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jueves, 13 de julio de 2017

Eliane Brum / Vagina

Mujer 1
Sonia Gp

Vagina

¿Será que la revolución sexual ha fallado? ¿No es curioso que, en este punto de la aventura humana, el órgano femenino aún sea tan amenazador? Evelyn Ruman, Casey Jenkins y Naomi Wolf son algunas de las artistas que cuestionan la aceptación de la violencia contra el deseo de las mujeres




ELIANE BRUM
10 DIC 2013 - 09:41 COT



Evelyn Ruman cuenta que desembarcó en el Vaticano sintiéndose una espía de la Guerra Fría. Se había impuesto una misión arriesgada, subversiva. Dentro de la bolsa donde llevaba su equipo fotográfico, tenía un frasquito con un líquido rojo y un tanto viscoso. Evelyn se agachó, abrió la tapa y vertió su contenido en el suelo. El fluido se esparció sobre la calzada, sobre las piedras. Sacó la cámara y comenzó a documentar su transgresión. Desenrolló una imagen de una mujer desnuda, de espaldas y la extendió sobre el suelo. El rojo fue inundando los interiores femeninos. Ningún guardia apareció para impedírselo, ningún turista la perturbó. Misión cumplida. Evelyn había chorreado sangre menstrual en el centro del poder católico.

-“¿Por qué quisiste hacer eso?”, le pregunté. “Porque la Iglesia Católica representa todo aquello que oprime a las mujeres desde hace siglos, haciendo de la vagina algo feo y de la sangre menstrual, una cosa asquerosa.”

Evelyn Ruman
Era enero de 2012 y Evelyn participaba en la Bienal Internacional de Arte de Roma. Durante dos años, almacenó su sangre menstrual en la nevera de su casa, en São Paulo, para realizar una exposición que llamó “Sangro, luego existo”. Su dos hijos, hoy con 23 y 18 años, bromeaban diciendo que era “la carnicería de mamá”. Haciendo ese recorrido artístico, Evelyn se preparaba para un momento doloroso para toda mujer: que le arrancasen el útero por un mioma. “Siempre me gustó mucho menstruar”, dice.

Cuando fue a Roma, Evelyn se dio cuenta de que su menstruación se atrasaba. Para consumar su objetivo, tuvo que pedir un poco de sangre a una feminista italiana, Sara Sacerdócio. Consiguió su misión con sangre prestada. La foto (al lado) es una de las 27 imágenes exhibidas en el EG2Lo (Oficina Galería 2Mires), en la ciudad histórica de Paraty, en el litoral fluminense, hasta el 6 de enero. Cinco de esas imágenes ilustran esta columna.

Evelyn trabaja desde 1988 con la autorrepresentación femenina. Presidiarias, enfermas mentales internadas en manicomios, presas, campesinas indígenas, niñas con síndrome de Down, seropositivas, mujeres maltratadas, viejas. Mujeres que la mayoría prefiere no ver. Nunca tuvo dificultad para exponer su trabajo, premiado y reconocido internacionalmente. Pero, cuando intentó exhibir su obra moldeada en sangre menstrual, se encontró con las puertas cerradas. Para mostrar el rostro de mujeres condenadas a la invisibilidad, no había problema. Para mostrar su cuerpo sangrando por la vagina, no había espacio. Tal vez porque, como se prefiere escondido y da vergüenza, cambian las reglas del juego para la víctima. En vez de compasión, ahora daba miedo.


Evelyn se quedó sola. Incluso otras mujeres, amigas fotógrafas, liberales en todo lo demás, tacharon sus fotos como “asquerosas”. “Solo conseguí hacer la exposición porque abrí mi propia galería”, dice Evelyn. “Dan ganas de colocar una cámara para filmar la reacción de enojo de la gente, muchas de ellas mujeres, cuando ven las fotos y perciben que es sangre menstrual, sangre que salió de una vagina, la mía. ¿Si la sangre saliera de una polla, tendrían tanto asco?”

