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viernes, 22 de abril de 2016

Venezuela / País pecera



Nicolás Maduro

Venezuela: país pecera

Maduro ha mantenido el mismo estilo de presidencia mediática, con menos éxito que su mentor Chávez


La pregunta me la hacen con frecuencia quienes se enteran que soy venezolano: ¿cómo es posible que un país petrolero, con una posición geográfica privilegiada, una población relativamente pequeña y mayoritariamente joven, con una historia heroica y que alguna vez tuvo una democracia relativamente funcional esté pasando por esta calamidad? La respuesta no es fácil; Venezuela es el país de las paradojas. Es verdad que es un país que ha disfrutado de inmensos ingresos petroleros, especialmente en estos últimos años, antes que el mercado cayera. Es cierto que tiene unas condiciones envidiables en un territorio donde hay selva amazónica, unas playas caribeñas magníficas, unas montañas andinas imponentes, unos llanos que se pierden de vista en el horizonte. No hay duda que su población es joven y su clase media una de las mejor formadas de Latinoamérica.
Pero es probable que todas estas características positivas sean también el germen de los males que aquejan a Venezuela, males que se han agravado en los años que ha gobernado el chavismo. El petróleo, calificado por Juan Pablo Pérez Alfonzo (venezolano fundador de la OPEP) el “excremento del diablo”, ha sido al mismo tiempo la palanca de desarrollo y fuente de corrupción de una sociedad que, en todos sus niveles, tiene rasgos parasitarios. La geografía, que debería ser fuente de alimentos producidos en el país, de un turismo responsable y sustentable, de recursos como la hidroelectricidad, entre muchas otras bendiciones, es hoy constatación dolorosa de tierras no cultivadas, represas colapsadas, y turistas espantados por la violencia y la escasez de comestibles y de servicios.


El país ha asistido a un espectáculo de gobierno donde se degradan las instituciones

¿Qué pasó con Venezuela? La respuesta no es simple. Una imagen sea quizás una forma, sin duda imperfecta, de intentar explicar esta paradoja. Imagínese una pecera y piense en los espectadores que desde afuera contemplan lo que se ve en el transparente tanque de agua. El régimen que ha sufrido Venezuela en estos 17 años, como lo ha dicho el investigador Andrés Cañizález, ha sido una presidencia mediática. Chávez instauró una forma de gobernar a través de la televisión. Sus largas emisiones de los domingos y sus llamadas “cadenas” (que obligaban a que todas las emisoras de TV y radio transmitieran sus performances), eran los escenarios privilegiados por el Comandante–Presidente para decidir confiscaciones, controlar precios, anunciar subsidios, condenar a jueces cuando le desagradaba una sentencia (lo hizo contra la jueza Afuini), encarcelar opositores, destituir empleados públicos, insultar a dirigentes nacionales e internacionales. Chávez también hizo de su gobierno televisado una puesta escena de lo humano y lo divino con sus chistes escatológicos (se recuerda aquél sobre sus urgencias intestinales), su apología del delito (llamó “buenandros” en contraste con “malandros” a los delincuentes que tienen azotados a los venezolanos), y sus ritos con connotaciones mágico-religiosas como la profanación de la tumba de Bolívar.
Maduro ha mantenido el mismo estilo de presidencia mediática, con menos éxito que su mentor Chávez. El actual presidente venezolano ha bailado con su esposa en cadena nacional de televisión, mientras sus esbirros y paramilitares conocidos como “colectivos” asesinaban a jóvenes que protestaban en 2014. Maduro también ha insultado y justificado todas las barbaridades revolucionarias en vivo y directo.
La pecera que ha sido el régimen venezolano en estos años puede asimilarse con un “horror show”. El país ha asistido a un espectáculo de gobierno donde se degradan las instituciones, las leyes no se respetan, se hace la apología del crimen, los gobernantes se contradicen, hablan mal, y expresan en ocasiones una ignorancia y un nivel de incompetencia que aterran. ¿Qué pasa fuera de la pecera? Pues hay una correspondencia entre el interior y el exterior. Como dirían los místicos y alquimistas al referirse al “arriba” y al “abajo”, lo que vemos dentro de la pecera, degradación transparente, se corresponde con lo que los venezolanos viven afuera de ella; una degradación social acelerada que se manifiesta en linchamientos, saqueos, delincuencia desbordada, robo de fondos públicos, contrabando, mercado negro, falta de medicamentos y alimentos, colas interminables para conseguir productos básicos, y podríamos seguir con una larguísima lista de calamidades.
La pecera que es Venezuela es un sistema de doble vía. Salir de esta pesadilla, donde la tragedia está a la vista de todos los que la sufren (con excepción de los privilegiados que desgobiernan el país y de una proporción minoritaria de chavistas fanatizados), requerirá proyectar desde adentro, es decir desde las instituciones y especialmente desde el poder ejecutivo, otra forma de gobernar que dignifique la función pública, el uso del idioma, y sobre todo, que respete a los venezolanos como sujetos que tienen derecho a decidir su futuro en libertad.
Isaac Nahón Serfaty es profesor de la Universidad de Ottawa (Canadá)


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