowie alumbró a un nuevo personaje: el ausente. Lo que la intelectual Camille Paglia llama “su adagio del espectáculo: déjales con las ganas. Es el juego del gato y el ratón que tan bien aprendió de Warhol; desde su aislamiento seguía siendo el amo del juego, como un gran titiritero que lo controla todo desde su retiro. Tras 10 años reapareció con un nuevo disco [The Next Day] y no concedió ninguna entrevista, alimentando aún más el misterio sobre su figura”.

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‘ASHES TO ASHES’. En el pierrot de este videoclip confluyen las lecciones de su primer maestro, el mimo Lindsay Kemp, y el anuncio de la era 'new romantic'. “Fue mi primer chico Palomo, el primero en ponerse por igual vestidos de chica y de chico”, bromea Alejandro Palomo, el último provocador de la moda española.  'DAVID BOWIE IS'


Así hasta su última aparición, con Blackstar, que se publicó tan solo un par de días antes de su muerte el 10 de enero de 2016, con 69 años recién cumplidos. Como señala Critchley, “su transfiguración en Lazarus, su último vídeo [donde aparecía con los ojos vendados y dos botones por ojos postrado en la cama], es la más poderosa, extraordinaria y valiente. Ahí vemos a Bowie afrontando desde el arte el terror a la muerte. Y lo hace a través de una figura que resucita, Lázaro”. En ese videoclip, Bowie se despedía adentrándose en la oscuridad de un armario similar a un ataúd. Una tétrica alegoría autobiográfica que no logra ensombrecer una declaración-epitafio rescatada en el documental The Last Five Years: “¿Que cómo me gustaría ser recordado? Como un tipo que llevó unos peinados increíbles, por supuesto”.

EL PAÍS


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