(Estoy presumiendo, claro, pero creo que parte de aquellos que leen este texto, a estas alturas ya soltaron algunos “!Qué asco!”. ¿Acerté? Al comentar con algunos amigos que pretendía escribir sobre el tema, la reacción fue: “¿Por qué?” “Por vuestras caras”, respondí.)

En este momento, la australiana Casey Jenkins realiza una performance a la que ha llamado “Casting Off My Womb” (en traducción libre, “Tricotando mi útero”). Cada mañana, pone un ovillo de lana clara en su vagina y tricota una bufanda. Al menstruar, el tricotado se va tiñendo de rojo sanguíneo y mojado. (vídeo aquí). El objetivo de la obra, conforme declaró a la prensa, es hacer la vagina de la mujer “menos chocante o amenazadora”. Casey quería mostrar que “la vagina no muerde” al ligarla con un acto acogedor y “calentito”, identificado con las clásicas abuelitas, como el acto de tejer una manta. La bufanda uterina que envuelve sensualmente la vagina de Casey, acaricia sus grandes y pequeños labios y hace cosquillas en su clítoris estará concluido en 28 días.

(Más asco?)

¿Lo que Casey está tricotando, al otro lado del mundo? ¿ O lo que Evelyn intenta decirnos con su sangre, en este lado del mundo?

Es probable que la escritora americana Naomi Wolf, autora de “Vagina: una biografía”, que acaba de ser lanzada en portugués por la Editorial Generación, tenga razón al decir que “la revolución occidental sexual falló”. O, por lo menos, “no funcionó lo suficientemente bien para las mujeres”. La propia trayectoria del libro es la prueba de que la vagina sigue siendo amenazadora – como cuerpo, como imagen, como palabra. Me arriesgaría a decir que hasta más amenazadora que en décadas pasadas. Cuando se lanzó la obra, en 2012, en el mercado de lengua inglesa, la tienda de Apple colocó asteriscos en el título: V****a. La vieja vagina, censurada por la marca que representa el avance tecnológico de nuestro tiempo, fue casi la constatación de la denuncia contenida en el libro. Pero involuntaria, lo que hace todo más interesante. Me parece que el episodio habla más de la potencia de la vagina que de su victimización.


En su libro, Naomi Wolf define la vagina como “el órgano sexual femenino como un todo, de los labios al clítoris, del agujero al cuello del útero”. Ese todo forma una compleja red neuronal, en la cual hay por lo menos tres centros sexuales – el clítoris, la vagina, el cuello del útero – y posiblemente un cuarto – los pechos. Naomi defiende que la vagina no es solo carne, sino un componente vital del cerebro femenino, conectando el placer sexual amoroso con la creatividad, la autoconfianza y a la inteligencia de la mujer. La conclusión es obvia y no es nueva, ni por eso menos importante: masacrar la vagina – ignorándola o haciéndola algo sucio, prohibido y chulo, sea por las palabras o por las acciones – masacra a las mujeres en su totalidad. Al aniquilar la vagina, se aniquila a la mujer entera, se secuestra su potencia. “Al contrario de lo que nos hacen creer, la vagina está lejos de ser libre hoy en Occidente”, dice Naomi. “Tanto por la falta de respeto como por la falta de comprensión de su papel.”

Criticada incluso por parte de las feministas, la biografía de la vagina hace un recorrido bastante curioso. Incluso quien lo elogia tiene siempre una gracia que decir al respecto, una broma, algo que garantice un distanciamiento hacia esta escritora que en un momento dado llega a hablar de “danzas de las diosa”. Parece obligatorio seguir siendo chistoso hacia cualquier mención a la palabra vagina. Los adultos se comportan como si fueran adolescentes soltando risitas, lo que en sí es ya bastante significativo. Al anunciar que escribía el libro, Naomi fue recibida en una cena entre amigos con una carta temática: pasta en forma de vaginas y grandes (bien grandes incluso) salchichas. Como final, filetes de salmón, refiriéndose al olor de pescado que se relaciona con el órgano sexual femenino. A aquellos intelectuales de Nueva York, la obviedad, un tanto vociferante, les parecía muy divertida. Tras el “homenaje”, Naomi sufrió un bloqueo creativo: durante seis meses no consiguió escribir una palabra. “Sentí que había sido castigada – tanto a nivel creativo como físico – por llegar a un lugar adónde las mujeres no debían ir”, cuenta.

Si el libro de Naomi Wolf tiene generalizaciones y puede ser cuestionado en varios aspectos, como todos los libros, creo difícil de hecho que alguien, sea hombre o mujer, no haya ampliado su horizonte vital tras leer “Vagina: una biografía”. Aunque solo fuera por el simple hecho de que, para muchos, demasiados, la vagina aún es una grieta, una herida, un agujero.



La pregunta que Evelyn, Casey y la propia Naomi nos proponen, cada una en su estilo, es por qué, en el siglo 21, en Occidente, la vagina aún provoca tanto antagonismo. Y que efecto eso tiene sobre la experiencia cotidiana de las mujeres, principalmente, pero también sobre la de los hombres. O sobre cómo eso empobrece enormemente nuestra vida sexual y afectiva, así como nuestra vida en general. El mayor mérito de cada una de ellas al arriesgarse al escarnio público – y, en este caso, siempre se puede contar con él – es lo de cuestionar la aceptación de una mirada sobre la vagina y las mujeres que nos viola a todas. Y tal vez a todos. Al aceptarla, se oculta la trama histórica y no lineal en la que esa mirada fue tejida, así como las relaciones de poder que la determinan.

¿No es tremendamente provocador que, en este punto de la aventura humana, la vagina de las mujeres aún asombre tanto que la violencia contra ella parece haberse recrudecido? En la época en que las revistas femeninas ocupan una parte considerable de sus páginas con lecciones para mejorar el rendimiento sexual de las mujeres, la vagina, aquella que parece no caber en este discurso atlético, vive tiempos de escándalo. En el mismo periodo en que Apple censuró vagina como palabra, en Brasil, el crítico de arte, Jorge Coli, vio interrumpida la transmisión en Internet de su conferencia en la Academia Brasileña de Letras. Fue censurado en el momento en que pronunció la palabra “vagina” y mostró “El origen del mundo”, el famoso cuadro del francés Gustave Courbet, que muestra el primer plano de una vagina. A lo largo de su accidentada trayectoria, el cuadro estuvo cubierto por un velo, ya fuera una cortina o incluso otra pintura. Solo fue expuesto en su integridad cuando la familia de su último dueño, el psicoanalista Jacques Lacan, lo donó al Museo D’Orsay. En febrero de este año, la revista francesa París Match anunció una “exclusiva”: el descubrimiento del supuesto rostro de la vagina famosa. Esta vez, la cara que intentaron sobreponerle, como parte faltante, tendría la función de un velo definitivo. (Escribí sobre eso aquí yaquí.)

El origen del mundo
Gustave Courbet

Evelyn, Casey, Naomi y otras artistas tienen el coraje de llamar la atención sobre el hecho de que tanto la censura como las bromas ocultan algo que necesita afrontarse. Afrontarse porque estrecha nuestra vida psíquica, afectiva y sexual, pero también porque genera violencia. En las universidades brasileñas, los novatadas contra las estudiantes se han transformado en los últimos años en episodios chocantes de agresiones contra mujeres. En la Universidad de Brasilia en 2011, las novatas tuvieron que lamer leche condensada en una longaniza recubierta con un condón. En 2012, en la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG), dos estudiantes fueron amarradas a un poste. Los veteranos se vistieron de policías militares y colocaron preservativos en la punta de las porras que llevaban, obligándolas a chuparlas. En 2013, en la UFMG, una estudiante con el cuerpo pintado de negro llevaba un cartel que decía “novata Chica da Silva”, en alusión a la famosa esclava con este nombre. Sus manos estaban sujetas por una cadena, controlada por un veterano. También este año, otra primeriza de la Universidad Estatal del Suroeste de Bahia denunció a la policía por haber sido obligada a lamer penes y testículos de bueyes. Ella se desmayó, su boca sangraba. En la Universidad de São Paulo, en el campus de Son Carlos, se llevó a cabo el concurso “Miss Novata”, en el cual se obligó a las chicas a hacer un “desfile de belleza” repleto de situaciones humillantes. Durante el acto, los veteranos se quitaron la ropa y simularon hacer sexo con una muñeca inflable. Distribuyeron incluso un panfleto parodiando el best-seller “Cincuenta Sombras de Grey”, con los siguientes frases: “Cincuenta golpes de cinturón – la cura para esas ninfómanas mal folladas”. La violencia contra las novatas resulta aún más asombrosa – y es preciso espantarse mucho – si pensamos que fueron perpetradas por hombres jóvenes y escolarizados, nacidos después de la revolución sexual, hijos de mujeres que usan anticonceptivos y trabajan fuera de casa.

La semana pasada, el locutor Fabiano Gomes, de la Radio Correo, de Paraíba, afirmó en el programa “Correo Debate” que la policía no debería perder su tiempo investigando los casos en que varios hombres divulgaron en Internet imágenes de mujeres desnudas o practicando relaciones sexuales. Se refería a un caso ocurrido en la ciudad paraibana de Pombal y al reciente suicidio de Júlia de Santos, de 17 años, en Piauí. Júlia y la gaúcha Giana Fabi, de 16 años, se ahorcaron en octubre tras sufrir linchamiento moral por colgar fotos y vídeos íntimos en las redes sociales. Algunas de las frases usadas por Gomes: “Desvergonzada es quien manda una foto desnuda al novio”, “Se pusieron delante del espejo a mostrar el chichi”, “La coqueta se sacó la foto desnuda para que el enamorado se hiciera una paja”.

Si hubo reacción formal de repudio al episodio, merece la pena prestar atención también a la grabación, para escuchar la opinión de los oyentes, hombres y también mujeres, al apoyar las agresiones del locutor. Si los comentarios son una muestra del sentido común, las niñas que mostraron sus cuerpos desnudos a hombres en quienes confiaban son “mujeres fáciles”. Es aterrador constatar que, casi a comienzos de 2014, tras todas las conquistas feministas, en un país gobernado por primera vez por una mujer, dos adolescentes hayan sido tan humilladas por exponer sus cuerpos y su deseo sexual que prefirieron morir. Al sacrificarse (o ser sacrificadas), siguen siendo humilladas. En la segunda década del siglo XXI, en un Brasil asociado al mito de la liberación sexual de los trópicos, el cuerpo y el deseo femenino son tan amenazadores que la muerte no basta.

La violencia contra la vagina se disemina en la vida cotidiana, dentro de casa, en el trabajo, en el trayecto entre la casa y el trabajo, en todos los espacios, incluso los de ocio. Las mujeres están tan habituadas a ella desde que nacen que ya la interiorizan como “normal”. O reaccionan mucho menos de lo que deberían, resignadas a una vida entera de agresiones tan triviales que fingen no percibir. Que en este contexto aún consigan tener deseo sexual y placer con sus vaginas es impresionante.
Como ilustración, un resumen de algunos – solo algunos – momentos de mi trayectoria vital. La primera vez que un hombre me tocó, era una niña. Él, un niño aún más pequeño que yo. Al pasar delante de mí en la calle de una ciudad pequeña, dio un golpe fuerte en mi vagina y dijo: “Vaginona”. Fue mi primer contacto. Volví a casa llorando, pero me sentía tan avergonzada de tener vagina que no se lo dije a nadie. Ya adolescente, caminando por el centro de Porto Alegre, vestida con una minifalda, un hombre escupió en mis partes. En el autobús atestado de la facultad, intentaron masturbarse en mi culo más de una vez. Un Día de la Madre llevé a mi hija de nueve años al cine. Un hombre se sentó a nuestro lado y comenzó a acariciarse. De adulta, en el trabajo, en las redacciones por donde pasé, oí todo tipo de cosas sobre la vagina, y también mis compañeras. La mejor de todas: “La mujer es la parte pesada de la vagina”. La dijo un hombre inteligente y realmente gentil, que creía estar haciendo una gracia con compañeras “sin frescura”. Nosotras nos reíamos para no ser “la parte pesada – y encima sin humor – de la vagina”. Cada vez que escribo algo que contraría a algún grupo, como a determinados policías, recibo amenazas como: “Te voy a violar” o “Quiero ver tu vagina”. Cuando un líder evangélico disintió de un artículo que escribí sobre los cambios en Brasil provocados por el crecimiento de las iglesias evangélicas y concedió una entrevista a The New York Times, de entre todas las palabras disponibles para definirme, escogió esta: “Zorra”. Y allá estaba yo, tomando café tranquilamente un sábado por la mañana, en mi casa, con mi familia, cuando el teléfono comenzó a sonar “Viste que te llamaron puta en el Times?”.

Así es. Hoy, ahora mismo. Y no me parece que la respuesta para la violencia generalizada contra la vagina y el deseo sexual femeninos sea transformarse en una atleta sexual con orgasmos circenses. Este es un patrón para el consumo y para el mercado que responde más a la imagen, también estereotipada, del que sería el comportamiento masculino en la cama. Suena como respuesta a la represión histórica, pero en la práctica está más para un embalaje agradable y engañoso para la misma represión, en la medida en que no deja de ser otra tentativa de control sobre el cuerpo y el deseo femenino. La imagen de la atleta sexual, determinada y agresiva, puede ser solo otra prisión para las mujeres. La vagina y el deseo femenino, diferentes en cada una, son más complejos y potentes que eso. Merece la pena recordar que, en la pornografía, la mujer que expone su vagina, su ano, su desnudez en cada detalle y en primer plano es aquella de la que menos sabemos.

Por todo eso, Evelyn, Casey y Naomi son tan importantes. El libro de Naomi acostumbra a peregrinar por diferentes secciones de las librerías, de la pornografía a asuntos generales, ya que parece no haber lugar para encajar la vagina. Evelyn necesitó abrir una galería para poder exponer sus fotos con sangre menstrual. Y los temas de Casey, en Internet, se colocan en general en secciones frikis, mezcladas con otras “rarezas” como, por ejemplo, vender carne de ratón. La revista Equipo, que tuvo la clarividencia calificar su trabajo como “arte”, decidió hacer un título simpático: “Not Available on Etsy: This Woman Knits With Her, Uhhh Yeah” (en traducción libre: “No disponible en Etsy: esta mujer tricota con suya, hããã... Eso incluso”) Sí, la vagina sigue siendo impronunciable.

Quién escribe, siempre tiene un deseo. El mío es que tal vez, en vez de decir “!qué asco!”, al leer este texto, usted contenga la agresión o la broma, siempre más fáciles porque callan toda posibilidad de reflexión. Y comience a pensar sobre la vagina y el papel que cada uno de nosotros desempeña, de palabra, obra u omisión, incluso en aquellos comentarios que uno cree que solo son una muestra de sentido del humor, en la reproducción de la cultura de violación y muerte de las mujeres. Muerte física, pero también psíquica y creativa. Muerte del deseo. Una cultura que se ha ampliado y alcanzado cotas nuevas con el poder de difusión de Internet.

Si la violencia contra la vagina ha aparecido – y en algunos casos aumentado – en diferentes ámbitos de la sociedad, es legítimo pensar que el ímpetu de fortalecer la respuesta represiva al deseo femenino pueda revelar que las mujeres están asumiendo un control mayor sobre sus cuerpos y su sexualidad. En este sentido, la necesidad de hacer víctimas sería una reacción al hecho de las mujeres rechacen con mayor vehemencia ocupar el lugar de víctimas. En esta hipótesis, "a Marcha das Vadias”, que comenzó en Canadá (como SlutWalk) y conquistó el mundo y también Brasil, es un ejemplo contundente de una acción femenina que desplaza el imaginario, al apropiarse de la palabra de la violencia y transformarla en una afirmación de potencia, desbaratando la lógica machista. Otra vez, la vagina vive tiempos turbulentos. Que son tiempos de violencia, ya sabemos. Que sean tiempos de liberación, depende de nosotros.

Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficción A Vida Que Ninguém vê, O Olho da Rua y A Menina Quebrada y del romance Uma Duas.

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